Finalizada la Feria de los Remedios 2023, se ha constatado que desgraciadamente el declive de nuestra querida plaza de la Corredera parece, si nadie lo remedia, imparable. Después de la ilusión que despertó el anuncio en los carteles de una ganadería como la de «Hijos de D. Celestino Cuadri», que levantó una notable expectación no solo entre el público local sino entre amplios sectores de aficionados de la región, llegó la enorme decepción que se generó por su rechazo en el reconocimiento como consecuencia de una situación que pudo y debió evitarse. En cualquier caso, el colmo del fiasco vino de la mano de su sustitución, que se produjo además con una absoluta falta de transparencia, transformando la corrida en lo que se calificó como un desafío ganadero, denominación que, a la vista de cómo se desarrolló la lidia, no pareció sino un mal chiste.
Hablando en términos generales, si por algo se ha caracterizado la feria ha sido por su clamorosa mediocridad, la cual se ha pretendido tapar con un desenfreno “orejil” propio de una plaza portátil. Hay que decir que a ello ha contribuido en no poca medida una presidencia que se ha conducido con ausencia del más mínimo rigor y con desnortado criterio, llegando incluso a conceder trofeos con peticiones descaradamente minoritarias. ¡Qué papelón el del presidente; si así ejerce alguien que desempeña la máxima autoridad en la primera plaza del mundo, apaga y vámonos!
Por si esto fuera poco, los vientos que corren en algunos sectores del taurinismo oficial, de declarado hostigamiento hacia los aficionados más críticos, parece que han llegado también a la Corredera. En este sentido, queremos manifestar a este Ayuntamiento nuestra más enérgica repulsa e indignación por lo sucedido este año. En alguno de los festejos se ha colocado a la Guardia Civil cerca del público de un único y determinado sector de la plaza, y agentes de dicho cuerpo han sido enviados a identificar a algunos espectadores.
Simulacro de la suerte de varas, escaso trapío y fuerzas de los toros
¿Qué había ocurrido para ello? ¿Se había lanzado algún objeto al ruedo? En absoluto. ¿Se habían proferido insultos? Rotundamente no. Los aficionados situados en esa zona de la plaza censuraron -cuando correspondía y sin rebasar en ningún caso los límites comúnmente aceptados en una plaza de toros- el simulacro en la ejecución de la suerte de varas e igualmente la invalidez o la presentación de algún astado, además de mostrar su disconformidad en ocasiones con la concesión de algún trofeo. ¿Dónde está la tan cacareada libertad con la que se llenan la boca los taurinos? ¿O es que esa libertad solo lo es en realidad para algunos de los asistentes, los que en su legítimo derecho aplauden a rabiar y dicen amén a todo?
Los que no estamos de acuerdo con algo también reclamamos nuestro derecho, igualmente legítimo, a expresarnos. ¿Ha instado tales actuaciones policiales alguna autoridad municipal? ¿Está de acuerdo el Ayuntamiento con esta forma de amedrentamiento? Pues claramente es esto lo que se ha pretendido. En lo que pareciera una estrategia perfectamente diseñada donde cada uno juega su papel, unos señalan y otros actúan. O unos actúan y otros justifican. En el colmo de la desvergüenza hemos tenido que ver con estupor como un presunto cronista, para más inri nacido en estos lares, después de realizar el habitual patético ejercicio de glosar con desmesuradas alabanzas la inanidad de lo que sucede en el ruedo, ha osado utilizar su altavoz mediático para atacar a los aficionados disconformes calificándolos como “maleducados” y “reventadores”.
No les resulta suficiente con el empleo de la socorrida chatarra terminológica -mediante la que intentan engañar al público escasamente documentado, transformando un bajonazo en una estocada, un puyazo únicamente señalado en un “castigo medido” o convierten los esfuerzos de los diestros por evitar el completo derrumbe de algún animal en el manido “cuidar al toro”- sino que se permiten insultar y criminalizar a los aficionados que denuncian tales manejos. En los últimos años se quiere imponer en toda la geografía nacional una sola forma de ver los toros, la del famoso “silencio sevillano”, absolutamente respetable por otra parte.
La idiosincrasia y los aficionados de épocas anteriores
Pero, ¡que vayan a Pamplona a exigir ese silencio! No, claro, nos dirán. Es la idiosincrasia de aquella plaza. ¿Y la idiosincrasia de la plaza de Colmenar? ¿Acaso los aficionados de antaño de nuestro pueblo permanecían en resignado silencio cuando entendían que ocurría en el ruedo algún desmán? ¿Se desconoce nuestra historia? ¿Quizá ahora algunos la repudian? Si es así, que nos lo digan claramente, porque nosotros ni la desconocemos ni nos avergüenza; al contrario, estamos orgullosos de ella. Corren malos tiempos para la tauromaquia en nuestro país.
Estamos en un momento crucial. Como Ayuntamiento de una localidad que ha sido santo y seña en la defensa de la seriedad y la integridad de la Fiesta ha llegado el momento de que las autoridades que lo rigen se decanten: o se está por la salvaguarda de la historia taurina de Colmenar o se deja en manos de quienes ven esto como un simple negocio más y se aceptan, con un silencio cómplice, actos de acoso como los que hemos vivido. Nosotros, y muchos más colmenareños y aficionados de otros lugares que añoran lo que significó nuestra querida plaza, lo tenemos claro: con toda humildad, pero a la vez con toda la fuerza de la que seamos capaces, seguiremos luchando por proteger nuestra historia y honrar la memoria de nuestros mayores.