Habemus pacto, y habemus fumata blanca en la izquierda, pese a muchas dificultades superadas y pese a muchas personas que se quedarán por el camino.
Y es que el acuerdo entre Podemos y Sumar para concurrir juntos a las urnas en las elecciones del 23 de julio, consumando así la alianza de todas las formaciones destacables de izquierda del país, ha supuesto algunos sacrificios, vetos y enfrentamientos que dejarán cicatriz en la relación futura.
Yolanda Díaz ha conseguido lo que nadie había hecho durante mucho tiempo: enfrentarse al 'establishment' de la izquierda, por llamarlo de alguna manera, que en la última década se había adueñado de este espectro político.
Primero fue la eclosión de Podemos (2014-2015), que sepultó prácticamente a la vieja guardia, la de la dupla Izquierda Unida-Partido Comunista. De hecho, éstos últimos, con Alberto Garzón como único activo realmente destacable ante la ciudadanía, terminaron cediendo y concurriendo unidos en los que se llamó Unidos Podemos en 2016, después Unidas Podemos en las elecciones de 2019.
Y cuando nadie la esperaba, surgió esa llamativa figura política que estaba semiescondida y semidesconocida: Yolanda Díaz. La abogada laboralista gallega que venía del movimiento de las Mareas de su tierra, plataformas ciudadanas que se asociaron a IU y Podemos para ir juntos en las listas de esa comunidad autónoma. En seguida destacó en la etapa dorada de Podemos, cuando tuvo 71 escaños en el Congreso con su alianza con IU, las Mareas y los 'comunes' catalanes.
Aterrizaje en el Gobierno
Pero sin duda que su momento llegó tras las elecciones repetidas de finales de 2019, cuando Pedro Sánchez dio su brazo a torcer y consintió formar el primer gobierno de coalición de nuestra reciente democracia. Díaz entró como ministra de Trabajo y en seguida se hizo con el foco informativo y los aplausos de los sindicatos y miles de trabajadores.
Pasó a ser la ministra mejor valorada de los morados y cuando Pablo Iglesias se marchó por sorpresa para concurrir en las elecciones madrileñas de 2021, fue nombrada líder y delegada del grupo morado en el gobierno de coalición.
Suponía que, sin ser líder de ninguno de los partidos involucrados en esa coalición de izquierdas, iba a ser la voz cantante para todos ellos. Ascendió a vicepresidenta segunda para que se diera valor a su papel e Iglesias llegó a designarla como sucesora natural del liderazgo nacional de la izquierda. El famoso 'dedo' de Iglesias.
Lo que nadie se esperaba, o quizás casi nadie, es que iba a sacudirse pronto del yugo que le suponía ser controlada por Podemos, el partido principal de la coalición. Se revolvió y ha estado todo este tiempo gestionando el control de la izquierda en el Gobierno de manera independiente, contradiciendo a unos y a otros cuando tocaba, y siendo un verso suelto.
Y llegó Sumar...
Cabreó e indignó a Iglesias, Irene Montero e Ione Belarra, esta última la nueva secretaria general de Podemos. Y de repente, creó Sumar. Se postuló como candidata a Moncloa y con un nuevo partido dejó claro que quería empezar de cero, sin herencias, tutelas o yugos de Podemos e incluso de IU-PCE, la familia política más cercana que tuvo.
Y cuando nadie creía que desde Sumar pudiera domar a los morados, al final, este viernes 9 de junio, se consumó su victoria. O al menos el triunfo de sus argumentos: había que ir todos unidos a las urnas del 23-J, fecha adelantada sobre los plazos que ella calculaba (finales de este año). Y para ese fin no ha dudado en exigir sacrificios y vetos a los demás partidos, en especial a Podemos. Irene Montero se ha quedado fuera e Ione Belarra será número 5 por Madrid. Ella sí podría salir elegida diputada, pero muchos otros se quedarán en el camino.