Sumar, es decir, Yolanda Díaz, recoge entre sus primeras ideas programáticas lanzada estos días de precalentamiento electoral (lo digo con segundas, por si no se nota, porque estamos metidos de hoz y coz en el tema desde hace ya meses….), desplegar una “herencia universal (estos chicos de Díaz muestran ya su patita cursi)”, una cantidad económica de 20.000 € que se abonaría a los jóvenes cuando cumplan la mayoría de edad (18 años). Por supuesto, sería financiada por otro nuevo impuesto aplicado a grandes patrimonios o rentas. Mal empezamos, señora Díaz. Aquí por ofrecer que no quede. Más aún si es a costa de los demás, aunque esos demás sean eso que llaman ahora grandes fortunas, por lo demás, un concepto tan variable como el viento, tan sutil como la fijación de esa cantidad milenaria de euros para nuestros jovencitos.
Sugiero a la señora Díaz que se piense un poco más la propuesta que le lanzo para que riegue también con ella a más amplios, esforzados y olvidados sectores de población. ¿Y por qué no dar también a los mayores de 81 la módica cifra de 200.000 €? ¡eso si que es haber demostrado que –trabajando o sin trabajar, holgazaneando o filosofando, da lo mismo–, esos viejecitos han tenido la habilidad, la suerte o la cara de haber llegado a tan provecta edad y eso sí que merece un premio social, un reconocimiento político de tirios y troyanos y, si llega el caso, hasta de un diploma olímpico sin acudir a olimpiada alguna.
Y propongo, además, que vaya a cargo de las infinitas subvenciones que riegan los miles de chiringuitos de todo tipo que pueblan la geografía política y social de dudosa utilidad repartidos por las tres administraciones (estatal, autonómica y local). En su defecto –luego dirán que aquí no hay ideas–, podrían detraerse también de las dietas de los señores parlamentarios nacionales, autonómicos o de los integrantes de las diputaciones o, en su defecto, de las millonarias cuentas corrientes de los mismos partidos y sindicatos que la propongan.
Esto debería de ser así para estos 20.000 del ala que se le ha ocurrido lanzar a Sumar, o para los 200.000 € que propongo yo mismo para contentar a esa facción social cada vez más olvidada, ninguneada y hasta despreciada, como es la llamada tercera edad. Pero creo que debería ya bastar de seguir aguijoneando a fortunas, grandes propietarios, empresas multinacionales, nacionales, provinciales y hasta de barrio, que ya no saben qué hacer para seguir atendiendo la presión impositiva a la que los tiene sometidos la señora Montero, María Jesús. Así soy yo también generoso con el mundo entero.
La medida, lanzada al parecer con vistas a corregir desigualdades de forma temprana e ideada por los 35 grupos sectoriales de la plataforma que impulsa Díaz, no ha tenido ninguna oposición interna. Aquí todo lo que sea acabar con la economía productiva y seguir ampliando el abanico de subvencionados y de “estómagos agradecidos” –como decía José María García hace ya varios decenios, cuando era el líder del periodismo deportivo y azote inmisericorde del entonces presidente de la Federación Española de Fútbol–, es siempre bienvenida, y si alguien levanta la voz en contra, como es el caso, o la amplía más allá para situarla en el campo del absurdo o lo surrealista, debe de saber que no va a ser recompensado si un día llega a hacerse acreedor de la misma.
Un asunto, por cierto, que, además de profundamente injusto, no acabo de entender. Si a la izquierda caviar y progre más que progre no le parece que haya contradicción alguna en quién denuesta públicamente a la sanidad privada pero luego acaba haciendo uso habitual de ella para operarse o hacerse un chequeo, por la misma razón uno puede criticar una medida de este jaez, pero acudir a la ventanilla cuando le afecte personalmente para cobrarla, por muy en desacuerdo general que esté con ella.
Estamos, pues, en el momento preciso de crear al menos un nuevo puesto de trabajo, el de jefe del negociado de “Ayudas del Ala”, para dar cauce efectivo a estas y otras ayudas similares que pudieran ir creándose, no vaya a ser que luego pase como con el IMV (ingreso mínimo vital), o los fondos Next Generation, que no han podido distribuirse por falta de infraestructura funcionarial adecuada. Quien avisa no es traidor.