Los numerosos brotes de covid-19 en China están generando dificultades en el país. El domingo se registraron 26.824 nuevos casos, acercándose al máximo de abril. Ayer, desde Pekín se advertía que la ciudad se enfrentaba a su prueba más severa de la pandemia, con el cierre de negocios y escuelas en los distritos más afectados. Además, se han endurecido las normas para entrar en la ciudad.
Esta última oleada de contagios está poniendo a prueba la determinación de China de atenerse a los ajustes que ha realizado en su política de "cero COVID", que exige que las ciudades tengan medidas más focalizadas y eviten los confinamientos y pruebas generalizadas que han estrangulado la economía y frustrado a los residentes. Estos esfuerzos de China por hacer más selectivos sus controles despertaron en las últimas semanas la esperanza de los inversores de que hubiese una mayor relajación. Ahora, esta esperanza se desvanece y se renueva la preocupación por las consecuencias económicas, aumentando la aversión al riesgo.
En este entorno, los mayores bancos de inversión del mundo prevén que el crecimiento económico global se ralentice aún más en 2023, tras un año complicado por la guerra y una inflación que desencadenó un abrupto ciclo de endurecimiento de la política monetaria. Ayer,
Fitch en su perspectiva para 2023 señalaba que es probable que el próximo año haya más impagos de deuda soberana entre los pequeños países de los mercados emergentes, citando la probabilidad de que se produzcan aumentos repentinos en los costes de los préstamos, la pérdida de acceso a los mercados y las necesidades urgentes de financiación.