"Sí, ha ido variando -comienza afirmando Sara-. Me acerqué al teatro muy joven, con una especie de mistificación sobre él, pensando que el teatro era un lugar sagrado donde buscar la verdad. Mi relación con el teatro es mi relación con la verdad… Me acerqué muy pronto al teatro como el lugar de celebración de la verdad, ese lugar en donde la gente actuaba, pero precisamente para que floreciese la verdad, para que primero surgiera y luego creciera la verdad… Ese era entonces mi concepto del teatro y de la verdad: algo puro, auténtico, cerrado, completo… Y ha sido precisamente la relación del teatro con la verdad la que ha ido evolucionando en mí. Me he ido dando cuenta de que la verdad habla, pero no es tan fácil de obtener. Y eso ha ido haciendo que mi concepción del teatro haya ido siendo otra. Hay zonas más oscuras donde aparece el balbuceo, lo fragmentario, lo que no se puede decir, o esa verdad que no merece la pena tampoco conocer, esa pantalla fantasmática, que está bien que esté, porque impide ver lo real en su parte más horrible, más feroz...". Teatro y filosofía Una amiga común, Nieves Martínez de Olcoz, profesora en la Facultad de Filología de la Complutense de Madrid y también actriz, directora de escena y gran estudiosa del teatro, ya me había dicho que Sara es una verdadera filósofa del teatro y el arranque de nuestra conversación no hace más que confirmar ese juicio tan personal como académico. No vamos, pues, a desaprovechar la oportunidad y profundizamos en ese concepto, el de la verdad: ¿has llegado a encontrarla, después de tantos años de búsqueda? “He tenido, sí, la sensación de estar en el asunto. Ver por momentos que se está logrando con una actriz o con un actor. Que, por instantes, estamos rozando juntos algo del orden de lo auténtico, de la verdad, aunque esas palabras solo la expliquen a medias…”. Quizás sea su Senecio Ficciones, una obra que pasó hace dos años por el Festival de Otoño madrileño, la propuesta que se acerque más a la Sara Molina de hoy, una dramaturga y directora de escena capaz de retrotraerse a la niña que fue sin que por ello deje de preocuparle el aquí y el ahora. Dijimos entonces de su Senecio y ahora lo decimos de Sara que en ella ‘se funden teatro y filosofía, escena y vida, docencia y discencia, mente y cuerpo, tratados y pies de página, azar y voluntad, nostalgia y melancolía, frialdad y deseo, padres e hijos…’. Efectivamente, no es la dramaturga andaluza una directora de escena convencional, entre otras cosas, porque no le gusta nada eso de crear expectación con el trabajo que anda preparando en cada momento. Esa, le decimos, no parece ser la pauta común –que, por otra parte, es la lógica-, entre tus colegas. Molina se reafirma diciendo que “No, no me gusta en absoluto. Me gustaría poder tener un marco de producción en el que pudiera tener asegurada la posibilidad de estrenar y tener algunas actuaciones, y no tener que relacionarme con eso, la expectación, con lo de ‘a ver qué ha hecho esta señora’… Pero no me ocurre, claro. No he logrado tampoco ese nivel de éxito o de notoriedad. Quizás salvo en una época en la que,toda la gente de la profesión acudía a ver qué es lo que estaba haciendo, de qué hablaba. Eso fue cuando tenía treinta y tantos años y no recuerdo muy bien qué tipo de trabajo era el que concitaba este interés. El hecho no me creaba ningún tipo de angustia en ese momento, pero sí sé que la expectación –incluso entre los amigos-, suele acarrear frustraciones, así es que prefiero que no exista”. Con la madurez, el asentamiento de la personalidad, el poso –eso creemos, al menos-, se busca la tranquilidad, el diálogo con uno mismo, alejados del mundanal ruido, que decía el clásico. Más aún para Sara Molina, que está por encima de los años y de la edad: “yo siempre me pongo años, en lugar de quitármelos. Cuando cumplí 50, decía que tenía 60 y era muy divertido porque, inmediatamente, me decían que estaba estupenda… ¡Pero nadie me lo desmentía, que era lo peor! Sólo una persona me dijo una vez que ‘¡ni de coña tienes tú 60!’... Ayer, en un congreso al que asistí, que se celebraba en Madrid, me atribuí 67 y, entre mis conocidos, se levantó un ligero murmullo, como si hubiese dicho un anatema. Me sigue divirtiendo decir que tengo, 8 o 10 años más… Pero, en fin, efectivamente, el paso del tiempo sigue alterando muchas cosas. Reafirma unas y se carga otras”. Recuerdo aquel programa de Televisión Española que popularizó un aparatillo, entonces familiar solo entre los profesionales de lo audiovisual, la moviola, para hacer reflexionar a los espectadores sobre los accidentes de tráfico y su modo de conducción. La rescatamos ahora para que pueda utilizarla la directora andaluza. Si pudieras volver atrás, le preguntamos, ¿cambiarías alguna de tus decisiones clave de vida?: “me da lástima decir que sí, porque me encantaría afirmar lo contrario. Pero sí, tengo varias encrucijadas en mi vida que me hubiera gustado cambiar. Incluso físicas, porque en ocasiones me he dicho que habría pasado si aquella tarde, en lugar de quedarme en la plaza, hubiese tirado por esa o aquella calle, hoy todo sería diferente. Mejor o peor, ya lo sé, pero diferente... En esa mirada hacia atrás, tengo datadas varias situaciones en las que hubiera hecho otra cosa. También con mis piezas, porque a más de un proyecto tendría que haberle dicho que no… Tengo muchas renuncias, pero no me gusta…”. Lorca, Granada y las vanguardias
Uno de los montajes que, probablemente, le han dado más satisfacciones a Sara fue su Comedia sin título que, por esos azares del destino, volverá a montar en el transcurso de este Año Lorca en Madrid. ¿A qué se debe esta circunstancia?: “es puro azar. No ha sido por iniciativa mía sino porque había un contexto en Madrid para intentar recuperar piezas anteriores de ciertos directores de escena. Me parece que en los Teatros del Canal ya ha habido retrospectivas sobre alguna gente, etc., y en este contexto alguien me preguntó qué es lo que yo repondría. No concreté en ese momento, pero cuando volví a Granada, pregunté a varias personas de mi entorno qué es lo que a ellas les gustaría que repusiese y me resultó curiosísimo que, en todos los casos, me contestaran en el mismo sentido, que fuera la Comedia sin título. Entonces, a la persona que me lo pidió, le mencioné tres títulos, entre ellos la Comedia, y rápidamente me dijo que fuera esta última ya que estábamos conmemorando el Año Lorca. Así las cosas, espero que en el próximo Festival de Otoño pueda verse mi nueva visión de la obra”. Aquella primera versión sobre Comedia sin título satisfizo mucho a la creadora: “gustó mucho en Andalucía, se vio muchísimo, tuvo un presupuesto adecuado y pude hacerla como yo quería. Creo que estuvo muy lograda… Ahora, ante el nuevo reto, como siempre, surgen las dudas de si sabré volver a relacionarme con la pieza de Lorca como merece. Por supuesto que no voy a montar la obra con la misma óptica, ni con los mismos actores, claro, porque no tiene sentido ninguno hacerla igual. Lo que quiero es una Comedia en diálogo con la contemporaneidad y conmigo mismo. Pero no puedo dejar de volver a sentirme intimidada, aunque supongo que en cuanto me vuelva a meter a saco con ella, desaparecerán esos temores. Ahora estoy con la preproducción, y ni siquiera he elegido a los nuevos actores. Tengo el marco de referencia dramatúrgico -por donde lo quiero llevar…-, pero aún queda mucho tiempo para cambiar cosas y no he salido aún de esa intimidación inicial…”. Cada maestrillo tiene su librillo, se ha dicho siempre. Cualquier metodología puede ser válida. Todo depende del resultado obtenido, añadiríamos ahora. ¿Por qué te mueves más y mejor en el fragmento, la mezcla, la ruptura, en lugar de la continuidad?. ¿Qué hay de bueno y de malo en una y otra? La directora andaluza nos comenta al respecto que “no te sabría decir. En todo caso, me lo tendrían que explicar a mí. Supongo que es algo que hunde sus raíces en mi biografía. He sido siempre una niña silenciada”. ¿Tuviste una formación de tintes religiosos?, le comentamos a renglón seguido, y nos dice que “no, no mucho. Yo hoy me declaro agnóstica. Me gustan las lecturas duras, así es que no es raro verme con libros de Hegel, Schopenhauer o Nietzsche entre las manos. Filosofía siempre, y hasta para descansar, incluso… Y ahora Kierkegaard porque, a raíz de un trabajo que he estado haciendo para Naves del Matadero sobre el tema musulmán, he vuelto al filósofo. En la propuesta hay preguntas directas para los participantes: ¿por qué crees?, ¿para qué crees?... Yo creo en la nada, creo en el azar, pero claro, siempre me queda una sombra de duda y me surge la pregunta, no de por qué la nada, sino de por qué algo… todo concepto de religión, que no sea en su parte espiritual, es para mí un tema insoportable. “La del teatro no es una labor terapéutica, de psicodrama, pero ayuda mucho a templar los conflictos”
¿Para qué se mete uno en el teatro, ¿para encontrar respuestas, para seguir haciéndose preguntas y repreguntas, o para qué…?: “cuando se actúa en los conflictos, surge siempre una forma muy interesante de poder abordarlos. Eso surge en la intimidad de la sala de ensayo, en las improvisaciones e, incluso, en las conversaciones profundas que ahí se tienen, en los distintos procesos que se recorren. En ellos se abordan los conflictos desde un lugar que atraviesa el cuerpo, al tiempo que permite mediatizarlo mediante la ficción que se puede elaborar… El teatro es una vía muy interesante de encauzar, de abordar los problemas, de darles nombre, aunque no hay por qué buscarles solución, y eso ayuda, al menos, a darles espacio, a darles oxígeno. La del teatro, no obstante, no es una labor terapéutica, de psicodrama, pero ayuda mucho a templar los conflictos”. Y, después de tantos años de trabajo, Sara sigue soñando con la posibilidad de disponer de su propio espacio: “me encantaría poder contar con una pequeña sala de exhibición… Tener un laboratorio en el que poder hacer mi trabajo diario, un espacio físico de exhibición, de relación…”. ¿Y si viniera a través de alguna institución andaluza?: “ahora mismo estamos impulsando un laboratorio de investigación en el Centro Lorca, en la fundación Lorca de Granada, impulsado por la universidad. Pero lo que más me gustaría es un local propio para evitar posibles conflictos de intereses externos”. Sara es, pues, otra maestra teatral que no puede dejar de bregar en ese equilibrio inestable que parece formar parte inevitable del teatro. Volver a empezar Echemos de nuevo la vista atrás, hasta aquellos 80 del siglo pasado que, para la jienense, supusieron una experiencia directa con Els Joglars, y la artista, después de haber convivido dos o tres años con la legendaria compañía teatral catalana, nos dice que “aquella experiencia me cogió muy joven. Magnificaba mucho la labor de Albert Boadella, y lo veía como un ideólogo, un activista, y después de mi paso por allí, me decepcioné un poco. Encontré a alguien muy interesante, por supuesto, pero también con muchas sombras… El tipo de trabajo que se hacía en Joglars, desde luego, me influenció en varios aspectos porque hay una maestría indiscutible de Albert que la ves, la aprendes…, pero no era el tipo de teatro que yo quería hacer y eso lo vi pronto. Lo mismo me pasó con Pina Bausch, con quien estuve más de un año y medio. Ambas son personalidades muy poderosas de las que una siempre aprende, hasta el momento en que se cae en la cuenta de que una siempre tiene que volver a una misma”. Está leyendo ahora a Peter Hamm, Vivan las ilusiones, un libro en el que el autor conversa consigo mismo sobre su propia visión del mundo, sus influencias biográficas, su filosofía, su fe o sus propias dudas en el proceso de creación literaria. Y, lo más importante, un libro en el que Peter Hamm se ríe, ironiza sin piedad sobre Peter Hamm. Quizás por eso mismo Sara Molina nos dice que “no puedo decir que ahora tenga muchas ilusiones, que me mueva el entusiasmo desbordado, pero sí, desde luego, mucha energía. Hasta el punto de que muchas veces albergo la sensación de volver a comenzar de nuevo”. Conocemos ya que la artista andaluza está muy próxima a los planteamientos teóricos de autores como Benjamín, Pessoa, Adorno, Lacan, Artaud, Beckett o Trías pero, antes de terminar, le pedimos que nos cite algunos otros autores con los que sienta especial sintonía, y los que nos refiere ciertamente, son gente con impulso, con pimienta en la palabra y en sus propuestas escénicas: “Angélica Liddell, de la que nunca he visto nada –por cierto-, y creo que no voy a ver ya nada suyo, según me dicen constantemente, tenemos muchas cosas en común. Hubo un tiempo en que tuvimos interés mutuo en encontrarnos pero ese encuentro nunca llegó a producirse por distintas y curiosas circunstancias. Quizás todo se pueda reducir a un solo término, el azar, un azar tan elaborado y tan lleno de imposibilidades contra el que es mejor no luchar, así es que ya no la voy a ver nunca, aunque estoy muy al tanto de todos sus trabajos porque mucha de mi gente me los pormenoriza (sus deseos, su situación, las escenas, las emociones que transmite…, toda la información). Con ella sintonizo, aunque no la haya visto. Vivir en Granada tiene su precio. Entre otras cosas, la imposibilidad de ver tanto teatro como una quisiera. A cambio, cuido mucho mis lecturas, pero obviamente estoy bastante alejada del mundillo teatral (de eso de ‘hay que ver esto’, o ‘no faltar a aquello…’). Y, si a eso le unimos mi propio trabajo, es que sencillamente no puedo. Me parece un exceso al que no quiero sumarme porque me perturba mucho. Lo que sí admito es que, aprovechando viajes personales o giras de las compañías, dejo al azar que meta en mi vida ciertas propuestas…”. Sara vuelve a reflexionar sobre su vida, sobre su azar: “nos estamos reconstruyendo permanentemente. Incluso sobre los temas que más te preocupan por una u otra causa, y sobre los que tienes ya construido un discurso -al menos teóricamente…-. Aún así, cuando vuelves a reformularlos te das cuenta de que hay siempre matices que se te habían escapado hasta ahora. Y es que no solo cambian las cosas sino que, paralelamente, eres tú quien va cambiando también... Cuando tenía 20 o 30 años pensaba que cuando doblara esa edad todo lo tendría ya pensado, construido… ¡Nunca pensé llegar a mi edad con tanta incertidumbre! Incluso de mi propia vida”. No es de esas personas –que, por cierto, ahora son legión-, que está más atenta a que su interlocutor termine de hablar que a lo que está diciendo. Por el contrario, le gusta escuchar, y lo hace atentamente: “ahora se escucha poco. Tan poco, que hace muy poco tiempo, en una reunión muy concurrida con gentes del teatro, alguien tomó la palabra tras una intervención mía y, después de escucharlo con interés creciente, le dije: ‘tienes toda la razón. Retiro lo dicho’, y la sorpresa se adueñó de todo el grupo. Un hecho tan sencillo, algo que debiera ser mucho más cotidiano, levantó todo un cúmulo de observaciones y de sorpresas que le hicieron llegar a decir a alguien que cómo había sido capaz de darle la razón. Lo hice simplemente porque la tenía, y yo no la había visto hasta ese momento. A veces se trata solo de escuchar al otro…”. Sabe Molina que no hay una verdad única. Y que la mejor posibilidad de acercarse a ella es a base de retazos, de fragmentos que acaso puedan encontrarse en los más mínimos detalles, a los que el azar no es ajeno. A él, al azar, le damos el necesario valor por habernos permitido compartir unos momentos con esta singular directora de escena que no queremos guardarnos. Y, entre tanto, ya esperamos con impaciencia esa sabia y reposada nueva visión de una andaluza, Sara Molina, sobre otro andaluz, Federico García Lorca, en la Comedia sin título, que volverá a unirlos más de tres décadas después de su primer y feliz encuentro.
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