La Unión Europea se creó para evitar que se pudiera producir una Tercera Guerra Mundial. Después de ser el origen de dos contiendas mundiales con millones de muertos y una destrucción desoladora en buena parte del territorio europeo, varios políticos con altura de miras lucharon denodadamente por construir los intereses imprescindibles entre franceses y alemanes más otros vecinos, en principio, para que no fuera posible una nueva guerra con una serie de acuerdos económicos y comerciales sobre el carbón y el acero, que llegó a alcanzar una política agrícola común como principal elemento de coordinación. Se superaron odios, venganzas, muerte y destrucción por la firma convicción de que un nuevo enfrentamiento podría ser el último por la posible utilización de armas nucleares.
Con el paso del tiempo y más países, el proceso ganó en ambición y proyección hacia una Unión que abarcara también aspectos políticos y sociales. Europa superaba los viejos fantasmas del pasado, lograba colocar en lo imposible una confrontación bélica, a pesar de la grave crisis en los Balcanes, gracias también a otra organización político-militar como la OTAN, institución complementaria impulsada por los Estados Unidos que siempre han jugado un papel determinante en el presente y futuro de sus aliados europeos, más allá del Plan Marshall y las relaciones económicas y comerciales. Durante los últimos 30 años, los escollos que se han superado han sido múltiples y complicados pero siempre prevalecían los principios y valores de la unidad de una Europa solidaria, defensora de los Derechos Humanos y consciente de la necesidad de que los avances políticos tuvieran el respaldo y seguimiento de los ciudadanos.
La cuestión clave siempre ha sido el recelo a la cesión de soberanía para quienes temían que perdían buena parte de su capacidad de decisión y actuación, en lugar de entender que se trataba de compartir para perseguir objetivos mejores para todos gracias a juntar esfuerzos, sacrificios, recursos y actitudes.
Sin embargo, en los últimos 15 años ha prevalecido el egoísmo y el interés de cada país, una ampliación desmedida sin las condiciones mínimas imprescindibles para su viabilidad y una crisis económica y financiera que ha resquebrajado buena parte de la construcción europea que ahora se agrava por la crisis de los refugiados y por un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido. La solución ahora no es fácil pero está clara: Más Europa. Hacen falta dirigentes que estén a la altura de los acontecimientos para guiar a los europeos.