En los últimos años, no hay temporada teatral que no acoja, al menos, un estreno del madrileño Juan Mayorga. Docente, escritor y dramaturgo, Mayorga es capaz de superarse a sí mismo y, al comienzo de esta temporada teatral, nos ha regalado un texto, ‘Reikiavik’, que el Centro Dramático Nacional (CDN) ha subido al escenario de la Sala Francisco Nieva del Valle Inclán hasta el próximo día 1 de noviembre. Y, atención, este no es un texto más de Mayorga, sino que -a mi modesto entender- estamos ante el mejor. El autor terminó de escribirlo en 2013 y ahora es la primera vez que se escenifica, y esto nos hace albergar aún más esperanzas de que Mayorga tiene todavía, afortunadamente, muchos años por delante para seguir sorprendiéndonos.
Deporte o no, el ajedrez es, al menos, acción, emoción, poesía y pensamiento. Mayorga pone en boca de Spasski que también es “concentración, paciencia, voluntad”... En ‘Reikiavik’, Mayorga lo ha sublimado hasta hacerlo un espectáculo grandioso que va mucho más allá del propio ajedrez y que es capaz de interesar a apasionados y a detractores del juego. Hay partida, sí, pero el texto se puede seguir sin tener la más mínima idea del juego de las 64 casillas por donde discurren peones, alfiles, caballos, torres, rey y reina.
El montaje es magistral. El mismo autor lo dirige, y en él funde el realismo y la magia que rezuma por todos los poros el texto. Con una escenografía minimalista que firma Alejandro Andújar (apenas una mesa de juegos, con bancos corridos a ambos lados, en medio de un parque), y con unas imágenes evocadoras proyectadas sobre una pantalla, que van cambiando a lo largo de la obra -es de Malou Bergman-, el espectador se traslada a un doble duelo: el que mantuvieron en 1972, en Reikiavik, los campeones norteamericano y soviético de ajedrez, Fischer y Spasski; y el de dos hombres corrientes que se encuentran a diario en un parque -Waterloo y Bailén- para revivir esa partida, y construir la suya propia, la de sus vidas, ante la mirada perpleja y atónita de un muchacho que queda fascinado por cuanto discurre delante de él. Interesantísimo el espacio sonoro diseñado por Mariano García y la iluminación siempre precisa de Juan Gómez-Cornejo.
Torrente de emociones
Y, a todo esto, dejo para el final de la relación de nombres que han hecho posible este fascinante montaje de Mayorga, el de los tres actores. En primer lugar, los de los dos hombres, César Sarachu y Daniel Albaladejo, que han hecho un trabajo actoral verdaderamente titánico. Ambos se multiplican en escena dando vida a muchos personajes, en un sinfín de movimientos ágiles, febriles, nerviosos, compulsivos, enérgicos, cansados, emocionados, bonachones, melancólicos o paranoicos, según convenga a escena y personajes… Uno y otro actor adoptan una y otra personalidades y -lo que parece imposible- sin dar lugar nunca a confusión alguna: tan pronto son Fischer como Spasski; Waterloo como Bailén; la segunda esposa de Spasski (bailarina en el Bolshoi); Nicolai, asistente del campeón ruso; Henry Kissinger; el padre Lombardi, o la madre de Fischer; o un psiquiatra. Y Elena Rayos, que interpreta a un jovenzuelo que aún anda buscando su identidad y que vive fascinado ese ir y venir de historias y personajes, con la emoción, el interés y la incertidumbre y el miedo del que está descubriendo algo inaudito y que intuye que va a ser crucial en su vida. En definitiva, un trabajo imponente el de los tres actores.
El montaje de Mayorga es, desde luego, de obligado paso para los amantes del teatro, que deben marcarlo en su agenda como imprescindible. Y, aunque hoy es una dura y frustrante tarea porque creo que las entradas para las sesiones que quedan en el Valle Inclán son escasas, abogo porque vuelva cuanto antes a esta u otra sala de los teatros nacionales porque sería muy cruel que tantos y tantos otros espectadores no pudieran cumplir su deseo de adentrarse en un mundo tan fascinante como el que nos plantea Mayorga en esta ‘Reikiavik’, para comprobar -en palabras de Spasski citando a Lenin que “salvo el poder, todo es ilusión”.
‘Reikiavik’
Texto y dirección: Juan Mayorga
Reparto: Daniel Albaladejo, Elena Rayos y César Sarachu
Escenografía: Alejandro Andújar
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Imagen: Malou Bergman
Espacio sonoro: Mariano García
Teatro Valle-Inclán – Sala Francisco Nieva (Madrid)
Hasta el 1 de noviembre de 2015