Repensar un modelo de producción y consumo más justo
lunes 04 de mayo de 2015, 17:06h
Hace un par de semanas, coincidiendo con la novena ronda de
negociaciones del TTIP ( Transatlantic Trade and Investment Partnership) se
convocaba una jornada de protesta mundial a la que acudieron millones de
personas en distintos puntos del planeta.
La ciudadanía salió a la calle particularmente por dos
motivos: la falta de información de todo lo que rodea a este asunto y la
perspectiva de entender que lo acordado desequilibrará aún más la balanza entre
los derechos sociales, laborales, medioambientales,... y el mercado económico a
favor del segundo.
Para empezar no se puede acceder a la documentación objeto
de las reuniones. No es que no sea pública, incluso los eurodiputados sólo
pueden verla en condiciones "excepcionales": en una habitación
aislada, durante un tiempo limitado, sin ningún tipo de mecanismos de grabación
o apunte y, además, firmando un documento de confidencialidad. Este nivel tan
descarado de secretismo supone no sólo un insulto al Estado democrático en el
que aparentemente vivimos, sino que atenta contra la transparencia que deben
profesar las instituciones a la ciudadanía.
En realidad, aunque no conozcamos los detalles del TTIP, lo
que no cabe duda es que se trata de un nuevo avance hacia la absoluta
liberalización de los mercados a espaldas de la personas, disponiendo a las
grandes corporaciones de un mayor poder contractual. De hecho, también nos
encontramos que las pequeñas y medianas empresas, con mayores cargas directas e
indirectas que las multinacionales, salen aún más perjudicadas.
El carácter
internacional de unas empresas frente a las otras les posibilita desarrollar
todo tipo de ingeniería fiscal, hasta el punto de contribuir en menor medida a
las haciendas públicas. En este escenario de globalización económica el pez
grande compite con ventaja con el pez pequeño y, efectivamente, se lo está
comiendo.
En el caso de Europa supone un paso más en la herencia
dejada por los Tratados de Maastricht (1992) y Lisboa (2009), por cuanto los
mismos ya garantizaban la no-injerencia política en la libre circulación de
capitales y mercancías, estando ésta por encima del cumplimiento de cualquier
derecho social recogido en la Carta de Derechos Humanos. Ahora mismo, sin el
TTIP, sigue habiendo millones de personas esclavizadas en el mundo, trabajando
en condiciones infrahumanas para fabricar productos lo más baratos posibles.
Mientras, en la supuesta Europa de los derechos se pierden millones de puestos
de trabajo y el empleo que se crea se aleja cada vez más de los estándares de
calidad y se empieza a parecer al de aquellos que creíamos tan alejados. El
primer síntoma de este proceso de deterioro es el incremento de los
trabajadores pobres en nuestros países, el drama creciente de la gente a quien
tener un trabajo no le saca de la pobreza.
Sin duda, en este escenario el internacionalismo cobra más
vigencia que nunca. Frente a un mundo donde el capital se ha globalizado,
necesitamos articular una respuesta que pasa por globalizar de forma urgente
los derechos de los trabajadores al alza y no a la baja, como viene pasando las
últimas décadas. Para ello, los trabajadores y trabajadoras necesitamos
organizarnos y practicar la solidaridad internacional hasta sus últimas
consecuencias. Nunca la actividad sindical y el sentimiento internacionalista tuvo
tanto sentido ni fue tan importante como ahora. Es hora de repensar un modelo
de producción y consumo más justo para nuestro planeta y actuar en
consecuencia.
Vicente Sánchez Jiménez, Secretario General Estatal de la
Federación de Construcción y Servicios de CCOO