Es Doñana un paradisíaco lugar
reservado para el afortunado disfrute del presidente del Gobierno de turno, en
períodos vacacionales siempre demasiado breves, para el propio presidente y
quizá para nosotros. Allí estará
Mariano Rajoy, el solitario Rajoy, dicen que
meditando los pasos a dar ya desde el mismo lunes, cuando todos regresan,
regresaremos, a la dura contienda política: elecciones, hoja de ruta
separatista en Cataluña, auge de formaciones emergentes -me parece que a Rajoy
le preocupa mucho más Ciudadanos que Podemos, claro está--, juicio Gürtel,
Bárcenas disfrutando de la Semana Santa procesional (y procesal), las salidas
de tono de la candidata
Aguirre, el destino de la candidata
Cospedal... Bueno,
temas de meditación sobre la actualidad inmediata no le han de faltar al
presidente, desde luego.
Alguien me podría decir que
cada año los comentaristas, por lo visto tan poco gratos al solitario
coyuntural de Doñana, somos capaces de escribir casi el mismo artículo:
lo que el jefe del Gobierno debe meditar y cómo en su breve fuga al cálido sur.
No figuro entre quienes ofrecen gratuitamente sus consejos a los mandatarios:
¿de qué serviría, suponiendo que tales consejos fuesen inveteradamente
acertados? Sí quiero pensar, y me gustaría que me piensen, que soy un crítico
independiente de lo que hace y no hace esta 'clase política' -que no casta,
insisto: esta palabra se ha quedado pronto 'demodé'- que nos gobierna desde el
Ejecutivo o desde la oposición.
Algún personaje que presume de
estar en el entorno del actual inquilino de La Moncloa (y de Doñana) me
interpela: "estás siempre contra Rajoy". No es verdad; que unos y otros te
acusen de favorecer al 'otro lado' es algo que va en el sueldo del periodista.
Respeto al presidente y le reconozco su responsabilidad inmensa como líder de
un Gobierno surgido de una mayoría absoluta en las urnas no hace aún ni
tres años y medio, que están siendo, por cierto, toda una vida. El Popular es
el único partido que aparentemente -otra cosa es lo que ocurre en el
subsuelo-mantiene una coherencia y una estabilidad internas, al menos en
comparación con lo que ocurre en otras formaciones.
Es eso mismo, que Rajoy tiene
más responsabilidad en lo que pasa y en lo que deja de pasar que otros líderes,
lo que me inquieta. Tiene sentido común, flema británica, serenidad para
conducir el autobús de la nación. Lo que ocurre es que las circunstancias a
veces hacen preciso un conductor de fórmula 1, y eso es, desde luego, lo que
Rajoy no es: tiende a mantenerse por debajo de la velocidad máxima permitida,
es uno de esos automovilistas desesperantes que, a base de cumplir de manera
escrupulosa y excesiva todas las normas del Código, a veces pueden llegar a
convertirse en un peligro, porque van demasiado despacio, demasiado por la
derecha -no es metáfora, ojo--, demasiado dispuestos a regañar a otros
conductores a los que juzgan imprudentes, o demasiado alegres en el manejo del
volante. Alguien que, con la que está cayendo y cayéndole, se limita a salir
del paso diciendo que "tendremos que corregir lo que haya que corregir", es
persona aficionada a la generalización y no a meterse en faena. Conducción
perezosa, carente de imaginación.
No es, en suma, un estadista, y
me parece que decirlo no es estar en contra del personaje, sino destacar una
obviedad: hay que exigir más a Rajoy, porque de su acierto dependen nuestro
bienestar y la calidad de nuestra democracia. La función del periodista no es
-al menos, no lo era-- turiferaria, sino crítica, y a mí, la verdad, el lento
paseo del solitario coyuntural en Doñana me sugiere algunas críticas. Claro que
Zapatero nos enviaba fotografías de él mismo corriendo por las dunas del Coto,
y puede que aquello fuese peor. Se me ocurre pensar que acaso haya que encontrar
un ritmo reformista adecuado a las obvias necesidades de cambio en el país. Un
país que, como su presidente, escapa, aquellos que pueden permitírselo, en unos
días de breve descanso antes de la gran batalla.
- El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'