lunes 23 de febrero de 2015, 09:55h
Hace
bastante tiempo que los españoles daban muestras de desafección hacia la
política cotidiana. A las circunstancias ingratas de la crisis se unió el
rechazo a frecuentes episodios de corrupción, el distanciamiento de los
aparatos partidarios y el escaso atractivo popular de los líderes. En el
tránsito por ese valle sombrío surgieron, como setas después de la lluvia,
variada clase de iniciativas oportunistas para hacerse algún hueco a costa del deterioro del predominio
bipartidista, sin mayor ambición que ganar influencia como bisagras o como
socios en una composición más compleja de las instituciones representativas.
Hasta ahí todo parecía explicable y era como una consecuencia natural de la
fatiga de materiales de un sistema exitoso, que había dado unos frutos sin
precedentes de estabilidad, libertad y progreso pero, también, había sufrido
graves deterioros por el paso del tiempo y los baches del camino. No tenía nada
de extraño pensar que, en próximos procesos electorales, se produjesen cambios,
novedades y hasta alguna sorpresa, sin que se pusiese en peligro la
convivencia, la seguridad y la estructura económica de la nación.
No
era, por el contrario, tan explicable y previsible que, en medio de un clima
propicio a vientos de depuración y actualización surgiese, y se estimase como
un factor operativo, una corriente pútrida con rasgos sicóticos que no pretendía competir con otras
alternativas de gobierno sino derribar el edificio laboriosamente construido
por varias generaciones de españoles. Gentes predispuestas a dejarse patrocinar
por ayatolas teocráticos o chavistas bolivarianos, propicios a descentrar el
eje de la seguridad atlántica, a dialogar con el terrorismo, a desbaratar los
niveles económicos europeos y, por supuesto, dispuestos a reabrir la
incertidumbre constituyente en España, como hicieron otros devotos de los
fracasos políticos hace ochenta y cinco años. Que existan estos ideólogos de
simposio en un marco de libertad intelectual es inevitable, como lo es que se
crean que el mundo en el que vivimos pueda ser obra de la influencia de Trostky,
del Che Guevara o de Nicolás Maduro y no de Churchil, de John Kennedy o de Juan
Pablo II. Estos teóricos son como son y no tienen remedio. Lo inconcebible es
que haya semicultos bocazas extrovertidos, cegados por su despiste o su
resentimiento, que se diviertan diciendo a quien quiera escucharlos, y si es un
encuestador mejor, que van a votar a tales orates, diciendo como Sansón al
romper las columnas del templo: muera yo y los filisteos.
La
única consecuencia positiva que ha provocado la intrusión en las cábalas
preelectorales de esta tropilla de indocumentados con su tendencia al morado
funerario y republicano, es que nuestros compatriotas, mucho más listos de lo
que creen los demagogos vocacionales, vayan dándose cuenta de lo que han puesto
en juego. Lo que está en juego no es la libre elección de partido, más hacia la
derecha o más hacia la izquierda, sino la resurrección de los viejísimos tics
totalitarios, que no son "de derechas ni de izquierdas", porque pretenden serlo
todo ellos y solamente ellos. Nada grave sucedería en España como nación ni en
el más pequeño municipio como pueblo porque presidiesen socialistas o
populares. Lo grave es que no pueda presidir ninguno o que lo tenga que hacer
pactando con el diablo. Lo grave es que el Estado pueda perder el rumbo y una
de las grandes naciones de Europa y de las plataformas estratégicas del mundo
libre se pueda retrotraer a una zona oscura con riesgos de inseguridad o ruina.
Por ello, según pasan los días y llegan fechas de prueba, hasta las menos
fiables encuestas van perfilando posiciones más realizables y menos contraproducentes.
Primero Andalucía, luego Madrid, después Cataluña, luego generales.
Por
espectaculares que sean los gérmenes malolientes de corrupción, por vacilantes
que sean las candidaturas y por imprecisos que sean los programas, una cosa es
arreglar las cuentas a quienes lo merezcan y otro regalar la llave de la caja a
pícaros irresponsables. Los partidos tradicionales, en peores condiciones y con
peores equipos que otras veces, van a tener que cumplir sus papeles con más
esfuerzo que nunca y recuperando fortaleza de su aparente debilidad. Juntos o
separados, su deber inexorable es salvar el bache y continuar la ruta de la
libertad, la seguridad y el progreso. El único favor que la formación titulada
"Podemos" está haciendo a España es marcar con trazo grueso la línea roja del
involucionismo de inspiración marxista, infectado por injerencias exteriores de
regímenes fracasados cuyo ejemplo, en ningún caso, ni debe ni puede ser
traspasado a la Europa contemporánea. Cuarenta años después es conveniente, de
nuevo, otro triunfo de la reforma sobre la ruptura, y del constitucionalismo
sobre el caos. Este es el reto que deberán afrontar los españoles en próximos
comicios.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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