'Don Juan Tenorio'de José Zorrilla
(1844) es, desde su estreno, la obra más
representada en los teatros españoles. Fue escrita en menos de un mes con el único objetivo de
sacar de sus apuros a una compañía teatral de la época, pero muy pronto caló
entre los espectadores y ha llegado a convertirse, sin duda, en el clásico más popular entre nosotros.
Hasta hace solo unas décadas, en torno a la época de
la transición, era costumbre que se
representase anualmente y, en muchos casos, en varios teatros a la vez. En
Madrid, en los años 60 y 70, podían llegar a verse más de diez teatros con la obra de Zorrilla
en cartel en torno a los primeros días de noviembre, festividad de todos los Santos
y de difuntos en el calendario cristiano.
Blanca Portillo ha llevado ahora 'Don
Juan Tenorio', en versión del dramaturgo Juan Mayorga, al escenario del Centro Nacional de Teatro Clásico
(CTNC), en una coproducción entre Avance Producciones, el Calderón de
Valladolid y el propio CTNC. La directora no esconde la clara intención que le
ha llevado a montar la obra que, día a día, llena hasta la bandera el Teatro
Pavón (sede provisional del CTNC): "Tenorio - ha dicho
Portillo de la obra- es hoy el vivo retrato del desprecio por los demás...
Vivimos en un mundo en el que ese desprecio se hace cada día más patente.
Sobrevaloramos a quienes destruyen, a quienes roban, matan, o violan las leyes...
En nuestro país seguimos pensando, aunque en ocasiones lo ocultemos, que esas
personas son admirables, son... "los listos", y los demás unos tontos que vivimos
sujetos y amordazados en el redil". Para terminar sentenciando que "creo que ya va siendo hora de que alguien
llame a Tenorio por su nombre". Y Blanca Portillo ha encontrado ese término preciso: Don Juan
es un ser despreciable.
No le falta razón a Blanca
Portillo al pensar que todavía hay entre nosotros muchos hombres y, lo que es
mucho peor, muchas mujeres que, aunque
consideran al Tenorio como un sinvergüenza, un
burlador, un truhán, amoral, pendenciero, frívolo, pedante o jactancioso (entre otras muchas cosas y
ninguna buena), también lo contemplan como un tipo simpático, que ha sido escogido por muchos hombres comomodelo de seductor. Pero
con ese cliché ha acabado ya definitivamente la actriz y directora, a quien no
causa ninguna simpatía que alguien diga de símismo que«Por donde quiera que fui/ la razón atropellé,/ la virtud escarnecí,/ a la
justicia burlé,/ y a las mujeres vendí./ Yo a las cabañas bajé,/ yo a los
palacios subí,/ yo los claustros escalé,/ y en todas partes dejé/ memoria
amarga de mí».
Contemporáneo
El Don Juan de Blanca Portillo está siendo muy controvertido,
tanto entre el público como entre la crítica. No se trata de un personaje de capa, sombrero con plumas y espada sino
de un hombre de nuestro tiempo, vestido con pantalones vaqueros y camiseta. Sin
embargo, aquel Don Juan del Siglo de Oro y este otro del siglo XXI son el mismo
personaje porque "el hábito no hace al monje" y, además, porque "obras son amores, y no buenas razones",
como dice el refranero castellano.
José Luis García Pérez es un brillante Don Juan Tenorio,
de personalidad oscura y voz ronca y
profunda; Ariana Martínez interpreta
a una Doña Inés tan delicada, dulce e ingenua entre las piedras del convento
como sensual, enardecida y apasionada en
la quinta del Tenorio; Beatriz Argüello, estupenda también en Brígida,
en un papel que borda diciendo el verso con la intención y la picardía
necesarias para doblegar la voluntad de la novicia y seducir al mismo Don Juan
y a su criado; Miguel Hermoso
encarna a un Don Luis Mejías lleno de fuerza y convicción; Eduardo Velasco, perfecto Ciutti; Alfonso Begara se mete hasta el fondo en su papel de Centellas; lo mismo que hace Alfredo Noval como Avellaneda; Luciano
Federico, el inquietante y sinuoso Buttarelli; Doña Ana, la prometida de Luis Mejía, es Marta Guerras; la abadesa, Rosa Manteiga; Raquel Varela es la tornera, y don Diego, Francisco Olmo, que luego dobla personaje como escultor, al final
de la obra.
Los personajes de este Tenorio de Portillo se mueven en una escenografía
absolutamente moderna y vanguardista, formada por tablones, mesas y espacios que cambian a la
vista del espectador los propios actores, en movimientos cadenciosos, que
se acompañan al ritmo de la música compuesta compuestas por
Pablo Salinas, de claros sonidos de
blues y jazz, e interpretada por Eva Martín (una voz y un registro
estupendos). La iluminación, intensa cuando hace falta, y sobria o matizada en
otros casos, es de Pedro Yagüe; y un
espacio sonoro limpio que no permite ni una sola interferencia
de los pocos móviles que, aunque se
ruegue e implore a los espectadores que desconecten durante la representación,
algunos asistentes hacen caso omiso de la misma y deleitan a sus compañeros de
butaca con sus inoportunas llamadas,
despertándoles sus hasta entonces
atenuados instintos asesinos. ¡Por Dios,
a este paso va a haber que meter los teléfonos en taquillas antes de entrar a
la sala!
Un montaje, en definitiva, arriesgado el preparado por
Blanca Portillo durante estos dos últimos años, pero que, a mi juicio, ha
merecido la pena. No era necesario que Doña Inés, después del último acto en el
que Don Juan, como todo ser viviente, acaba muriendo, diese rienda suelta a su
animadversión contra el sevillano escupiendo con rabia incontenible contra su cadáver. Quizás esa
sea la imagen que todos los espectadores
no dejaremos escapar de la memoria, cuando dentro de unos cuantos años
rememoremos esta versión que tiene también otros momentos muy interesantes, como
ese desdoblamiento final de don Juan que, entre estertores, después de una buena ingesta de alcohol, baja al patio de
butacas para volver a recitar los versos
que ya hemos citado, y que resumen su
personalidad y carácter despreciables (Por donde quiera que fui/ la
razón atropellé,...), para volver de nuevo a escena y, en segundos, volver a la
situación anterior para terminar de inclinar la cabeza definitivamente; o esa otra en la que Doña
Inés en un extremo del escenario y don Juan en el otro, van leyendo la una, y
componiendo el otro, la carta que sembrará la semilla del amor en la novicia...
Un verdadero tesoro de texto, de puesta en escena y de
interpretación, en donde todos y cada uno de los quince actores que pisan la
escena dan lo mejor de sí mismos para
ajustar sus papeles a la orientación que les ha marcado su personal directora
en esta función. Más que recomendable, eso sí, y que no le va a dejar
indiferente si a estas horas del partido
(las representaciones terminan el 15 de febrero) son capaces de encontrar aún
alguna entrada. Si es así, enhorabuena: está de suerte y podrá emprender cualquier empresa durante este 2015 porque la llevará a
buen puerto.