lunes 29 de diciembre de 2014, 14:53h
La gran prueba,
si es que todo sale según lo previsto, será el 25 de enero, fecha en la que se
abrirán las urnas en una Grecia hundida política y económicamente para elegir
un nuevo gobierno. Según las encuestas Syriza logrará la mayoría y podría
gobernar en coalición cambiando radicalmente las reglas de juego que hoy por
hoy se imponen en la Unión Europea. A partir de ese momento asistiríamos a un
pulso entre dos formas de entender y gestionar la crisis occidental: la que
sigue defendiendo la mayoría de los
gobiernos europeos liderados por
Alemania y la que ha anunciado cientos de veces el líder de Syriza, Alexis Tsipras. Es verdad que sus propuestas, acusadas de
populistas en muchas ocasiones, han ido bajando en radicalidad según subían sus
expectativas de llega al poder, pero no por ello podrán hacer lo contrario a lo
anunciado. Y lo anunciado choca frontalmente con lo que hoy por hoy se hace en
Europa. Cierto que ya no hablan de salirse del euro o pasarse unilateralmente
por el arco del triunfo la monumental deuda pública de su país, pero, pese a
todo, lo prometido por Syriza es cambiar el rumbo totalmente y ofrecer a los
griegos una alternativa esperanzadora de inversión pública o rebajar la edad de
las jubilaciones a los enormes sacrificios que desde su rescate hasta hoy les
ha impuesto la ortodoxia del ajuste que viene de la troika.
El problema es que para cumplir esas
promesas hay que ganar el pulso por la fuerza o negociar. Y lo primero parece
descartado porque, al menos hasta ahora, Europa -o quienes mandan en Europa- no
quieren experimentos y siguen creyendo que el ajuste duro es la única solución
a los problemas y el dinero, ay, lo tiene Europa y Grecia depende del BCE para
sobrevivir y no quebrar. Y eso puede gustar o no, pero es lo que hay y así las
cosas, Syriza tendrá que darse cuenta de que predicar ideales es mucho más
fácil que cumplirlos.
De lo que pase en Grecia -tan pronto-
dependerá quizás el futuro de Podemos y el panorama no es especialmente
propicio. Si yo fuera Pablo Iglesias estaría deseando racionalmente lo
contrario a lo que debe desear su corazón: una sorpresa y que Syriza siga en la
oposición y no tenga que enfrentarse a la sucia realidad.
Porque el punto débil de los dos
partidos, Podemos y Syriza, tan parecidos en tantas cosas, es que sus
postulados, en gran parte, no dependen
la voluntad de sus países respectivos sino que tendrían que pasar a la fuerza
por un cambio radical en la política de la UE que hoy por hoy no parece posible
pese a que las críticas hayan aumentado y pese a que el rescate griego -aun por
concluir- se reconozca en muchos foros como una chapuza. Pero oficialmente al
menos nada ha cambiado y por eso Syriza, si es que llega al poder, tendrá que
elegir entre un programa de mínimos negociado con la UE aparcando muchas de sus
promesas o salirse del euro antes de que te expulsen. Y ya se sabe que fuera de la moneda única
hace mucho frío.