lunes 15 de diciembre de 2014, 14:12h
Esa manía de despreciar vocales
típica del PSOE es tan peligrosa que lo deja en Cataluña convertido en un PSC
al que le sobran o le molestan los adjetivos de Obrero y de Español. También es
peligroso sincopar los apellidos de sus líderes, que se suponían distintos, al
emparejarse las zetas que los aproximan. Hay, sin embargo, una diferencia entre
la semisonrisa agridulce de ZP y las carcajadas tontorronas de SZ que hacen
pensar que no se ha mejorado con el cambio. La apariencia más fornida y
contundente de Pedro Sánchez hacía pensar en una arquitectura mental más sólida.
Pero, cuando le vimos posicionarse contra la reforma del Artículo 135 de la
Constitución acordada por su antecesor para imponer la llamada "regla de oro" para
el control del déficit público y contemplamos el expresivo silencio entre
irónico y piadoso de Zapatero tuvimos que pensar, contra lo previsto, que
habíamos ido a peor.
Esta
historia empezó con la buena impresión de un acuerdo con el partido gobernante
frente a las piruetas separatistas de Artur Mas, en línea de continuidad con la
experiencia de Rubalcaba. El primer síntoma de bisoñez lo dio SZ sin perder
tiempo, en el Parlamento Europeo, al distanciarse de los otros socios
socialdemócratas y hacer votar a sus diputados en la línea de las
extravagancias y extremismos antieuropeístas, presentándose en la esfera
internacional como dirigente poco fiable. Aquí fue observado con alguna
benevolencia, atribuyéndole el mal paso a improvisación o inexperiencia. Luego,
ya más asentado en su puesto, descubrió que, en política interior, la panacea
era el federalismo, cuando los nacionalistas exacerbaban su pasión separatista
como sí, con esta etiqueta, fuese a tranquilizar los ánimos sediciosos. No
parece que Pedro Sánchez sea muy dado a extraer lecciones de la historia, Pero
es demasiado ignorar que el hipotético federalismo fue el lema y el estrepitoso
fracaso de la I República española que, tras estrellar cuatro presidentes
en once meses, feneció sin haber conseguido promulgar una Constitución Federal,
desbordada por las subversiones cantonalistas que se le adelantaron con sus
"derechos a decidir" locales creando sus fronteras, declarando sus guerritas y
emitiendo sus moneditas antes de que los prohombres federalistas llegaran a
dibujar su mapa federalizante.
Dispuesto
a alimentar ideas para aclimatar a sus compañeros catalanes con terceras
posiciones, comenzó a ofrecer "blindajes" por medio de proyectadas reformas al
Título VIII de la constitución en campos propicios a la deconstrucción como
Educación o Sanidad y regulando con más flexibilidad las "consultas
refrendatarias". Con tan imaginativas ideas los separatistas encontrarían
allanado el camino para sus propósitos de insolidaridad. Entusiasmado con tan destructivas
ideas, ha comenzado a plantear una reforma constitucional con un objetivo
indefinido, en que cabe todo, inclusive convertir a la Constitución vigente, la
primera de la historia de España nacida del consenso general y aprobada por
refrendo popular, en algo diferente y menos estable que no se sabe si se
trataría de otra Constitución o de la misma, retocada de tal manera que ya no
tendría el peso democrático de su legitimidad de origen y de sus décadas de
aplicación. Parece olvidar SZ que ninguna profunda renovación constitucional
puede concebirse sin un acuerdo entre los grandes partidos mayoritarios y sin
un previsible respaldo popular que la refrende pues no es concebible degenerar
desde una Constitución de consenso a una Constitución excluyente convertida en
bandera partidista. La acumulación de reformismos sin base de consenso está
convirtiendo al imprescindible partido socialista en un despropósito político.
Si como aparenta, no tiene voluntad de coalición es inútil que proponga
reformas que afecten a la estructura constitucional, pues lo que ha dejado bien
claro la Constitución vigente es que "la soberanía nacional reside en el pueblo
español" y por tanto es necesario contar con una mayoría popular para el
acuerdo o es vano predicar reformas constitucionales profundas. La
Constitución, como la norteamericana de 1787 o la francesa de 1958, no está
hecha para una temporada sino para una era.
No es extraño que se
publiquen artículos en sus propias filas contra "los eslóganes políticos que no
aguantan un mínimo análisis de rigor". Desde la "vieja guardia" a las jóvenes
promesas se va extendiendo una perplejidad crítica frente a las endebles
iniciativas del neolíder que parece más preocupado por competir con Pablo
Iglesias que por presentarse como un hombre de Estado. Es tópico recordar la
fase de Winston Churchill: "El hombre de Estado trabaja para las nuevas
generaciones y el político para las próximas elecciones". Se comprende que no
todos los políticos den el nivel de hombres de Estado, pero es un nivel
imprescindible si se aspira, como pretende, a ser candidato de un partido de
Gobierno. Abrir la lata dentro de la que se conserva el producto nacional sin
saber cómo se podrá conservar el producto con la lata abierta es tener poca
cabeza. Eso lo debe de saber un partido
cuya capacidad de alternativa solo será consecuencia de experiencia, moderación y capacidad para los acuerdos de
Estado. Sin estas virtudes, reducido a ocurrencias oportunistas o demagógicas,
cualquier "Podemos" le puede adelantar. Pedro Sánchez es demasiado alto,
demasiado planchado y demasiado clásico para dejarse coleta. Su oportunidad era
presentar un socialismo más sólido que lo que fue el de Zapatero. Pero,
lamentándolo, hemos de reconocer que, por lo que se está viendo, SZ es peor que
ZP.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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