Desde
hace muchos años siento el mayor respeto por el secretario general de UGT,
Cándido Méndez. Lo cual no significa que yo no piense que debería haber
anunciado, y consumado, su retirada hace ya algún tiempo, no demorándola hasta
fecha tan tardía como 2016. Como protesta ante lo que estaba haciendo su
organización en Andalucía, por ejemplo; sé que anduvo tentado de dar un
portazo, pero, al final, cedió a las presiones de su entorno y no lo hizo. O
podría haberse marchado cuando el líder ugetista en Madrid fue sorprendido en
el feo asunto de las tarjetas 'negras' de Caja Madrid. Primó en él esa mezcla
de sentido del deber y de pereza ante el cambio que es lo que muchas veces nos
sujeta al sillón.
Le
conozco desde hace tantos años como los que lleva en la secretaría general del
sindicato. Todos los días pasaba andando, recorriendo un largo trayecto hasta
la suya, por delante de mi oficina. Creo que los bienes materiales, todas esas
cosas que otros anhelan, casas, coches, viajes de lujo, restaurantes de muchos
tenedores, a él le resbalan. Pero le ha faltado el valor de la denuncia de
muchas cosas. Y lo, que es peor, le ha faltado el coraje del cambio: los
sindicatos españoles no pueden seguir así, anclados en el mundo laboral del
posfranquismo. Hacen falta ideas nuevas, reaccionar positivamente ante términos
como 'emprendimiento' o 'trabajador autónomo', porque ambos están inscritos en
una realidad y porque hay muchos postulados, entre ellos algunos que también
reivindican nuevas formaciones -semana laboral de 35 horas, jubilación a los
sesenta--, que son, sencillamente, imposibles.
Creo
que debemos reconocimiento a Cándido Méndez porque muchas veces ha sabido
colocarse en actitudes constructivas y prácticas. Ha sabido no romper la
baraja, evitando el caos, aunque no haya sabido forzar unos nuevos pactos de La
Moncloa, los que sí aceptó al fin su antecesor, Nicolás Redondo.
Yo
creo que el tiempo de Cándido Méndez ha pasado. No porque ahora cualquiera que
haya sobrepasado los cincuenta -ponga usted, si quiere, los sesenta-está
considerado como un trasto viejo e inútil. No; es porque, con su mentalidad
actual, toda la UGT, por citar solamente a este sindicato, corre el riesgo de
convertirse en un trasto viejo e inútil, y no están las cosas como para que
algo tan valioso, tan necesario, como un sindicato se oxide hasta el punto de
resultar inservible. Los tiempos del cambio han llegado al mundo laboral: puede
no ser una crisis, sino una oportunidad.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>