Reconozco
que he mantenido una buena relación con el presidente de la Junta de Extremadura,
José
Antonio Monago, cuyas cualidades políticas aprecié y aprecio. También es verdad
que, tras el estallido del caso de sus viajes como senador a Canarias, donde
mantenía una relación amorosa, pedí públicamente su dimisión, por entender que
no había dicho la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, sobre los
motivos de estos viajes. Ahora, tras su comparecencia este viernes en rueda de
prensa, con documentos en la mano, para insistir en su versión de que él pagó
sus viajes personales y el Senado los profesionales, debo admitir que ya no
estoy tan seguro de la intransigencia con la que me he comportado en la última
semana. No me duelen prendas para decir aquí que tan vez me excedí, que tal vez
algunos se excedieron, a la hora de cortar cabezas 'corruptas' sin haber
comprobado hasta qué punto lo eran en efecto.
Escuché
lo que Monago tenía que decir o, al menos, escuché todo lo que pude en directo.
No he podido ver los justificantes del Senado y los extractos de su tarjeta de
crédito con los que pretende corroborar su versión. Pero admiro, he de decirlo,
su coraje político, saliendo a batallar frente a unos medios de comunicación
que, mayoritariamente, le hemos considerado culpable antes de que saliese él a
ofrecernos sus pruebas. Quizá tenga él razón en todo o en parte, y no hemos
querido aguardar a escucharle. Hemos tirado la primera piedra, y muchas más,
puede que con precipitación. Y me viene bien el 'mea culpa' para decir que
acaso en España, en el afán, lógico y necesario, de combatir una corrupción que
nos anega, estamos exagerando el celo justiciero. Tengo que decir, y sé que
algunos me fusilarán en alguna red social, o dondequiera, por ello, que
comparto la tesis aventada por el presidente gallego,
Alberto Núñez Feijóo,
advirtiendo -porque parece que hace falta-que un imputado no es un procesado y
menos aún un culpable, y que puede que exigirle la dimisión antes de tiempo sea
una forma más de injusticia.
Por
ello me rebelo contra los que guillotinaron al ex ministro
Ángel Acebes, y
contra quienes ahora pretenden hacerlo con los ex presidentes andaluces (y del
PSOE)
Chaves y Griñán. Por eso me inquietan esas 'penas infamantes' o 'de
telediario' con las que, al margen de cualquier Código Penal, en ocasiones
arrebatamos la fama a gentes que caen en macro-redadas judiciales para, al cabo
de las dos horas, ser puestas en libertad sin fianza alguna. Por eso mismo hoy
me siento un poco agobiado por cosas que dije, incluso anoche, ante los micrófonos
de una radio condenando con antelación a un Monago que no sé si me ha
convencido (ya digo que no lo sé todo de todo, ni he podido comprobarlo), pero
que parece tener razones que mi razón inicialmente no quiso comprender. No
pongo, a estas alturas, la mano en el fuego por nadie. Pero pido perdón cuando
me equivoco, aunque sea provisionalmente. Perdón, pues.
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