Hace dos semanas, la oposición acorraló en la sesión de control
parlamentaria a un derrotado Artur Mas. Hoy, tras la celebración de la consulta
alternativa, el presidente de la Generalitat está radiante, feliz, se le escapa
la sonrisa. Está tan contento que ni siquiera le preocupa la posible
intervención de la Fiscalía que ayer anunció la líder del PP catalán, Alicia
Sánchez-Camacho.
"¿Se imaginan lo que supondría la Fiscalía actuando contra alguien por
poner las urnas? Sería una imagen dramática para Españas", ha asegurado un
Mas que está a la espera de ver qué dice
Mariano Rajoy esta mañana sobre la
pseudo-consulta independentista del pasado domingo. Un acto en el que, según la
Generalitat, participaron 2,3 de los 6,3 millones de personas censadas en Cataluña.
Mas triunfó porque logró que una parte significativa de la población saliese
a la calle para votar en un acto carente de garantías democráticas. Pero
también es verdad que cuatro de esos seis millones llamados a las urnas se
quedaron en su casa. Así se lo han recordado el líder de Ciutadans,
Albert
Rivera; el del PSC,
Miquel Iceta, y la propia
Sánchez-Camacho durante la sesión
de control.
Mas ha hecho oídos sordos a estas cifras, escudándose en que nadie sabe qué
piensan esos cuatro millones que no votaron. Lo que ahora preocupa al
presidente catalán es poder agotar la legislatura para sacar pecho y remontar
ante unas encuestas que dan a su partido una pérdida de votos considerable.
Para eso necesita un socio que apruebe sus presupuestos del año que viene.
El PSC podría ser ese aliado. La sintonía entre Iceta y Mas era palpable esta
mañana. Sin embargo, el presidente ha demandado al líder socialista que
convenza al PSOE para que reconozca el derecho a decidir. Una condición de
difícil cumplimiento, pues el secretario general de los socialistas españoles,
Pedro Sánchez, ya ha dicho por activa y por pasiva que su proyecto pasa por una
reforma de la Constitución que ahonde en el federalismo.
Pese a estas discrepancias, cada vez parece más evidente que el PSC es el
único posible socio para que CiU pueda agotar la legislatura en Cataluña y
llegar hasta 2016. El divorcio entre Mas y Esquerra es innegable. El líder de
los republicanos,
Oriol Junqueras, ni siquiera se ha molestado en formular la
pregunta al presidente en la sesión de control y ha cedido ese honor a su
secretaria general, Marta Rovira.
Mas insiste en negociar con el Estado en busca del permiso para celebrar una
consulta acordada. Ahora que se siente respaldado por la ciudadanía, no ve necesidad
de adelantar las elecciones y estrellarse. Y en todo caso, estaría dispuesto a
convocar los comicios en última instancia y si ERC se aviniese a formar parte
de una lista conjunta liderada por CiU. Junqueras quiere comicios para
ganarlos, como vaticinan las encuestas, y declarar la independencia de forma
unilateral.
Lo que está claro es que Mas no tiene prisa. Piensa saborear su triunfo
lentamente. En las próximas semanas hablará con los líderes de los partidos
catalanes, con excepción del PP y Ciutadans. En paralelo, tratará de reiniciar
el diálogo con Rajoy. Y sólo cuando tenga atados todos los cabos, presentará su
hoja de ruta definitiva.
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