Las cifras de
las urnas son inapelables: a
Artur Mas le salió bastante bien la jornada del
9-n. Una votación de más de dos millones doscientas mil personas, de las que el
ochenta por ciento dijeron 'sí' a la independencia, tiene que hacer
meditar al atribulado inquilino de La Moncloa. Y a todos nosotros. Que
Mariano Rajoy se la jugó este domingo de extraña,
atípica, no oficialmente reconocida, votación en Cataluña, es obvio. Aunque no
se la ha jugado tanto como Artur Mas, de quien nadie sabe muy bien qué hará a partir de este lunes, una jornada que habría de
marcar el inicio 'formal' de una negociación entre la Generalitat y
la Presidencia del Gobierno central (porque informalmente siempre ha existido
tal negociación, claro está). ¿Se lanzará ahora Mas
de cabeza a la búsqueda de la independencia? Creo que no podría cometer mayor
error. También creo que es bastante probable que lo cometa.
En apariencia,
los dos, Rajoy y Mas, han logrado
salvar la cara para llegar más o menos vivos hasta el 9-N: el primero ha
logrado que no se dé ese 'referéndum secesionista' que el president
de la Generalitat anunció incluso por carta a los primeros ministros europeos;
Mas ha salido mejor parado: consiguió que,
al menos, hubiese urnas en los colegios, que
no se reprimiese a los voluntarios que
organizaron la jornada electoral y tampoco a los catalanes que quisieron
ejercer su 'derecho al voto', impulsado por las instancias
oficiales y por los medios de comunicación 'catalanistas'. Al final de la jornada, el president de la Generalitat,
acompañado por la vicepresidenta,
Joana Ortega, pudo salir triunfante ante los
micrófonos: era su momento de exigir, ahora sí, un referéndum 'formal'
a Madrid, cuya "miopía política" lamentó.
En Madrid, tan
solo aparecía ante los medios, y sin responder a pregunta alguna, el flamante
ministro de Justicia, para tachar el 9-n de "simulacro estéril" sin
validez. Una reacción muy liviana y descomprometida ante la avalancha de
votantes que pude ver en las largas colas que aguardaban para ejercer su 'derecho
al voto' en los colegios catalanes. Pienso que el Gobierno central no se
esperaba estos resultados de un lluvioso 9 de noviembre. Alguien cercano al
Ejecutivo me confesó anoche que el Estado, al menos en su concepción
tradicional, acababa de sufrir un quebranto. Es la hora de los estadistas para
remendarlo.
Pero ninguno de los dos, ni Mas ni Rajoy, ha mostrado ser un estadista. Tendrán que procurar
serlo ahora, tras la jornada 'electoral' de suficiente
normalidad y bastante escasez de incidentes de este domingo, en el que casi lo de menos ha sido el alto grado de participación de la gente en un acto
sin trascendencia jurídica alguna, pero con un significado indudable: lo más llamativo es
que sí se votó y que se ha sentado un precedente. Ambos, Rajoy y Mas,
se han dejado pelos en la gatera, como no podía ser de otra manera. Rajoy ha
hecho gala de prudencia, de contención, de mesura, pero no de ideas para
liderar una situación que, reconozcámoslo, le ha estallado en las manos sin
haberla provocado, más allá de sus errores de comunicación con Mas ya a raíz de
aquella Diada de 2012. Artur Mas se ha alejado de sus socios, Esquerra
republicana e ICV, ha provocado grietas en la coalición con Unió y tensiones
internas en su partido, Convergencia, que ahora aparece en las encuestas como
claramente minoritaria frente a Esquerra, una Esquerra recelosa y mosqueada ante las
informaciones que hablan de que la negociación entre Generalitat y Gobierno
central no se ha interrumpido en ningún momento.
Si Artur Mas logra evitar una
convocatoria anticipada a unas elecciones autonómicas, que es de temer que
ganaría Esquerra, se podrá ir tejiendo un mantel de normalidad que tape
tensiones secesionistas y otorgue algunas 'cosas buenas' a
Cataluña: ahí están, sobre la mesa e intocadas, las veintitrés peticiones que
Mas se llevó a Madrid en su cita monclovita de finales de julio pasado. Hay que
hacer algo, desde 'Madrid', que le sirva a Mas para blandirlo ante
el electorado, ahora que ha salido bastante
triunfante de la prueba, recuperando terreno frente a la intransigencia
de ERC, que es el auténtico peligro para Convergencia, para Unió, para el
Estado central y, desde luego, para la empresa, la burguesía y las clases
medias catalanas: ¿qué sería de Cataluña con un Govern exclusivamente en manos
de Esquerra? Eso, en Barcelona, desde donde escribo,
se lo preguntan todos. Menos, claro está, ciertos portavoces institucionales, algunos medios y las sedicentes representantes de una
parte de la sociedad civil.
Esa será precisamente una de
las bazas negociadoras: que las 'esteladas' en los balcones sirven, lo mismo que la Diada, para una
jornada festiva en la que la gente se acerca a los 'colegios
electorales' en medio del paseo dominical. Pero luego viene la dura
realidad, la economía, la necesidad de mantener el estado de bienestar, la
'marca Cataluña' en el mundo, las buenas relaciones con los vecinos
aragoneses, valencianos, con el resto de los españoles, que compran productos
catalanes, establecen oficinas en Barcelona y hasta, como ha ocurrido este fin
de semana desde un recinto especializado en Madrid, 'exportan'
ejemplares de aves en peligro de extinción a las montañas catalanas. Las relaciones, a todos los niveles de la vida civil,
existen y florecen, pese al clima enrarecido oficialmente.
Es decir, ahora habrá que
gestionar, desde la anormalidad máxima que hemos vivido, la normalidad. Que el
Rey pueda visitar cualquier localidad catalana sin incidentes ni gritos, que
Rajoy pueda acudir a Sant Jaume lo mismo que Mas a La Moncloa, que los
ministros inauguren cosas en tierras catalanas, que los parlamentarios
catalanes en las Cortes se produzcan sin estridencia alguna. Que funcionen las
instituciones autonómicas, todo lo reforzadas que ustedes quieran, pero que son parte del Estado autonómico al fin. Y que
las familias catalanas puedan, de nuevo, hablar de política en la paz del hogar
entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanos, entre
amigos de toda la vida que ahora callaban ante ciertos temas o se enemistaban por esos mismos temas.
¿Qué hace falta para
conseguirlo? No mucho, la verdad. Diálogo, diálogo, diálogo, sin aferrarse a
ese incómodo 'legalidad, legalidad, legalidad' tan empleado por
Rajoy, ni a ese 'sí o sí', tan cazurro, de Mas, el hasta ahora
rehén de
Oriol Junqueras...aunque negociaba secretamente, bajo cuerda, con
'Madrid', es decir, con, entre otros, el todopoderoso asesor de
Rajoy,
Pedro Arriola. Dígame usted, amable
lector, si no hay motivos para un cauto optimismo:
nada puede ser peor, por lo que tendrá que
mejorar a partir de ahora. Mucho depende,
claro, de ese Rajoy de quien los viajeros a La Moncloa dicen que está
acorralado y pensando no tanto ya en las elecciones municipales y autonómicas
cuanto, mucho más a corto plazo, en esa comparecencia parlamentaria del próximo
día 27 -otra valla en la carrera-para detallar cómo diablos va a
luchar contra la corrupción quien no ha podido lograr ni la dimisión del
viajero extremeño Monago.
Y mucho
depende también, desde luego, de ese
Artur Mas desgastado -aunque, con la euforia del domingo noche, él no se haya
dado cuenta aún--, que no ha hecho, contra lo que
él piensa, ningún favor a Cataluña con todo lo que ha montado, aunque
aún pueda obtener algunas ventajas para esta Comunidad. Realismo, realismo,
realismo, ha de ser ahora, por fin, la consigna. Aunque,
vistas las cosas sobre un pedestal de dos millones doscientos cincuenta mil
votos, la realidad pueda deformarse un tanto.
-
El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>