jueves 30 de octubre de 2014, 09:25h
Rindo aquí un homenaje a los
acuñadores de conceptos capaces de resumir en una palabra una idiosincrasia.
Como el adanismo, ese concepto forjado por Ortega para advertirnos a los
españoles de peligro de creer que cada generación descubre la novedad de la
política cuando cada invención que se pretende vender como revolucionaria ya se
ha probada por muchas generaciones. Otro autor, el premiado escritor y
periodista argentino Martín Caparrós, acuñó por su parte otro término esencial,
e incluyó su definición en su libro Argentinismos: "Honestismo,
sust. mas. sing., argentinismo: la convicción de que -casi- todos
los males de la Argentina actual son producto de la corrupción en general y de
la corrupción de los políticos en particular". Y amplía esa definición de un
modo tal que resulta fácil cambiar el nombre de un país por otro: "La furia
honestista tuvo su cumbre en las elecciones de 1999 cuando elevó al gobierno a
aquel monstruo contranatura, (Caparrós se refiere a la Alianza por el Trabajo,
la Justicia y la Educación y a su presidente, Fernando de la Rúa) pero nunca
dejó de ser un elemento central de nuestra política. Muchas campañas políticas
se basan en el honestismo, muchos políticos aprovechan su arraigo popular para
centrar sus discursos en la denuncia de la corrupción y dejar de lado
definiciones políticas, sociales, económicas. El honestismo es la tristeza más
insistente de la democracia argentina: la idea de que cualquier análisis debe
basarse en la pregunta criminal: quiénes roban, quiénes no roban. Como si no
pudiéramos pensar más allá."
Y en nuestro adanismo tan español creemos que la
ola mediática que nos sacude escandalizada por la corrupción es nueva y
original, como si el escándalo del estraperlo y la indignación por el caso Lombela
no hubieran atizado los populismos extremistas que llevaron directamente a la
Guerra Civil. Que no hay nada nuevo lo demuestra la denuncia de Martín Caparrós,
basada en la interesada ambigüedad ideológica de quien enarbola la denuncia de
la corrupción como estandarte para evitar pronunciarse sobre los aspectos
concretos de un programa político. Dice Caparrós refiriéndose al caso
argentino: "La corrupción existe y hace daño. Pero también existe y hace daño
esta tendencia general a atribuirle todos los males. La corrupción se ha
transformado en algo utilísimo: el fin de cualquier debate".
Porque la honestidad no es patrimonio de ninguna
ideología, aunque todos gusten de tirarse a la cabeza el gatazo de la
corrupción, como si los arrebatacapas sólo pudieran ser de la ideología
contraria a la del que vocifera indignado. Sigamos a Caparrós, que ya está todo
inventado: "La honestidad puede no ser de izquierda o de derecha, pero los
honestos seguro que sí. Se puede ser muy honestamente de izquierda y muy honestamente
de derecha, y ahí va a estar la diferencia (...) Digo, en síntesis: la honestidad
-y la voluntad y la capacidad y la eficacia-, cuando existen, actúan,
forzosamente, con un programa de izquierda o de derecha." La conclusión es
obvia, el bronco griterío de quienes se acaloran por la corrupción para elevar
a un nuevo partido evita discutir si sus propuestas son de izquierdas o de
derechas. Especialmente cuando ese nuevo partido evita cuidadosamente cualquier
definición ideológica afirmando, que se su intención es hacer una política que
no sea ni de derechas ni de izquierdas. Pero supuestamente honesta.
Curiosamente, eso, según Martín Caparrós es más propio de unos que de otros:
"La ideología de cierta derecha siempre consistió en postular que no hay ideologías,
y que lo que importa es la eficiencia, la honestidad".
En la Argentina la Alianza alcanzó el poder gracias
al rechazo a la corrupción del gobierno Menem. El nuevo presidente, de la Rúa,
se las arreglo para levar en poco más de dos años al país al desastre
económico. Reestructuró los compromisos de deuda externa; en la práctica un
default, provocó la fuga masiva de capitales y la retirada de fondos de las
cuentas bancarias. Para evitarla decretó "el corralito". Los desórdenes
consiguientes y la rebelión popular le obligaron a imponer el estado de sitio y
hubo decenas de muertos en las calles.
Su gobierno, aupado al poder por la corrupción
ajena y el énfasis honestista, cayó en diciembre de 2001 después de poco más de
dos años en el poder, dejando a la Argentina sumida en el caos económico sin
que eso haya servido nunca de ningún escarmiento para el adanismo patrio.
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (1)
31156 | kroker - 31/10/2014 @ 11:11:29 (GMT+1)
He leído varias veces tu artículo, y es bastante pétreo, muy difícil de rebatir. Pero bueno, para empezar nosotros no somos argentinos, pues si bien tenemos muchas similitudes nuestra idiosincrasia es bastante diferente. La tradición populista en ese país está tan arraigada, que para alguien que no sea argentino es difícil de entender "eso" del peronismo. Ellos no han tenido una guerra civil en el siglo XX, cosa que ha marcado y marca aún a la sociedad española.
Si lo que se está planteando con Podemos es un populismo tipo argentino, me parece que por ahí no pueden ir los tiros; más que nada porque la base ha sido siempre el movimiento sindical argentino mezclado con una especie de falangismo de baja intensidad, y aquí los sindicatos son parte de la "casta" y los movimientos para o neo fascistas brillan por su ausencia (salvo lo que está ocurriendo en Cataluña bajo el disfraz de la ANC y otros).
Cuando a un partido lo votan gentes de derechas y de izquierdas, como ocurrió en las europeas, la única lectura que lógica es que ha sido un voto de castigo al sistema, a todo el sistema. Digamos que ha sido el primer toque de atención serio de la sociedad española, a los políticos, que llevan tiempo siendo vistos como uno de los problemas graves de España.
Una mayoría absoluta como la del PP en los últimos comicios nacionales, no sale solo de la clase media (cada vez menos media), y mucho menos de las minoritarias (cada vez más) clases altas; también la clase trabajadora ha tenido su parte de responsabilidad. Han creído las promesas del PP, de menos paro y arreglo de la economía, base fundamental de su programa (es resto les importaba un pimiento a todos), y Rajoy ha hecho todo lo contrario. De otro, la camarilla socialista instaurada en el partido, después de tanto desastre no dio u paso atrás para evitar el hundimiento del partido, y así les va.
Tampoco es de ahora el malestar, desde el 15M la sociedad española ya no es la misma, cada vez se oyen protestas, más desencanto con lo que pasa, y más encabronamiento con aquellos que deben aportar soluciones. Hasta ahora, ha sido la clase baja, y la clase media (esa que sostiene todas las democracias modernas), las que ha pechado con la crisis. La capacidad de aguante es cada vez menor, y como se suele decir, de perdido al rio, si esto tiene que reventar, pues que reviente.
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