Esto ya huele a elecciones. Y eso que 'solo'
faltan seis meses y pico para las municipales y autonómicas, y por lo menos un
año largo para las generales. No importa: no hay acto, sea una presentación de
libro, una conferencia, un desayuno de los multitudinarios,
como el de este miércoles
convocado por Europa Press en torno a Susana Díaz, en el que no flote ya un
aroma preelectoral. Nosotros mismos, los periodistas, superado ya el morbo
informativo de ese pretendido referéndum secesionista catalán del próximo día
9, que ha adquirido tintes de puro sainete -ay, si esto lo pillan los hermanos
Arniches...--, andamos ya encelados en las próximas, e importantes,
confrontaciones electorales.
Lo malo es que, al olor de los votos, lo demás parece
importar poco. Probablemente eso justifique que, por ejemplo, no se haya
suscrito un pacto entre los principales partidos para combatir más eficaz y
ampliamente la corrupción: vamos a asistir a una carrera de iniciativas a cual
más audaz, una competición en la que PP, PSOE, UPyD, IU, Podemos y quien se
tercie, presentarán propuestas, proposiciones, borradores, para luchar contra
esa lacra, que algunos de ellos -no todos, ni todos en igual medida, por
cierto--tanto han favorecido, de la corrupción. Con lo cual ya verán ustedes cómo,
al final, nada de todo eso prosperará, y concluiremos la Legislatura sin haber
avanzado un paso en esa lucha.
Y, como eso, todo: la alianza frente a las tentaciones
independentistas de
Artur Mas pierde fuerza, porque
Mas, la verdad, ha dejado
de ser una amenaza seria; luego ya llegará la amenaza
Oriol Junquera y, los del
lado de acá, ya iremos improvisando algo, como siempre. O podríamos hablar de
las reformas económicas. O de la mejora de la calidad democrática, que es algo
siempre demorado por el gobernante de turno y urgido por el opositor de turno,
que, a su vez, lo olvida cuando se convierte en el gobernante de turno.
Creo que las campañas electorales son buenas: obligan a los
partidos a hacer propuestas novedosas y beneficiosas para la ciudadanía. Claro
que una parte de las promesas contenidas en los programas electorales queda
olvidada, lo cual es algo que forma parte de los sobreentendidos; pero hay
cosas que luego deben cumplirse y eso hace que, poco a poco, la humanidad haya
ido progresando desde los tiempos del derecho de pernada. Por el contrario, las
precampañas eternas son nocivas: todo se va en el cañoneo verbal de los
contendientes, en apuñalamientos internos en los partidos y en aplazamientos de
decisiones importantes. Y, claro, cualquier pacto, acuerdo, arreglo, para
mejorar el estado de cosas se aplaza hasta después de las elecciones. El
ciudadano importa menos que el mensaje que se lanza al ciudadano.
Esa es exactamente la situación que ahora vivimos, esa
situación que tanto parece gustar a la clase política, que vive de eso y casi
para eso: cabalgamos con la armadura puesta, prestos para la batalla. Una de
esas batallas en las que, como en la admirable película 'senderos de
gloria', solamente mueren los soldados de a pie, nunca los generales.