Érase que se era un país
amante de los bares en cada esquina, de la fiesta nacional, de la difamación y
de hacer oídos sordos al clamor de la calle. Un país en el que algunos
gobernantes y sus familias pensaban, y por lo visto pensaban bien, que todo se
les debía y que, por tanto, todo podían tomarlo gratis, hasta el punto de que
los ciudadanos se habían acostumbrado ya a los desmanes y consideraban
excepcional cualquier comportamiento que otras naciones vecinas hubiesen creído
simplemente normal. Un país que se desangraba continuamente en peleas territoriales
sin causa ni método y en las que los contendientes sabían de antemano que,
fuese cual fuese el resultado, la cosa acabaría peor que como empezó. Un país
en el que encontrar petróleo era una desgracia, motivo de fricciones políticas,
lo mismo que el sanamiento de una paciente heroica, a la que las autoridades
difamaron y maltrataron: en lugar de alegrarse por la mejoría y de la buena
acción de los médicos, se organizó una gran trifulca para hablar de lo mal que
iba la sanidad nacional.
Aquel país que digo, y que no
identificaré, se perecía por las discusiones bizantinas; con decirle a usted
que acabó la actividad de una banda terrorista asesina y algunos hasta parecían
lamentarlo o, al menos, seguían negando la evidencia muchos meses después...Nada
gustaba más a los habitantes de aquel país que interrogase acerca de si se
trataba de galgos o de podencos, mientras los canes destrozaban la moral
nacional con sus mordiscos.
La última imagen surrealista
de aquel muy surrealista país consistió en la reproducción en los periódicos de
una fotografía a todo color en la que se mostraba una idílica mañana soleada en
un campo de golf. Una atractiva joven, ataviada para la ocasión, comenzaba un
swing y su acompañante la miraba, plácido. No era el único que miraba: unas
decenas de personas, de color oscuro, también parecían seguir la partida,
encaramadas a una alta valla metálica, quién sabe si adornada o no con eso que
eufemísticamente se llamó 'concertinas' y que el vulgo de aquel
país identificaba con cuchillas. Puede que aquellos espectadores oscuros
estuviesen jugándose la vida, quizá para entrar en el campo de golf y aprender
a practicar un deporte que en sus países parece no estar muy extendido. Dicen
que, mientras tanto, en el Parlamento de aquel extraño país discutían acerca de
cómo llamar a la devolución 'en caliente' de aquellos espectadores
tan atípicos a sus lugares de origen, porque, decían las autoridades con su
superior criterio, en aquel campo de golf no cabían.
Aquel país tenía en su álbum
otras muchas fotografías surrealistas, aunque quizá no tanto como sus propios
debates políticos. Menos mal que le quedaban los bares y la mala leche para ir
tirando.
-
El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>