Esto
es la locura. A esa consulta informal, remedo de referéndum, encuesta
callejera o como quiera el molt honorable
Artur Mas que se llame eso que
ha organizado para el próximo 9 de noviembre, o sea, para ya mismo, es a
lo que me refiero. Por supuesto, estoy en contra del proceso
secesionista en Cataluña y figuro entre los que, con entusiasmo, se
adhieren a que algo hay que hacer con urgencia para que los catalanes,
todos los catalanes, acepten con al menos algo de satisfacción seguir
donde siempre, desde que el territorio nacional es territorio nacional,
estuvieron: con el resto de los españoles. Pero, una vez hecha esta
'declaración de afectos', tengo que decir, como mirón profesional de la
cosa política que soy, que jamás, en cuarenta y dos años de ejercicio
profesional, había visto tal desbarajuste, tal ceremonia de la confusión
dirigida contra el ciudadano, con el único y solo objetivo de que un
gobernante salve la cara y saque del cenagal la pata que ha metido muy,
pero que muy hasta el fondo.
No
me extraña que hasta los pegajosos 'socios' de Esquerra estén, ya ni
siquiera de forma tácita, hartos de los enredos de Artur Mas, enredos
que, en primer lugar, le afectan a él mismo, que se ha hecho, por
emplear términos rajonianos, 'un lío'. Menos aún me extraña que el
todavía coligado
Josep Antoni Duran i Lleida esté buscando terreno hacia
el que dar el salto, lejos de su viejo pacto con Convergencia. Ni me
extraña tampoco que en la propia Convergencia se adviertan síntomas de
grave desconcierto: es que se ha perdido el norte. Peor: se ha perdido
la brújula y el timón da vueltas como loco. La última ocurrencia ha sido
que la 'consulta' -adoptemos este nombre-pueda desarrollarse a lo largo
de quince días. Sin censo fiable. Sin locales adecuados. Sin vigilancia
alguna. Sin garantías. Eso no sirve ni como trabajo demoscópico, y no
lo tome usted, amable lector, como desdén a la iniciativa política de un
presidente de la Generalitat que ya no merece serlo: esto es una
crítica política procedente de alguien que, como quien suscribe, ha sido
testigo de muchos dislates, pero ninguno, nunca, de la dimensión del
que nos ocupa.
Me
atreveré a hacer algunas predicciones: lo del día 9 va a ser de aurora
boreal por varias razones. Primero, supongo que la propia Esquerra, que
es una catástrofe ambulante, pero no tonta, se desmarcará prudentemente
-perdón por la contradicción intrínseca-de la iniciativa de Mas,
consciente de que el molt honorable, al que, a este paso, le queda poco
para ser ex, lo único que pretende es salvarse del incendio que él mismo
ha provocado. Segundo, la 'marca Cataluña' va a quedar como resulta
imaginable, especialmente después de que el president Mas se
comprometiese, por carta, ante todos los primeros ministros de Europa a
realizar una consulta que va a derivar en una charlotada: eso quiere
decir que las exportaciones catalanas podrían experimentar un serio
retroceso, y lo mismo la llegada de turistas. Tercero, este paso de Mas
ha dado un protagonismo, sin duda indeseado por el propio president, al
PSC, que se convierte en el árbitro de la permanencia o no de CiU en el
Govern. Cuarto, el proceso independentista -y no puedo decir que lo
sienta-experimenta un retroceso de años: el riesgo ahora es que Mas
cometa un nuevo error, lo que no sería extraño, y se precipite a
anticipar unas elecciones que ganaría, es de temer, ERC, que es, por
cierto, la gran culpable de todas las desgracias acaecidas a Cataluña
desde los años treinta del siglo pasado.
Porque
solamente hay una locura mayor que la que viene mostrando Artur Mas
desde hace un par de años: la de los talibanes de una Esquerra que busca
la rebelión, la declaración unilateral de independencia. Y a veces
hasta pienso que también parece buscar la catástrofe que a eso seguiría,
y prefiero no invocar precedentes históricos que me ponen los pelos de
punta.
Ignoro
si, ante este panorama insertable de lleno en el surrealismo, que
sucede a otros pasajes surrealistas, aunque no tanto, protagonizados por
Maragall y
Montilla en sus tiempos, el inquilino de La Moncloa se
estará frotando las manos o tirándose de los pelos, por los peligros que
presenta toda situación en la que el piloto de la nave ha perdido por
completo el control. Y ese, exactamente ese, es el caso. Que alguien
pueda aún no verlo así y justificar lo injustificable, es decir, apostar
por la puesta en escena de la charlotada de Mas, es, quizá, lo que me
aterra en mayor medida. Pero ¿es que esto no tiene remedio? Yo todavía
quiero creer que, tras las bambalinas, alguien esté hablando
-negociando-con alguien. Pero el día 9 se acerca y el funambulista de la
plaza Sant Jaume cada día da saltos más raros en el trapecio.
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