Qué
quieren que les diga: no me sorprende particularmente
el saqueo sistemático de
15,2 millones de euros durante 13 años por los directivos de Caja Madrid en
forma de tarjetas de crédito discrecionales. Es más: me parece el chocolate del
loro.
Estamos
hablando de unos años -1999 a 2012- en que las cajas de ahorro duplicaban sus
beneficios cada tres años y que, en vez de repercutirlos en impositores y
contribuyentes, en general, lo hacían en su propio provecho: unos 176.000
euros por persona de sobresueldo.
La
práctica, lamentablemente, era moneda corriente entre los que manejaban dinero
público, es decir, fondos de todos, que venía a ser como si no fuesen de nadie
más de quienes los usaban.
Lo
que a mí más me escandaliza es, precisamente, el sistema en sí: los citados
cargos de alta dirección se los repartían políticos, sindicalistas y otros
paniaguados sin calificación alguna. Ahora, al haber sido interrogado alguno de
ellos en plena crisis, ha respondido: "Es
que yo no sabía nada del mundo financiero; me hallaba allí por simple
representación política".
O
sea, que estaba en un puesto para el que
no tenía preparación alguna, llevándose un pastón. Pues gracias a su nefasta
gestión él y sus colegas nos han costando a los ciudadanos decenas de miles de
millones de euros y, que se sepa, no han devuelto ni un duro.
Porque eso, para mí, es lo más grave de todo: no
haber restituido lo robado. Conozco el caso de políticos devenidos en
consejeros que no tenían un centavo y que gracias a la información privilegiada
de su nuevo puesto y al préstamo sin interés de sus compañeros para comprarse
las acciones que iban a subir, ahora son ricos de solemnidad.
Eso
no solamente es inmoral, sino que constituye un delito. Por eso, el día en que
las cárceles estén llenas de ex consejeros de Cajas de Ahorros habrá empezado a
hacerse un mínimo de justicia. A lo
mejor, allí, todos juntos de nuevo, sí tendrán tiempo para darse cuenta de lo
que han hecho.