domingo 21 de septiembre de 2014, 11:29h
Manuel
quería ver el mar y se lo dijo a su madre. Ella gustaba mucho de
cumplir sus deseos, así que se lo dijo al padre. El hombre también
se desvivía por cumplir cualquier cosa que le pidiese la madre. Por
tanto un invierno Manuel se fue a ver el mar con sus padres y su
pequeño hermano. Los padres estuvieron ahorrando mucho tiempo, hasta
que consiguieron lo suficiente para pagar el viaje. La madre fue
llenando un lustroso tarro de monedas poco a poco. Cada vez que iba
al mercado compraba menos de aquí y de allá, y las monedas que
ahorraba las iba echando en el lustroso tarro. Así, con los días,
las semanas y los meses, consiguió llenar el bote. Había casi la
mitad del coste de los billetes y la breve estancia de dos días.
Por
su parte el padre, que era guarda y tenía escasos ingresos, buscó
pluriempleo para cubrir el resto. Aunque tuviera que trabajar los
días de fiesta y el tiempo libre que le dejaban los turnos de la
fábrica, no cejaría en el empeño. A través de un familiar se puso
en contacto con un judío que vivía en Córdoba. El semita le dio un
muestrario de anillos, colgantes, pulseras y demás joyas o
abalorios, al objeto de que los vendiera cobrando una pequeña
comisión. El padre, que era muy trabajador y cabal, se puso con
tanto empeño que al fin lo consiguió, y además los parabienes del
judío, quien le propuso seguir con una comisión mayor.
Así que un día todos
tomaron la ruta del mar. Subieron a autobuses y trenes, esperaron en
fondas y estaciones, durmieron en una vieja pensión porque el mar
estaba muy lejos, y los trenes iban tan lentos que los viajeros se
bajaban para coger las uvas y subían de nuevo. Manuel iba muy feliz
en el lento tren aunque el viaje fuese largo, incómodo y aburrido.
Al final vería el mar. Sabía de él por películas, fotografías y
documentales, pero no sería lo mismo. El olor, la luz, la arena, el
ruido de las olas, el grito de las gaviotas, todo sería distinto,
más como es en verdad.
Al
llegar al mar el padre, la madre, Manuel y el hermano menor se
sentaron en la arena para verlo sin prisas, o mejor sin tiempo. Lo
primero que sintió Manuel fue que con sus ojos no podía abarcarlo
todo. Por eso pidió a su madre, a su padre y a su hermano menor que
juntaran sus ojos para verlo entero. Y entonces lo vieron en su
misteriosa inmensidad. Enfrente estaba la magia más maravillosa del
mundo. Al fondo el agua comenzaba una cúpula que llegaba al cielo.
Así estuvieron varias horas, ensimismados. El mar estaba en calma.
Eran tan felices que imaginaron que podrían estar así toda la vida
mirando el mar con una sola mirada. O toda una eternidad, pensó
Manuel antes de abrir los ojos, y sentir como las manos de su madre
le quitaban la pegajosa arena del cuerpo.