Como es, supongo, mi
obligación profesional, al igual que otros muchos colegas he procurado estos
días hablar con representantes de todos los intereses en conflicto en la crisis
catalana. En todos ellos, todos, he escuchado hablar de la posibilidad,
presentada de manera más o menos remota, de que se produzca un 'choque de
trenes' cuando, tal y como están las cosas, unos saquen las urnas a la calle el
próximo 9 de noviembre, mientras otros tendrán que tratar de impedirlo a toda
costa. Figuro entre quienes creen que no habrá referéndum, pero también entre
los muchos que se temen que, o se hace algo aprisa --faltan siete semanas para el 'día n'-o,
efectivamente, el choque será, dada la insensatez con la que se comportan
algunas de las partes en pugna, brutal. Mal asunto para la 'marca España', que
remonta de la mano de una cierta recuperación económica y con un nuevo
Rey
omnipresente. Mal asunto, desde luego, para otras muchas cosas aún más
importantes que esa 'marca'.
La Diada es una expresión
popular que va más allá de la simplificación 'independencia sí-independencia no',
aunque algo tenga que ver con ello. Este año, dejémonos de paños calientes, ha
sido un éxito. De organización, de asistencia y de civismo. El propio Gobierno
central, por boca de la inteligente
Soraya Sáenz de Santamaría, ha evitado la
tentación de minimizar esa 'V' que colapsó, el pasado jueves, Barcelona,
taponando de paso algunas expectativas de acercamiento entre la Generalitat y
La Moncloa. Así, el discurso oficial tras la Diada sigue siendo el de 'referéndum
sí o sí', frente al 'no habrá referéndum, porque es ilegal', mientras los
medios de uno y otro lado argumentan como pueden en defensa o en detrimento de
las dos locomotoras, que, cada vez a mayor velocidad, se acercan la una a la
otra.
Soy de la opinión de que van
a pasar, en estas siete semanas de agonía, muchas cosas. Algunas, espero,
buenas. Otras, no necesariamente relacionadas directamente con Cataluña, no
tanto. Ahí está
Luis de Guindos, a quien cada vez le ponen más lejana en el
tiempo la presidencia del Eurgrupo -lo cual, ay, sitúa a cada vez mayor distancia
una posible crisis de Gobierno--, advirtiendo, para echar un poco de hielo al
calor de la recuperación, de una posible tercera recesión en Europa. Lo que ocurre es, queramos o no, Cataluña se
ha convertido en el gran referente, la gran obsesión, el gran temor. ¿Que mejora
la economía? Bueno para las tesis unionistas. ¿Que gana el 'no' en esa Escocia
de la que, por estos pagos, nunca se habló tanto? Uno a cero de la selección
nacional frente a la catalana. ¿Que
Ana Botella abre, con el anuncio de que no
se presentará a la reelección, la 'guerra de Madrid', larvada desde hace tanto
tiempo? Un pretexto más para que el nacionalismo afirme que 'en Madrid' solo se
piensa ya en las próximas elecciones municipales y autonómicas.
Esta ha sido, me temo, la tónica
de una semana marcada por la Diada y por la muerte del más importante banquero
español de todos los tiempos,
Emilio Botín. Una muerte lacónicamente anunciada,
con inmediata sucesora. Me hubiera gustado algo menos de sobriedad en el
anuncio oficial del inesperado fallecimiento, pero entiendo el respeto a una
intimidad buscada sin concesiones a morbo alguno; en todo caso, el relevo, hay
que reconocerlo, ha estado impecablemente organizado. Como lo estuvo el del otro
gran superviviente de épocas pretéritas, el
Rey Juan Carlos I , afortunadamente
vivo, pero ya retirado en la discreción y la penumbra más o menos llena de
rumores incontrolables y posiblemente falsos.
Quiero decir que hay
operaciones de gran alcance en el mundo de la economía y en el Estado,
anunciadoras de la nueva era, que pueden pergeñarse desde la serenidad, sin
alharacas ni alaridos, sin traumas para la ciudadanía. ¿Por qué no ahora, con
el 'caso catalán'? Sospecho que hay conatos de 'operaciones', 'maniobras
orquestales en la oscuridad', tras algunas de las cosas que vamos descubriendo
que ocurren u ocurrieron en el subsuelo catalán. Pero quisiera saber que el fin
de la aparente inmovilidad va más allá de que el fiscal general del Estado
tenga preparados recursos y medidas legales de choque. Porque, hablando de
choques, faltan, ya digo, siete semanas para que se avisten, circulando por la
misma vía, dos trenes, uno de ellos con un conductor suicida, mesiánico, en la
cabina. En esos trenes, no nos engañemos, en el uno o en el otro, lo digo sin
el menor ánimo apocalíptico, viajamos todos nosotros.
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