Cada semana que pasa el nudo
gordiano en versión catalana se complica.
Pujol irá al Parlament, donde esa mitad
de la sociedad (política) no independentista le crujirá a preguntas
comprometedoras. El mismo día, presumiblemente, el jefe del Gobierno andorrano,
Toni Martí, se verá con
Rajoy en Madrid y qué duda cabe de que la fortuna de
los
Pujol Ferrusola en bancos andorranos -y no solo de esa
familia-será un gran tema de conversación en La Moncloa. Ha ocurrido algo
más: el referéndum previsto para el 9 de noviembre ya no se llamará referéndum,
sino consulta no refendaria. No se trata solamente de palabras: el proceso
secesionista se está aguando.
Este viernes, esa casi mitad
(jurídica, o sea, en este caso, también política) no independentista integrada
en el llamado Consejo de Garantías Estatutarias consideraba inconstitucional lo
que el Tribunal Constitucional también considerará inconstitucional: esa
consulta no refendaria. En cambio, la mitad más uno de ese Consejo, impulsado
por la Generalitat, decía que sí, que la consulta será constitucional, y a eso
se aferran los más 'duros' portavoces que rodean a Mas (como
Francesc Homs) para asegurar que habrá consulta 'sí o sí' el 9-n.
De acuerdo, pero ¿qué consulta, por cierto antes invariablemente llamada
'referéndum' por
Homs?
De momento, la sociedad
catalana está irremisiblemente partida. En el Parlament, en instituciones de
mayor o menor representatividad, como el citado Consejo, en las encuestas y,
claro, en la calle. Muy peligroso eso de dividir a la ciudadanía en dos bandos
irreconciliables en torno a un tema de tanta trascendencia para la vida de la
población como un proceso independentista, que es la ruptura total . Los
expertos juristas del Consejo, elegidos al fin y al cabo por los partidos, han
votado alineándose con quien los nombró: los que fueron designados por CiU y
ERC piensan, naturalmente, que la consulta, que no referéndum, se ajusta
escrupulosamente a la Constitución; los designados por PSC, PP o, sorpresa,
ICV, creen que no. Así que no hemos avanzado un solo paso, excepto a la hora de
mostrar, una vez más, el lío mental de la Izquierda Unida catalana, cuyo líder,
Joan Herrera, dice una cosa los lunes, miércoles y viernes y otra martes,
jueves y sábados, descansando de tanta algarabía los domingos.
Podría usted decir que para
qué tanto teatro si, al final, ya sabíamos lo que iba a decir el Consejo y que
los 'consultistas' iban a ganar al menos por cinco votos a cuatro.
Sí, pero lo interesante es que el antiguo referéndum ya no se llama así, y ya
se sabe que la semántica nunca es inocente. Se está, como más arriba decía,
echando agua a la trascendencia de esa consulta, que, al final, va a quedar en
muy poca cosa, si es que queda en algo.
Y digo que, para salvar los
muebles, tal vez sería posible que las dos partes -Cataluña y el resto de
España y las dos cataluñas que aún conviven en Cataluña-llegasen a un
acuerdo sobre la cantidad de agua que hay que echarle a la consulta para que
unos digan que se ha celebrado, al fin y al cabo, y los otros digan que y qué.
Ese podría ser el 'hard core' de la negociación que inevitablemente
tendrá lugar en esas primeras semanas de septiembre en las que Pujol se tragará
el sapo del Parlament y Mas el sapo de la muy previsible derrota
independentista en Escocia, para no hablar de posibles nuevas declaraciones
'europeas' -este domingo nos llega
Merkel a Santiago de Compostela-contrarias
al secesionismo catalán. O de lo que vaya a hacer -o no...-- el
'socio'
Duran i Lleida.
Pienso que tanto la pregunta
como las modalidades de esa 'consulta no refendaria' son
tácitamente y cuidadosamente pactables, dejando -es una vía que el propio
Consejo deja abierta-para más tarde, para tan tarde como unas calendas
graecas, considerar si se hace o no un verdadero referéndum de
autodeterminación, y cómo. Por cierto, figuro entre los convencidos de que
quienes somos tan radicalmente contrarios a la independencia de Cataluña
recibiríamos una muy buena noticia al conocer el resultado de ese referéndum,
aderezado con otras concesiones a esa Comunidad. Pero eso, ya digo, ad calendas
graecas, que es un término que resume uno de los grandes inventos de la
política. Cuando se juega entre estadistas, claro, que, de momento, no parece
ser el caso.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>