domingo 17 de agosto de 2014, 13:40h
Por segundo año
consecutivo, el Papa Francisco I no tiene vacaciones. También en eso
rompe moldes y envía mensajes. Está convencido de que no puede
permitírselas, igual que muchos no pueden disfrutarlas. Su verano
significa levantarse más tarde -habitualmente lo hace a las 4,30
de la mañana- y reducir las visitas, pero eso no significa que esté
ocioso No ha ido a Caltelgandolfo, la residencia veraniega de los
Papas, sigue con su trabajo diario, prepara una nueva encíclica
sobre la protección de la naturaleza, incluida la persona humana, ha
reanudado las audiencias de los miércoles, ha exigido que se paren
las guerras que asolan Irak, Ukrania y Oriente Próximo y, ahora
mismo está en Corea, donde ha aprovechado para reclamar la paz y la
reconciliación a través del dialogo entre el Norte y el Sur.
Al Papa le
interesan y preocupan mucho las periferias sociales y geográficas.
África y Asia son el presente y el futuro de la Iglesia. En muchos
de sus países, los cristianos están sufriendo persecución y acoso,
pero también está creciendo el número de fieles y el de las
vocaciones sacerdotales. El catolicismo arraiga paso a paso. Corea
del Sur, un país formalmente en guerra con su vecino del Norte, rico
pero con grandes desigualdades, es un ejemplo por muchas cosas, entre
otras porque fueron los laicos, "intelectuales laicos que buscaban
la verdad" en palabras de Francisco I, y no los sacerdotes, los que
evangelizaron inicialmente el país.
A una de las misas
del Papa han asistido casi un millón de ciudadanos. Su mensaje cala.
Su palabra es limpia y clara, no elude ningún tema y no trata de
contentar a nadie. Simplemente lleva a todas partes "la verdad
alegre del Evangelio". Ha criticado con dureza "los modelos
económicos inhumanos que crean nuevas formas de pobreza y marginan a
los trabajadores" así como "la hipocresía de aquellos
religiosos que, en lugar de vivir gozosos la pobreza, la castidad y
la obediencia, viven de forma ostentosa, dañan el alma de los fieles
y perjudican a la Iglesia". La Iglesia, ha dicho también, no puede
ser "una comunidad de la clase media" que avergüence a los
pobres". Más claro, agua. Pero también ha defendido el celibato
de los sacerdotes: "no hay atajos, ha dicho. La castidad expresa la
entrega exclusiva al amor de Dios".
Ha pedido a los
jóvenes que rechacen "un materialismo que ahoga los auténticos
valores espirituales y culturales, así como el espíritu de la
competencia desenfrenada que genera egoísmo y lucha". Ha estado en
la "Casa de la Esperanza", hogares para la rehabilitación de
discapacitados, y en la "Escuela del Amor", donde se ha
encontrado con las comunidades religiosas, y finalmente ha rezado en
el "Jardín de los bebés abortados", en presencia de los
activistas pro vida y de un misionero coreano sin brazos ni piernas,
el hermano Lee Gu-Won. Este Papa sigue interpelando las conciencias,
toca las fibras sensibles de los problemas actuales del hombre y nos
pregunta a todos por el sentido que estamos dando a nuestra vida. Una
reflexión indispensable en un tiempo donde también debería haber
espacio para lo espiritual.