La tentación despótica del Nacionalismo
lunes 28 de julio de 2014, 16:52h
Joaquín Sabina -que pese a lo opinión de
algunos rancios poetas de antología- escribe como a muchos nos gustaría
escribir, tuvo la decencia moral de rectificar dos simples versos de su canción
"Pongamos que hablo de Madrid". En la primera versión reclamaba: "cuando la
muerta venga a visitarme, que me lleven al Sur donde nací"; pues bien, pasados
algunos años cambió los últimos versos: "cuando la muerte venga a visitarme, no
me despiertes, déjame dormir; aquí he vivido, aquí quiero quedarme; pongamos
que hablo de Madrid" Y esto, que no parece tener demasiada trascendencia, viene
a cuento de lo que una conciencia recta y libre puede cambiar frente al absurdo
empecinamiento de soberanismos trasnochados.
En el piso de arriba de todos los
nacionalismos viene tan tentación de un absolutismo desaforado y más que
demostrado a lo largo de la Historia.
Existe -se ha dicho muchas veces- la necesidad de crear un enemigo común
para dar fuerza al sentimiento nacional y, lo que aun es peor, existe también
la necesidad, quiero imaginar que incluso inconsciente, de negar la realidad de
un pensamiento plural y convertirlo en un sentimiento unívoco y general que no
sólo yo represento sino del que soy la esencia, la encarnación, el pensamiento
hecho hombre o partido. Y así surgía la enorme falacia de que disentir de Pujol
era ser enemigo del Cataluña o separarte de los postulados del PNV daba como
resultado ser un enemigo de lo vasco.
Y claro, no. Si en España -como en otras
naciones de Europa- hay eso que tanto le gusta a Pablo Iglesias, una "casta",
esa es justamente el nacionalismo porque su prioridad, casi su obsesión, es
siempre excluyente aunque intereses económicos le obligue luego a tender puentes
pero sólo desde sus propias necesidades.
El caso Pujol resulta especialmente
clarificador y por ello tristemente dramático. Esa busqueda y seguramente
lograda identificación del ex presidente de Cataluña con Cataluña toda y no con
su partido, esa representación de todo lo catalán que se depositaba en la
persona y su obra (Convergencia) resultaba igual de absurda aunque por supuesto
menos trágica, que los comunicados de ETA hablando en nombre de todos los
vascos de una mítica la tierra (Euskal Herría) convirtiendo así en cómplices forzados
de sus atrocidades a gentes que nada querían saber de atentados y muertes. Ya
sé que no es lo mismo, pero ni EA ni el PNV representan otra cosa que su propio
electorado y en determinadas circunstancias. Y si ni Convergencia es Cataluña
ni el PNV es Euskadi, mucho menos lo son sus líderes temporales que después de
levitar como en la inolvidable obra del "maldito" Boadella "Ubú president",
confiesan lo que tanto han negado y pasan de la gloria al fango sucio de la
corrupción insaciable.
Desde muchos sitios se habla de Madrid
como el eje de todos los males y todos los centralismos. Pero Madrid no tiene
dueño sino políticos que pasan y gentes que vienen y van y cuyo pasado se
remonta a anteayer y su futuro a largo plazo es mañana. No voy a defender a
esta comunidad sino sólo a contraponerla a la de tantos eternamente ofendidos.
No voy a justificarla porque Madrid pasa mucho de casi todo eso. Y menos mal
que es así.