viernes 20 de junio de 2014, 12:43h
La
fotografía, ahora, ya no es la de los fastos de la coronación ni la
correspondiente a las imágenes, casi una crónica de sociedad, de la enorme
recepción en el Palacio de Oriente. La jornada histórica es cosa del pasado. El
tema que marca el futuro es, a nuestro juicio, esa frase en la que Felipe VI
propone "una monarquía renovada para un tiempo nuevo". Se trata de pensar en lo
que corresponde hacer ahora: el nuevo Rey se tendrá que ganar la corona día a
día, teniendo muy en cuenta que no eran precisamente multitudes las que le
aclamaban a su paso por las calles de Madrid y que eran apenas decenas
-algunos, poco justificablemente detenidos-quienes se manifestaron a favor de una
república. Es decir: este jueves significó un paso importante en el
afianzamiento del actual sistema, pero también pensamos que hay mucho por hacer
para consolidarlo. Y no todo le corresponde, claro está, a Felipe VI.
Por
eso, la imagen que ilustraba ya en la mañana de este viernes las portadas de
las versiones digitales de los periódicos era la del Rey despachando, en La
Zarzuela, con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Felipe VI encarna la
voluntad de Cambio, quizá con mayúscula (confiemos en que esta impresión se
confirme); no vamos a decir que Rajoy signifique el inmovilismo, porque
creemos, con toda sinceridad, que ha hecho y está haciendo cosas estimables,
algunas no bien conocidas. Pero, como mucho, hay que atribuirle a Rajoy la
paternidad de cambios, con minúscula, pero no esa regeneración política que
reclamó Juan Carlos I y que se trasluce del discurso, creemos que muy bueno,
aunque acaso excesivamente prudente, de su hijo en la ceremonia de la
coronación.
A
Rajoy, que sigue gobernando con mayoría absoluta en el Parlamento aunque no en
las encuestas -que ya sabemos que no es lo mismo--, le corresponde ahora dar el
volantazo. Viendo a algunos miembros del Gobierno, como medio rodeados, o quizá
medio aislados, en la recepción del palacio de Oriente, se percibía, como si
hiciera falta, que este no puede ser el primer Gobierno de Felipe VI, que
también sabemos que no gobierna, pero que representa vientos de mudanza. Muchas
veces hemos escrito, desde hace meses, acerca de la necesidad de cambiar a
algunos ministros. Y ahora es necesario contar que no fueron pocas las personas
más o menos influyentes que, en esa recepción, hablaban de lo mismo: Rajoy
tiene que dejar a un lado su empecinamiento en obtener una página en el libro
Guinness de los récords por la duración, llueva o escampe, de su equipo y hacer
una crisis, cambiando a varios ministros, nombrando un vicepresidente económico
de autoridad indiscutible -Luis de Guindos ya piensa en su pase a la
presidencia del Eurogrupo, que esperamos que consiga-, y centrando la actividad
del Ejecutivo en el bienestar de los ciudadanos más que en la mejora de las
cifras macroeconómicas, que ya se va logrando.
Estimamos
que no puede resignarse Rajoy, ahora que el principal partido de la oposición
vive momentos convulsos, que los nacionalistas se despegan (más aún), los
sindicatos se anclan en el pasado, a pasar como el hombre que intentó detener
la corriente, poner puertas al campo de las ansias de que algo nuevo venga a
perfeccionar nuestra democracia. Es la hora de Rajoy: que no se le pare el
reloj, en su constante invocación de prudencia.