Asisto,
en el Congreso de los Diputados, al debate que oficializó la ley que sanciona
la abdicación formal del
Rey Juan Carlos. El país entraba en una especie de
interinidad coyuntural, bien protegida por las instituciones -que han funcionado-y
por la propia Constitución, con todos sus fallos y lagunas, que son bastantes y
que habrá, confío, que subsanar en el inmediato futuro. Me pareció casi
esperado el discurso de
Mariano Rajoy, al que le faltó un poco de grandeza,
pero que fue correcto, y aguardaba con ansia el de
Alfredo Pérez Rubalcaba, que
se confirmó, pienso, como uno de los grandes parlamentarios de la Cámara.
Era
difícil la posición del secretario general de un partido que se define como
republicano, pero atado con los compromisos del pacto constitucional suscrito
allá por 1978 para facilitar la transición. Alguien cercano a Rubalcaba me dice
que las posiciones son básicamente las mismas ahora, cuando una segunda
transición se nos evidencia con señales inequívocas, la menor de las cuales no
son, desde luego, la abdicación del Rey ni la dimisión del propio Rubalcaba: no
es ahora el momento de embarcarse en experimentos como propiciar ese referéndum
sobre la República, sino, más bien, de atenerse a aquel pacto constitucional,
desde el que se podrá reformar la Constitución.
En
el debate parlamentario de este miércoles, animado en los pasillos, para colmo,
por el enorme tema de la sucesión en el PSOE, no se cuestionaba la dicotomía
Monarquía-República, al menos en teoría, sino la legitimidad de la abdicación
de un Rey que fue elogiado por quienes se esperaba y denigrado por los
previsibles: allí estaba, en el fondo, ese gran debate larvado sobre la forma
del Estado, que
Cayo Lara se encargó de plantear en toda su dureza y su grupo,
el de IU, de escenificar con pancartas y escarapelas tricolores. Pero, al
final, las votaciones son las votaciones y ya está, de hecho, entronizado el
futuro
Felipe VI, a falta del acto protocolario de jura de la Constitución del
próximo día 19.
No
cabe desconocer la aportación del PSOE de Rubalcaba a esta consolidación en la
sucesión monárquica. El todavía líder de los socialistas ha abierto un frente
interno, se ha 'quemado' en su apoyo a esta consolidación. Y, creyéndose en la
obligación de marcharse tras el desastroso resultado electoral del pasado 25 de
mayo, ha abierto un frente, el de su propia sucesión, que se está llenando de
altibajos, de polémicas y de improvisaciones, entre ellas la propia renuncia de
la presidenta de la Junta andaluza a encabezar el partido. El proceso de las
elecciones primarias me parece, debo decirlo, admirable; debería ser
obligatorio para todas las formaciones. Pero la gestión de este proceso está
resultando, en el seno del PSOE, algo caótico, y las vacilaciones iniciales de
Rubalcaba sobre el método a seguir -congreso o primarias versus congreso y
primarias-- no han ayudado a mejorar las cosas.
El
debate parlamentario de este miércoles ha dejado clara la importancia que el
PSOE, al fin y al cabo el segundo partido en volumen y en escaños, tiene para
la estabilidad institucional. Sería bueno que, en primer lugar, los candidatos
a ocupar la secretaría general tras el congreso de finales de julio garanticen
que ellos también serán garantes de esa estabilidad, sin propiciar
aventuras que serían muy, muy peligrosas en estos momentos. Estoy seguro de que
tanto
Pedro Sánchez como
Eduardo Madina, que son los 'finalistas' más
probables, tranquilizarán en las próximas horas a los más aprensivos y nos
contarán cuáles son sus respectivas 'hojas de ruta', algo sobre lo que, sin
duda esperando la decisión final de Díaz, se han mostrado excesivamente cautos
hasta ahora.
En
cuanto a la presidenta andaluza, creo que ha perdido una oportunidad de
anteponer los intereses nacionales, y los de su propio partido a nivel
nacional, a los intereses más locales. Cierto que las consideraciones que se
pueden hacer sobre su decisión de no enfrentarse a sus compañeros por la
secretaría general del PSOE son variadas, y que las valoraciones pueden ser de
distinto signo. Pero también es verdad que, con su portazo, ha devaluado a los
otros candidatos, que quedan casi como 'sustitutos' porque ha fallado la
verdadera protagonista.
Se
configura una situación en la que el histórico Partido Socialista corre el
riesgo cierto de convertirse en una fuerza política menor, con influencia
apenas en Andalucía. Algo que, sin duda, sería malo para casi todo y para casi
todos, y creo que Rubalcaba comparte, como es lógico, esta opinión. Para él, yo
pediría que su partido de siempre le reserve, en el congreso, la presidencia de
la formación socialista, desde la que tendrá escasa capacidad ejecutiva, pero
donde se podrían aprovechar su influencia y sus ideas. Y su patriotismo.
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