La monarquía como sustituto del pacto de Estado
miércoles 04 de junio de 2014, 13:05h
Por supuesto que los argumentos de
quienes se declaran monárquicos no convencen a nadie desde la puridad
democrática. Dicho de un plumazo: es mucho más democrático que la Jefatura del
Estado sea elegida por la ciudadanía que sea ocupada por una persona que
simplemente la hereda. Es decir, desde el punto de vista conceptual,
ontológico, no hay mucho que discutir al respecto.
Es el plano instrumental donde cobra
verdadero sentido el debate sobre la conveniencia o no del mantenimiento de la
monarquía. Dicho en términos más concretos: ¿resulta un instrumento positivo
para el funcionamiento de la democracia en España que se mantenga la monarquía?
Esa es la verdadera pregunta que deben hacerse -y se hacen- los que por
convicción y tradición se confiesan republicanos a fuer de demócratas (entre
los que me cuento).
Existe bastante consenso acerca de
que la figura del Rey fue una importante rampa de lanzamiento para llegar a la
transición democrática sin pasar por crisis violentas. Eso lo decía con
claridad don Santiago Carrillo y creo que tenía toda la razón. Pero la cuestión
que ahora se plantea es si, una vez que la democracia ya tiene cuerpo, sigue
siendo necesario ese instrumento político (la monaquía) para el funcionamiento
normal del sistema político. Muchos consideran que no es así, que ya es hora de
que la ciudadanía elija libremente también al Jefe del Estado. Para evitar
respuestas simples miremos el asunto con algún detenimiento.
Es un hecho que el argumento más
fuerte de los monárquicos consiste en afirmar que la monarquía provee de
estabilidad al sistema democrático. Y, como apunté, eso puede probarse durante
nuestra transición. Pero en estos nuevos tiempos cabe la pregunta de si en vez
de un instrumento de estabilidad no se ha convertido ya en una rémora
irritante.
En realidad, la mejor posibilidad
para dar respuesta a esa pregunta consiste en darle la vuelta a su formulación:
¿tiene suficiente estabilidad nuestro sistema democrático como para no
necesitar del apoyo monárquico? Esta pregunta nos traslada de un golpe a la
reflexión sobre la crisis de la política. Como ya apunté, algunos sociólogos
(José María Maravall, por ejemplo) sostiene que el mayor déficit de nuestra
democracia es una ciudadanía desmovilizada. No lo creo. Tampoco coincido
plenamente con aquellos que (como Joaquín Leguina) piensan que el problema
decisivo alude al funcionamiento de los partidos. Aceptando que estos asuntos
son importantes, sigo pensando que la cuestión clave refiere a nuestra pobre
cultura política. Algo que no sólo afecta a las elites políticas, cuyo mayor
síntoma es su raquítico sentido de Estado, sino que se basa en una cultura
política de banderías, de argumentos gregarios mucho más que pensados, de
preferencia por la acritud del "y tú más", que empapa al conjunto de la
sociedad española.
Por eso no estoy nada seguro de que
el funcionamiento de nuestra democracia no necesite todavía durante un tiempo
un instrumento que, estando más allá de la política de los partidos y pudiendo
centrarse más claramente en una perspectiva de Estado, otorgue un plus de
estabilidad al sistema político. Porque si algo hemos aprendido durante esta
crisis es que hay países, como Alemania, que distinguen claramente el tiempo
del disenso partidario del otro tiempo en que hay que remar en la misma
dirección para bien de la sociedad, y países, como España, donde eso parece
prácticamente imposible.
En pocas palabras, creo que la prueba
del ácido para la idea de que el instrumento de la monarquía ya es innecesario
refiere a la puesta en práctica de manera consistente de un Pacto de Estado. Ni
siquiera es necesaria obligadamente una coalición de gobierno, como sugiere
Felipe González. Con que tuviera lugar un Pacto de Estado por el crecimiento y
el empleo sería suficiente. La formulación de ese pacto y de políticas
sectoriales de Estado en los momentos de crisis (dejando para el debate público
otros muchos temas) sería la mejor prueba de que las fuerzas políticas -y la
sociedad de la que nacen-, ya no necesitan del instrumento adicional de la
monarquía.
¿Cuánto tiempo pasará antes de que
nuestra cultura política sea de calidad y nuestros representantes políticos
adquieran un sólido sentido de Estado? Pues durante el tiempo que falta para
ello, creo que seguirá siendo útil un instrumento tradicional, situado más allá
del rifi-rafe de nuestra pobre política, como es la monarquía parlamentaria. Por
simple pragmatismo democrático.