Frma lo único salvable de una tarde de descaste y poca fuerza del ganado
San Isidro: Alberto Aguilar corta una oreja y se salva en otra tarde nefasta
lunes 02 de junio de 2014, 00:37h
24ª Feria de San Isidro. Con algo menos de tres cuartos de entrada, se lidiaron 3 toros de Montealto (2º, 3º y 5º), correctos de presentación y nobles, pero flojos y descastados, salvo el 5º que tuvo movilidad; 2 de Julio de la Puerta (1º bis y 4º), correctos de presentación, pero también nobles, flojos y descastados; y 1 de El Ventorrillo (6º bis), bien presentado y deslucido. El Capea: silencio tras aviso y silencio. Alberto Aguilar: silencio y oreja Sebastián Ritter: silencio y silencio tras tres avisos
El
año que viene, Taurodelta podría anunciar de la siguiente forma las corridas de
los domingos en San Isidro: "Corridas concurso de ganaderías y sobreros". Y es
que un domingo más, los espectadores y aficionados que se acercaron a Las
Ventas tuvieron que sufrir un espectáculo lamentable marcado por el saldo
ganadero y la ausencia de casta y poder en los ejemplares que saltaron al
ruedo. Del anunciado encierro de Montealto, al final sólo se lidiaron tres.
Además, saltaron al ruedo madrileño un remiendo de Julio de la Puerta y dos sobreros,
uno de ellos también de este hierro y otro con la divisa de El Ventorrillo. Al
final, ni titulares ni sobreros pudieron levantar una tarde larga y pesada que
tan sólo tuvo un ápice de interés en el quinto capítulo del festejo.
El
protagonista de esos momentos fue Alberto Aguilar. El diestro madrileño volvió
a dar la cara en Madrid, un año después de que resurgiera con fuerza en esta
misma Feria de San Isidro, también un domingo, y también ante una corrida de
Montealto. Si en esa ocasión a punto estuvo de abrir la puerta grande, hoy al
menos se fue con un apéndice en el esportón, que ya es mucho teniendo en cuenta
como iba la tarde... Ese quinto, uno de los tres que si llegaron al último tercio
de la divisa titular, fue a la postre el mejor, o más bien, el menos malo de
todos los lidiados. Un animal serio, más abierto y armado por delante, altito y
grandón. No pasará a la Historia de los toros bravos, pero al menos tuvo
movilidad y transmisión en el último tercio. Se abría cuando llegaba a la
jurisdicción del torero y eso permitió a Aguilar andar con comodidad en la cara
de su oponente.
El defecto del astado era que solía salir con la cara alta.
Pero el pequeño gran torero madrileño puso lo que le faltaba al toro. Esbozó
muletazos sobre ambas manos de calidad y templanza, casi siempre bien colocado,
y en las que fue cuidando al de Montealto llevando la muleta a media altura,
sin terminar de bajar la mano. Tras un espadazo certero y de rápido efecto,
florecieron los pañuelos y cayó la oreja. Antes, en el segundo de la tarde,
nada pudo hacer Alberto ante un bravo ejemplar en el caballo que llegó
completamente desfondado al último tercio. Pelea de nota alta de este de
Montealto que derribó espectacularmente a picador y equino y que después se
tiró casi cinco minutos encelado embistiendo al caballo en el suelo.
Y
el resto fue para olvidar. Ya empezó mal la cosa cuando salió el primero y al
rematar en uno de los burladeros se partió por la mitad el pitón derecho. Se
corrió turno y en su lugar salió el remiendo de Julio de la Puerta que tuvo
tanta nobleza, como poca transmisión y casta. Con él anduvo El Capea pegando
pases con voluntad sin que aquello llegara a nadie. Y con el cuarto, un sobrero
de la misma ganadería, más de lo mismo. Insufrible astado por su falta de casta
y transmisión, deslucido y sin clase, y una labor vulgar y cansina hasta la
extenuación del torero salmantino. Y cerrando el cartel, Sebastián Ritter,
joven colombiano que sustituía al herido Paco Ureña.
Muchos discutíamos esta
sustitución y al final Ritter no llegó ni a justificarse. Y es que este torero
nos volvió a demostrar lo que ya sabíamos: que tiene mucho valor, pero que no
sabe torear. Sí, así directamente. Torero de concepto vertical y compás
cerrado, que disfruta poniéndose encima de los toros, pero que no ha
evolucionado lo más mínimo. Nunca lleva toreadas las embestidas e intenta
realizar el mismo tipo de faena y de toreo a todos los toros, sea cuál sea su
condición y lo que necesiten.
Así que sus labores estuvieron marcadas por la
falta de limpieza y por la libertad de la que gozaron sus oponentes a la hora
de elegir terrenos, alturas y distancias. Mandaban ellos, no el torero. Frío
toreo ante un lote también muy descastado y parado. Y, como guinda, escuchó los
tres avisos en el sexto, tras atascarse con los aceros y habiéndose puesto
difícil para matar el deslucido toro de El Ventorrillo.