Franquicias de la mendicidad
domingo 01 de junio de 2014, 09:07h
Sé
que puede resultar escandaloso juntar en un titular los conceptos
de mendicidad y de rentabilidad. Yo mismo me he preguntado siempre
hasta qué punto se pueden unir dos términos que son
antitéticos en sí mismos, cómo se puede apelar a la
generosidad de los viandantes y concluir, al final de una jornada,
que esa actividad , bien organizada, y con los elementos mínimos
necesarios para ponerla en marcha , pueda llegar a convertirse en
un pequeño o gran negocio porque, como casi todo en esta vida,
depende de lo bien que se pueda llevar a la práctica lo que
en las escuelas de negocio denominan genéricamente el
"plan". En definitiva, repito, que yo mismo me escandalizaba
al oír hablar en estos o parecidos términos a amigos y colegas, a
quienes atribuía un cierto cinismo a la hora de juzgar a
terceros por su forma de aprovecharse del altruismo y la generosidad
de la mayor parte de nuestros conciudadanos. Hoy, sin embargo, me
sitúo muy cerca de esa visión del fenómeno, por las razones
que explicaré a continuación.
El
cambio radical de óptica la he tenido recientemente. Transito a
diario por una comercial y céntrica calle de Madrid en donde, al
menos desde principios de año, y en una distancia aproximada de
un kilómetro, estaban ubicadas unas 10 o 12 personas pidiendo
en ella. Varias coincidencias llamaron mucho mi atención.
Situados a uno y otro lado de la calle y separados entre sí más
de 150 ó 200 metros, hombres y mujeres de mediana edad, aunque
algo maduros (entre 40 y 50 años); su aspecto homogéneo, su
idéntica disposición física a la hora de pedir (sentados,
envueltos en ropajes oscuros con varias capas para hacer mejor
frente a las variaciones del tiempo); su inevitable saludo de
"buenos días" a todo el que pasaba por allí y, por cierto,
con estudiada sonrisa y cercanía; su irrupción diaria
dibujando un verdadero despliegue militar en el espacio físico
que tomaban y, por último, su desaparición conjunta, ya que a
cierta hora, de pronto, no quedaba más rastro de ellos que los
cartones sobre los que ejercían el oficio.
Pruebas
Pero
las pruebas concluyentes de que el fenómeno no era casual, sino que
estaba perfectamente organizado las he tenido hace solo unas
semanas. Un buen día pude ver como una furgoneta llena de
individuos de las características descritas, iba apeando a sus
ocupantes en varios puntos de la calle y que estos, en perfecto
despliegue, después de comentar ciertos extremos de última hora,
se iban situando en sus puntos de "trabajo".
Y
la última y definitiva prueba la encontré cuando otro día, de
pronto y sin razón aparente alguna (quiero decir que nunca he
visto hostilidades de los viandantes hacia ellos, ni despliegue
policial alguno que pudiera intimidarlos, etc.), desaparecieron al
unísono del mismo modo que meses atrás habían aparecido. Hoy,
probablemente, estarán haciendo lo mismo pero en cualquier otro
punto de la ciudad, o en alguna otra capital que, a juicio de
los expertos que dirigen el negocio, sea mucho más rentable.
Lo
descrito hasta aquí, si no es un verdadero negocio, desde luego,
se parece mucho a ello. Es -permítame el símil- una especie de
franquicia de la mendicidad que ciertas mafias (en el caso que nos
ocupa, claramente rumana) han levantado hace algún tiempo, para
explotar, por un lado a los hombres y mujeres desesperados por su
situación personal en su lugar de origen y, por otro, al otro
factor necesario para obtener rentabilidad en la acción, es
decir, el ciudadano corriente y moliente que, movido por su
solidaridad, no duda en socorrer como buenamente puede al
necesitado.
Obras son amores, y no buenas razones, que decía
el clásico, de modo que si Vd. No quiere ser un mero espectador
de la mala situación que atraviesan muchos de nuestros semejantes
-compatriotas o no, da igual-, y quiere pasar a la acción, a
compartir parte de lo que tiene con los más necesitados, me
parece mucho más productivo y rentable (tanto social como
económicamente) que lo haga a través de organizaciones cuyo
objetivo es precisamente ese. Estoy pensando en Cáritas
o Cruz Roja,
aunque hay muchas otras. Nadie mejor que ellas conoce tanto las
necesidades más perentorias de
quienes no tienen nada, o
casi nada, y nadie como ellas es capaz de exprimir un euro con
mayor eficiencia y eficacia. Y, desde luego, siempre, mucho mejor
que cualquiera de nosotros, por muy buena voluntad que nos mueva.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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