Enrique Ponce, en su regreso a Madrid después de cinco años de ausencia, fue protagonista del festejo desde que hizo el paseíllo. Tras el cual, un amplio sector de los espectadores, le obligaron a saludar recibiendo una gran ovación. Debía ser para agradecerle que una gran figura como él en el último cuarto de siglo no haya dado la cara de sufrir el examen de la cátedra desde 2009, como sí han hecho el resto de sus compañeros con tal catadura en este último lustro ¿...? Luego, en cuanto a los méritos ante los toros, el protagonista fue el confirmante
David Galván.
Porque este olvidado coletudo, que no ha actuado prácticamente nada en los tres últimos años, en ningún momento lo acusó. Aunque con un toreo algo basto y acelerado, por aquello de la necesidad del éxito, suyos fueron los más profundos muletazos y la mayor ligazón de la tarde sobre todo en redondo, ya que el nivel bajó con la mano izquierda. Tanto en el de la ceremonia -con el que se eternizó al descabellar- y que le duró más tiempo, como en el que cerró festejo, cuyas escasas fuerzas, como todo el encierro, se le acabaron pronto.
Otra cosa es saber porqué en un día tan señalado como San Isidro se le anuncia con dos figuras, cuando hay un puñado de compañeros con más experiencia y méritos -como, por ejemplo
Sergio Serrano- que siguen siendo injustamente tratados por la empresa. Pero esa, sin ser cuestión baladí, no se le puede achacar al hijo de fallecido
Antonio José Galán, a quien brindó el toro de la confirmación. Lo suyo es torerar cuando le ponen y dejar la impronta de que habría que repetirlo.
Decíamos/escribíamos que era el día del Santo Patrón madrileño, cuando al coso asiste una parte del público bullanguero y poco informado que desertan en las demás funciones. Y Ponce lo eligió para, por fin, examinarse en Madrid, como también eligió un encierro de
Victoriano del Río. Lo primero le funcionó, porque hubo sugestión poncista al valorar su faena ante el quinto y le acercó a obtener un trofeo, de no haber marrado con las armas toricidas. Es cierto que hubo algunos pases sueltos de gran dibujo y belleza. Pero, eso, sueltos, como los ayudados por bajo iniciales y finales, alguna trinchera y algún redondo.
Apuntarse a otra divisaPero la labor, en su conjunto, resultó esturreada por diversos terrenos, desligada, deslavazada, enganchada y falta de mando ante un animal que iba y venía por acá y por acullá sin un ápice de mala intención. Los fallos con el estoque -pinchazo y desprendida- y tres golpes con el verduguillo dejaron todo en ovación y saludos con algunos pitos minoritarios.
En su anterior bicorne, sin trapío para Las Ventas -.como el primero-, Ponce tiró líneas y alguna bisutería sin llegar a interesar siquiera a los sugestionados, aunque manejó con arte el capote en unas extraordinarias y mecidas verónicas. O sea que si pretendía una reaparición histórica en Madrid debería haberse apuntado a otra ganadería y no a la cada día más comercial y podrida de Victoriano. Mas no pidamos imposibles.
Como un
Sebastián Castella en horas bajas, que se aburrió ante las pocas opciones de su lote, sí, pero que, demasiado pulcro y frío, tampoco echó la carne en el asador, aunque hay que agradecerle la brevedad. Si quiere emocionarnos, calar en los parroquianos e incluso sugestionarlos, ya sabe, que se apunte a otro hierro. Como el valenciano, no es menester de los considerados duros, con que sea Parladé, que lleva dos años con sendas corrdas encastadas en la Monumental, matadas con triunfo por Fandiño, al que no quieren ver ni en fotografía estas figuras/figuritas o figurones.
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