viernes 09 de mayo de 2014, 07:53h
Desearía que alguno de los aspirantes españoles a sentarse en
el Europarlamento me explicara cómo será la
nueva Europa que quiere para todos nosotros. Intuimos vagamente la
España que pretenden, algo sabemos también de la política económica que aquí se
nos aplica, nos imaginamos cómo quedará nuestro estado del bienestar después de
la crisis, nos tememos que nunca más habrá el trabajo que había y conocemos
algunos pequeños detalles de sus planteamientos morales y sociales; pero no
sabemos prácticamente nada de los proyectos que defenderán cuando representen a
los ciudadanos europeos. Escuchándolos podría deducirse que se están jugando el
gobierno de la nación, la independencia futura de los territorios que gestionan
o la vara de mando de sus ayuntamientos, cuando en realidad lo que vamos a
votar tiene muy poca relación con nuestros pleitos internos.
Por primera vez podemos elegir directamente una mayoría
estable, conservadora o progresista, que se encargue de gobernar la Comunidad
los próximos años. Tal disyuntiva parece más que suficiente para centrar la
cuestión en lo que más interesa a una nación comatosa como la nuestra, necesitada
de iniciativas solidarias y expansivas que nos ayuden a superar la situación
actual. Ahí está la clave de la cuestión, tan diferente del simulacro localista
organizado por nuestros dirigentes.
Observen ustedes la encomiable actividad del nunca bien ponderado
Arias Cañete, estacionando su caravana electoral donde le mandan, proclamando
alegrías por donde quiera que va, como si fuera un jefe de pista del Circo del
Sol. ¡Alegría, alegría!, grita desaforadamente el profeta de las
bienaventuranzas mientras reparte globos de crecimiento económico y golosinas
de nuevos empleos. Sentados en las sillas de patio, bajo la carpa, los
dirigentes del Partido Popular se alegran con él. Cañete ha recuperado aquello "de
la herencia recibida" y distribuye
estampas del hombre del saco con la cara de Zapatero. Estrategias manidas y
frases hechas, pero muy pocos argumentos relacionados con nuestro futuro en el
marco europeo. El PP debería contarnos si estará con los padrinos del
"austericidio" y la ruptura de la cohesión social o apoyando una política de
estímulos e inversiones públicas que reflote la economía comunitaria.
Tampoco parece muy centrada en los temas europeos la
candidata del PSOE. Veo a la señora Valenciano dando saltitos en ese escenario
límpido y luminoso que han preparado para ella, con esa pinta de universitaria
progre y comprometida, uniformada en tonos pastel, rezumando feminismo
reivindicativo, los brazos en alto y liberada de la simbología felipista del
puño y la rosa. Nada de lo que dice ilumina la penumbra en la que viven todos
los socialistas que en Europa son. Es demasiado complicado hablar de ese asunto
y ella sobrevuela el problema lanzando obuses contra Rajoy y los suyos. No es
muy difícil: recortes presupuestarios acumulados, promesas incumplidas, desmantelamiento
paulatino del estado social, parados por millones, desigualdades intolerables y
retrocesos sociales. La Valenciano, como Cañete, tiene bien focalizado al oponente y explota con
saña sus defectos, pero tampoco sabemos el modelo de Europa que pretende. Sus colegas alemanes han
pactado con la Merkel, los compañeros franceses andan subastando los valores
tradicionales de la izquierda y los laboristas británicos buscan la identidad
que perdieron en los salones de Londres. Los socialistas se han quedado sin
referentes y no terminan de alumbrar alternativas viables a los problemas actuales.
Sabemos perfectamente cómo era Europa antes del advenimiento de liberalismo
radical y recuperar aquellos principios fundacionales bien podría ser el
programa electoral de la nueva socialdemocracia.
Podemos hablar también de los partidos minoritarios, en alza
según la última encuesta de CIS, pero a pequeña escala repiten los mismos
vicios de sus hermanos mayores. Tampoco parece interesarles Europa,
obsesionados como están en acabar con el
bipartidismo o en colocar fronteras en un mapa sin ellas. Encerrados en sus
castillos, mirándose el ombligo patrio, pasan de Europa. ¡Así nos va!