La Feria de las vanidades
miércoles 07 de mayo de 2014, 14:01h
Ante todo que quede claro una cosa. Los sevillanos que aún
tenemos trabajo y que cada día somos menos, trabajamos también en Feria, en
Semana Santa y en el Rocío. Lo digo porque allende Despeñaperros tienen una
idea bastante equivocada de las fiestas primaverales de la capital de
Andalucía. Yo me sé de uno de Madrid que, llegado el Viernes de Dolores, me
suele llamar por teléfono para repetirme la cantinela esa tan habitual de los
madrileños de, "¿qué, ya comenzáis con el cachondeo hasta el Rocío?".
Ellos saben que es mentira, que en Sevilla, como en Soria, en Valladolid o en
Tarragona, hay las fiestas que legalmente hay. Ni una más ni una menos. Y aquí,
aunque en Semana Santa haya procesiones y corten las calles desde el Viernes de
Dolores hasta el Domingo de Resurreción, el personal sigue yendo al curro con
más o menos problemas como todo quisqui.Y si hablamos de la Feria, ni que decir
tiene que no hay ni un día de vacaciones especiales en toda la semana. La única
ventaja es que se adelanta una hora el cierre de algunas oficinas como las
bancarias, Y punto. Otra cosa es que los sevillanos se vean obligados a doparse
con manzanilla o rebujito para dormir apenas cuatro horas y seguir rindiendo en
su trabajo como si no ocurriese nada. Porque nadie valora el descomunal
esfuerzo que supone para miles de personas el salir del trabajo a las tres de
la tarde, marcharse todo enchaquetao o engitaná a la Feria, aguantar en el Real
hasta las tres o las cuatro de la madrugada, dormir la papa tres o cuatro horas
y levantarse resacoso como nuevo para acudir de nuevo al curro diario. Eso,
como mínimo, debería ser merecedor de una medalla al Mérito del Trabajo para
cada curroferiante sevillano. Que lo hagan los chinos se puede entender, pero
es que este sacrificio continuado lo hacen los españoles, y no los españoles,
sino los andaluces que vivimos en Sevilla, que tenemos fama de vagos en media
Europa.
Hasta aquí el pliego de descargo de los feriantes de Sevilla, un pliego que
tiene mucho que ver con la envidia que nos tienen los madrileños porque ni
tienen fiestas como la Feria, las Fallas o San Fermín, (lo de San Isidro no
deja de ser una catetada con chotis y tres mil corridas de toros) ni son
capaces de aguantar una semana de curro y fiesta simultánea sin que el cuerpo
les pida un mes de cura de salud. Pero es que voy a más. ¿Todos esos que
critican la Semana Santa, la Feria y el Rocío saben cuánto dinero supone para
la ciudad estas fiestas primaverales? Además de esa ocupación hotelera casi al
cien por cien y la llegada masiva de turistas, son muchos millones de euros los
que Sevilla ingresa gracias a estos festejos. Imagínense sólo esa ciudad efímera
que se levanta durante siete días en el Real de Los Remedios. Son más de mil
casetas, cada una con su bar y, como mínimo, sus tres o cuatro camareros y
cocineros. Ya son más de diez mil familias sevillanas que han encontrado un
trabajo que les puede dar de vivir para uno o dos meses. Qué más quisiera Rajoy
o Susana tener un plan de empleo tan efectivo. A ello hay que sumarle los
repartidores de cerveza, de manzanilla, de comidas. de refrescos que no dan a
basto durante una semana, los montadores de las casetas, los fontaneros, los
electricistas, los tolderos, los carpinteros, los alquileres de mesas y sillas,
los floristas, los guardias de seguridad. A ojo de buen cubero yo calculo que
la Feria de Sevilla da trabajo a cerca de cincuenta mil personas durante quince
días. Toda una inversión sin tocar un euro de dinero público. Y eso en una
ciudad en la que el paro se sitúa en torno al cuarenta por ciento es algo que
habría que valorar no sólo desde dentro sino también desde cualquier lugar de
España.
A todo ello hay que unir que, además, la Feria de Sevilla supone un impulso
inusitado al consumo tan depauperado en los últimos años. Dejando a un lado los
que van de válvula, que también son muchos, la inmensa mayoría de ese mítico millón de personas que se reúne cada día en el Real de Los Remedios tiran de
cartera como si fuesen Onassis, Bárcenas o Guerrero. ¡Quien dijo miedo!
"Niño llena tres jarras de rebujito y saca un cubo con tres medias de
manzanilla heladas. Y para comer ¿qué os apetece? ¿Unas gambitas, un plato de
jamón, una carrillada, un pescaíto frito? Niño, pon una de cada. Que a mis
amigos no les falte de ná". Hombre, en esta época en la que a cada uno le
cuesta Dios y milagros rebuscarse en los bolsillos para sacar un billete de
cinco euros, estos dispendios parecen el recuerdo de épocas pasadas en las que
el reinado de las cigalas de tronco y el Möet Chandon primaba en muchas casetas
de dirigentes políticos y empresarios afines al poder. Ese tirar palante de los
sevillanos con caseta, que evidentemente les pasará la consabida factura en los
próximos meses, nos anima a pensar que las cosas no están tal mal como nos las
pintan los telediarios o como afirma reiteradamente la candidata socialista
Elena Valenciano. Será porque ella no es de Sevilla y no conoce el percal. Yo
le preguntaría a su compañera Susana Díaz que es trianera y debe estar más
habituada a los langostinos tigre de las casetas del PSOE y de la UGT.