miércoles 16 de abril de 2014, 08:16h
Ni su nombre justifica ya la mistura inexplicable de
planteamientos políticos que pretende Izquierda Unida. Por muy plurales que se
presenten a los electores progresistas, por muchos votos indignados que quieran
sumar a su proyecto, son herederos de unas señas de identidad que no deberían diluir
en la marmita ideológica que cocina Cayo
Lara y los suyos. En su caminar por una España en crisis, como si fueran un
Quijote de guardarropía, se enfrentan a todos los molinos que divisan en el
horizonte, encasillando a sus militantes
históricos en el papel secundario de Sancho Panza. Cualquier clavo mal
remachado le sirve para colgar su cazadora estratégica. El último de los
episodios protagonizado por Izquierda Unida bastaría para probar lo que ustedes
acaban de leer. Más comprometidos que nadie con los colectivos marginados,
abrieron el almacén de los activos públicos y repartieron viviendas entre los
ocupas desalojados de un inmueble sevillano. Ahí estaban ellos, menos mal, tan
justicieros como resolutivos, dispuestos siempre a enmendar la plana a los
compañeros aburguesados y legalistas del gobierno andaluz que comparten.
Es cierto que hay miles y miles de casa cerradas en
Andalucía, y muchísimas más en toda España, pero también es verdad que una
multitud de ciudadanos silentes esperan un alojamiento digno y asumible
económicamente. Resolver por las bravas las demandas de los más radicales,
olvidándose de los que esperan calladamente su turno, es tan injusto como inútil.
Tampoco arregla nada asaltar supermercados, acampar en despoblados baldíos,
empuñar banderas revolucionarias o apuntarse como palmeros en cualquier
zafarrancho popular. Izquierda Unida se sienta en las instituciones andaluzas, gobierna en coalición con los socialistas,
junto a ellos dispone del Boletín Oficial de la Comunidad y ambos pueden
cambiar las cosas. Repartir manzanas de caramelo, como si fueran feriantes de
mercadillo, tendrá sus rendimientos electorales, pero no es la forma de
comportarse en un sistema democrático.
Algunos dirigentes de IU advierten pocas diferencias entre el
PSOE y el PP. No se cansan de repetirlo. Tal impostura les permite, si la
ocasión es propicia, apoyar indistintamente a cada uno de ellos. Así es como
sostienen al ganador sin comprometerse demasiado, pero puede ocurrir también
que ocupen los despachos oficiales que les ceda el gobernante de turno. Todo es
posible: tocar poder en Andalucía después de demonizar al PSOE, quererse mucho
en Asturias y divorciarse a continuación, o maridarse felizmente con los
conservadores extremeños del señor Monago. Los izquierdistas de Cayo Lara son
tan maleables que han podido acoplarse en la plataforma soberanista de la
derecha catalana. Ahí les tienen, desfilando entre las gentes de Artur Mas,
como si la clase obrera de Cataluña fuera diferente de la clase obrera
española, como si por serlo tuviera otros derechos y un futuro distinto. ¿Dónde
quedó el internacionalismo solidario de Izquierda Unida?
La coalición de Cayo Lara se ha transformado en una ONG de
cooperantes variopintos. Nucleada por la militancia comunista, la única que
mantiene cierta coherencia política, giran alrededor de IU socialistas
defraudados, anarquistas despistados, ecologistas de campanario, juventudes
desengañadas, radicales dinamiteros del sistema, artistas sin escenario y
cantautores sin guitarra, independentistas carentes de estado y regionalistas
de pandereta. La pregunta es obvia: ¿con quién están
ustedes y qué modelo de país nos quieren vender? No me contesten todos a la
vez, es muy difícil entenderles con
tanto griterío.