Esta semana, el interminable
debate sobre la identidad catalana tiene una nueva cita. El martes, en el
Congreso de los Diputados, donde, con el resultado perfectamente predecible, se
rechazará el plan de la Generalitat para celebrar una consulta con fines
secesionistas. Quien crea que esto es nuevo, que lea los artículos de Ortega en
'El Sol', hace ya casi un siglo. No ha habido, más allá del
esporádico fogonazo de
Adolfo Suárez y
Josep Tarradellas, estadistas que trataran,
mediante el diálogo y la famosa concordia, de salvar la brecha que algunos
quieren ahondar entre Madrid y Barcelona: Franco acalló por las malas toda voz
discordante y los cuarenta años de tránsito hacia una democracia plena han
traído luces y sombras al errático deambular de una parte de la población
catalana hacia una aspiración independentista. Este martes vamos a escuchar de
nuevo los argumentos quizá de siempre, de uno y otro lado. Lo que no sabemos es
si oiremos predicar algún remedio nuevo.
De momento, no solamente
desconocemos el argumentario del partido mayoritario que sustenta al Gobierno Central,
sino que hasta desconocemos quién lo desarrollará. Lo lógico sería que fuese el
propio
Rajoy. Pero ni eso se ha confirmado, dentro de la estrategia -porque
eso debe ser, además de la propia naturaleza del personaje-de silencios
que mantiene el presidente; un presidente que aún ni ha despejado la incógnita
de quién encabezará la candidatura del PP a unas elecciones europeas que se
presentan bastante comprometidas, dicen los sondeos, para este partido (y para
el otro gran partido estatal, también, por cierto).
Bueno, imagino que esta
semana conoceremos si por fin
Miguel Arias Cañete se aviene (¿?) a encabezar
esta candidatura. Y seguro que el martes comprobaremos si quienes pensamos que
Rajoy está obligado a subir al atril para defender los argumentos del Estado
contra las pretensiones de un
Artur Mas que ni siquiera va a pasarse por el
Congreso ese día, hemos o no acertado en nuestros pronósticos. ¿Cómo iba Rajoy a
dejar pasar la oportunidad de protagonizar este debate en el que le sigue el
noventa por ciento de los españoles fuera de Cataluña y al menos casi la mitad
de los catalanes, recelosos de un proceso independentista que parece haber
enloquecido de la mano de la Asamblea Nacional catalana?
A menos, claro, que Rajoy no
quiera desvelar sus cartas (tiene que hacerlo), que no tenga nada nuevo que
decir (tiene que tenerlo) o que, en uno de esos movimientos suyos tan extraños,
como afirmar que él no está involucrado en el nombramiento del famoso cabeza de
candidatura europeo, el presidente prefiera un encogimiento de hombros y que
toree otro. No creo que haga ninguna de esas cosas: ni que escurra el bulto, ni
que comparezca para decir exactamente más de lo mismo, porque el horno no está
para esos bollos. Sospecho que la palabra 'diálogo' aparecerá en su
discurso, y que el rumor de que ya existe 'alguien' (
Joana Ortega,
la vicepresidenta de la Generalitat) que está hablando con 'alguien'
(
Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta del Gobierno central), correrá
por los pasillos como una liebre suelta.
De hecho, me permito albergar
más esperanza en esta negociación alejada de los focos que en lo que se diga
este martes desde el atril de oradores en la Carrera de San Jerónimo. Porque,
lo comento con el dolor de quien preferiría que las cosas fuesen de otro modo,
temo que de esta sobe el papel importante sesión parlamentaria va a salir muy
poco en concreto, aparte de las esperanzas que pueda suscitar en un futuro al
menos más racional: ni el referéndum anunciado por Mas para el 9 de noviembre
es posible, ni una amenaza con limitar la autonomía catalana, como quieren los
más belicosos 'en Madrid', sería siquiera imaginable. Así que ya
sabemos la receta heredada del suarismo: diálogo y concordia. ¿Quién la
aplicará y cómo?
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>