Nadie duda de que los
caracteres, talantes y talentos de
Mariano Rajoy y de
Esperanza Aguirre son
distintos y distantes. Cada quién tendrá sus preferencias acerca de cada uno de
ellos. El primero se desembarazaba esta
semana de la sombra siempre incómoda de la 'lideresa' que se había convertido
en la voz crítica de su partido, en una personalidad adorada y odiada que siempre estaba en la balanza de la duda sobre
si concurrir a las elecciones para la alcaldía madrileña o, simplemente, seguir
siendo el 'pepito grillo' de su partido, exigiendo a veces cosas muy lógicas -como
la primarias internas--, que ella, sin embargo, no puso en marcha cuando tanto
mandaba. La presidente del PP madrileño acaba de cometer un error mayúsculo,
seguido de inenarrables equivocaciones en cuanto a comunicación, que la
descabalgan de cualquier posibilidad de continuar en la primera fila de la
política. Rajoy no ha movido un músculo, ni una sonrisa de medio lado, ante el
ocaso definitivo de quien osó alzarse como posible alternativa ideológica y
moral. La esfinge calla. De nuevo.
Atesoro impagables anécdotas
sobre Aguirre y con Aguirre, que algún día contaré en unas memorias. El
personaje me es simpático, pero obviamente carece de las cualidades necesarias
para nadar en aguas profundas. Y no era, no es, corredora de fondo como para
competir, ni siquiera tácitamente, con ese Mariano Aguirre capaz de salir de
todos los tsunamis sin un gesto. La lideresa decae, el líder silente permanece
y desconcierta a los suyos, reunidos en Valencia, al no anunciarles ni si va a
intervenir en el importante debate parlamentario del martes sobre la pretensión
secesionista catalana.
Los delegados llegaron a esta
'cumbre' del PP sin tampoco saber quién va a ser el candidato del PP en las
europeas.
Arias Cañete o no Arias Cañete, era la cuestión; decían en la
intermunicipal 'popular' que el titular de Agricultura no quería enfrentarse al
riesgo de perder frente a la lista socialista de Valenciano, muy presente en
espíritu, y perdón por el mal juego de palabras, en los corrillos de Valencia. Y
es que ocurre que los sondeos que andan por ahí dan una ligera ventaja a
Valenciano, que no es una lideresa en sentido estricto, pero que está sabiendo,
y pudiendo, fijar al PSOE en torno a la idea de que, antes de pelearse en unas
primarias en otoño, hay que ganar en las europeas de mayo. Y en eso está, con
mayor o menor acierto, batiéndose el cobre frente a nadie, que es lo que, hasta
ahora, le había colocado el PP en la diana, para que disparase sus dianas de
precampaña al vacío.
Tengo para mí que el 'tropezón
municipal' de Aguirre, que tanto nos ha hecho reír a los que presumimos de
cierto humor, y tanto ha indignado a los más intransigentes, ha servido para
ocultar cosas como la propuesta de reforma de la Justicia que
Gallardón, en una
nueva iniciativa para no perder protagonismo, ha lanzado, sabiendo que
probablemente no llegará a entrar en vigor. O para frenar comparaciones entre
las iniciativas reformistas en Francia y las que por aquí se estilan, mucho
menos radicales y mucho más demoradas:
Hollande, en veinticuatro horas, ha dado
un giro a la marcha de su Gobierno y hasta del Estado. Se pueden hacer crisis
ministeriales de calado y ya ve usted, no pasa nada.
Y hasta ha contribuido el 'affaire
lideresa' a oscurecer esos rumoreados contactos 'secretos' entre el Gobierno
central -
Soraya Sáenz de Santamaría, dicen-y la Generalitat catalana, unos
contactos que, de fructificar, tan esperanzadores serían. Solamente otra mujer,
la polémica periodista Pilar Urbano, ha logrado, con un libro escandaloso,
competir con los titulares copados por la 'lideresa' esta semana. Pero esa, la
de volúmenes de este tipo que reinventan la Historia, es, perdón ahora por la
reiteración, otra historia.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>