viernes 04 de abril de 2014, 09:19h
La hipocresía es un fingimiento, una mentira teatralizada,
un homenaje del vicio a la virtud. Se
usa mucho, sobre todo en política. Lo acabamos de ver tras el
fallecimiento del ex presidente Adolfo Suarez en gentes que le acuchillaron a placer, que le negaron créditos para su nuevo partido, que le insultaron y dejaron solo, que
conspiraron contra él e incluso le montaron un gobierno
sustitutivo con un militar al frente. Les hemos visto llorar como Magdalenas
ante el fallecimiento de un tipo valiente y corajudo que supo desmontar con
astucia un tinglado como el de la dictadura y hacerlo con elecciones, reconocimientos
de partidos políticos, amnistías,
legalización de la ikurriña, restablecimiento de la Generalita y
del Consejo General Vasco,
aprobar el estatuto de Gernika y devolver a Gipuzkoa y Bizkaia su Concierto
abolido por ser "provincias traidoras"
(¡que magnífico título!), ley del divorcio y cosas así.
Escucharle a Alfonso Guerra decir que Suarez fue "un hombre de estado" cuando le
había llamado "tahur del Mississipi" y ver gentes de este pelo
poner los ojos en blanco y alabar al fallecido, sacaba una buena foto de lo que
es el Madrid carnívoro y cainita, el de la palmada en la
espalda cuando ya no eres más que un muerto mal enterrado, caso del rey, que no
soportó que Suarez se legitimara en las urnas en 1977 y quiso seguir
mangoneando como si nada hubiera ocurrido y le montó la salida
por la puerta de atrás. El mismo rey que nada más fallecer salió en todas las televisiones diciéndonos lo compungido que estaba. Puro teatro hipócrita y más falso que un euro de madera.
El lunes 24 estuve en el Congreso en la capilla ardiente. Al dar el pésame a sus hijos, tuve una agradable sorpresa. A medida que les iba dando la condolencia a Adolfo, Sonsoles, y Javier,
me decían todos lo mismo: "Nos habló
mucho del "eskerrik asko" que ponía en la makilla que le regalasteis cuando nadie se acordaba de él'. Y
me recitaron la oración en euskera que ponía debajo de la makilla. Y salí del salón de "los
pasos perdidos" donde estaba el féretro de Suarez reconfortado con el personaje
al que conocí y traté, pero también con
mi partido que supo aplicar hace exactamente treinta años la necesaria regla de urbanidad que nos dice que es de bien nacidos
ser agradecidos. Si, ya sé que Suarez fue ministro secretario general del Movimiento, que fue un falangista que provenía del corazón del régimen
y un español de raza y demás, si, ya lo sé. Pero también que abordó solucionar en parte un contencioso de siglo y medio y como me comentó Mitxel
Unzueta, "fue un hombre que supo donde daba el aire".
El año 1980 fue un año terrible. ETA mató una persona cada tres días, el PNV se retiró de las Cortes
Generales, el PSOE le presentó a Suarez una moción de censura, la situación económica
era de crisis, UCB se deshilachaba en capillas y familias, y los militares y
golpistas conspiraban. En ese clima Suarez visitó
oficialmente Euzkadi. En Bizkaia le hicimos el boicot a través
de los ayuntamientos. Pedíamos la puesta en marcha del estatuto y
la devolución del concierto económico. En la comida oficial en la
Diputación de Bizkaia, su anfitrión, Jose Maria Makua, le dio plantón y tuvo que venir de Gasteiz el lehendakari Garaikoetxea. El enfrentamiento estuvo al rojo vivo. Años después fue el propio Suarez
quien nos dijo a Benegas y a mí: "solo cuando decidí dimitir abordé la devolución del concierto para Gipuzkoa y para
Bizkaia. No sabéis la resistencia que había". Ocurrió en diciembre de 1980. En enero dimitía.
Pasaron tres años. Suarez era un zombi. Se había quedado sin partido y había fundado el
CDS. Estaba solo con Rodríguez Sahagún en el Grupo Mixto. Nadie
daba un duro por él, salvo unos tipos raros en Bilbao que
decidieron darle el premio Euzkadi en
febrero de 1984 junto a D. Jose Miguel de Barandiarán, al Athletic y a
Musikaste.
Fue Kepa Bordegarai, director de la
revista Euzkadi, quien tras los
postres inauguró
el acto de entrega de premios, con una alocución en la que puso de manifiesto
el sentimiento de la publicación a la hora de conceder los galardones. «Nos
sentimos componentes y partícipes de un pueblo que sabe premiar a quien lucha
por él, así como sabe defenderse de quien le persigue, oprime o no le deja ser
quien es».
Makua aprovechó la ocasión para disculparse ante
Adolfo Suárez por el plante que le dio en 1980, con ocasión de la visita de
este a Euzkadi, en otras circunstancias políticas y que hemos narrado. «Suárez
es el hombre -dijo Makua con un tono desenfadado-, que nos sorprendió a todos
un Viernes Santo domesticando a los comunistas», para añadir que «esta vez te
pido disculpas y te recibo como a un bilbaíno más, haciéndome eco de un sentir popular
que asegura que con Suárez estábamos mejor».
Con su sempiterna y televisiva sonrisa,
y haciendo gala de un aspecto rejuvenecido -debido, en gran parte, a un bronceado
invernal- del que parecían haber huido definitivamente las ojeras que le
adornaron en todo su mandato presidencial, Adolfo Suárez bromeó y fue objeto de la expectación general a lo largo
de toda la cena.
La presentadora anunció el premio político,
otorgado al expresidente español por su defensa en el Parlamento de la supremacía
del poder civil sobre el militar y por su decidida defensa del estatuto de autonomía
para Euzkadi, en un año en donde toda reivindicación autonomista estaba
férreamente controlada. Suárez manifestó a los presentes su profunda gratitud,
a la vez que reconocía que «frente a un auditorio tan selecto y con un
micrófono en la mano, me siento tan feliz como un tonto con una tiza». Rehusó,
sin embargo, hacer un discurso político para, en una breve muestra de
agradecimiento, dirigirse a José María Makua, manifestándole que «me siento muy
honrado ahora, tal como me sentí al ser recibido entonces -refiriéndose a la
visita señalada por Makua- por el presidente Garaikoetxea. Si entonces hubo
algún plante, entendí, en su momento, que estaba rodeado por circunstancias
políticas distintas, y este premio recompensa y me hace olvidar con creces aquello».
Suárez remarcó el especial interés que siempre le había movido a preocuparse
por el pueblo vasco, y finalizó diciendo: «Contemplaremos algún día el árbol de
Gernika como un monumento al entendimiento de todos».
Especial interés tuvo también la intervención del
presidente del EBB, Xabier Arzalluz, quien hizo una semblanza del tiempo en que
Retolaza, Ajuriaguerra y él mismo se entrevistaron con Martín Villa, tendiendo
los primeros cables del estatuto. "También hablábamos mal de ti -dijo
Arzalluz-, pero siempre fue de frente. No creo que exista el derecho -continuó
refiriéndose a Suárez- de frenar a un presidente como lo hicieron contigo".
"Contigo se movió el cambio, hiciste un montón de cosas de las que
entonces tenían valor, como la amnistía, que fue un gesto de coraje político.
Nos devolviste el Concierto y apostaste por el estatuto, que supuso mucho para
nuestro pueblo. Fuiste lo suficientemente valiente y lúcido como para hacer
cosas que otros no se han atrevido a hacer». Xabier Arzalluz terminó señalando
que él no tenía arte ni parte en la concesión del premio, pero se alegraba de
ello, al margen de cualquier acto electoralista. El presidente del EBB le hizo
entrega de una makilla a
Suárez, a quien advirtió que servía también para defenderse de los lobos, «y todavía
quedan muchos lobos».
No me tengo por
profeta y no hay que serlo si se tiene algo de experiencia de lo que es el
Madrid político, por eso mucho antes del fallecimiento de Suárez terminaba así el
capítulo dedicado a él en mi libro "Jarrones Chinos" de ésta manera:
"Seguramente el día en que fallezca, los codazos para estar en
primera fila del funeral, los homenajes tildándole de padre de la democracia,
el incienso que atufará todos los rincones, los ojos en blanco, las mil
biografías con que nos aburrirán, lo llenarán todo. Está en el guión de la fiesta
de vanidades que es el Madrid político, sobre todo cuando eres ya un cadáver
insepulto o da buen tono referirse a ti cuando eres un inofensivo jarrón chino.
Será el homenaje hipócrita del vicio a la virtud. Pero podemos reivindicar al
estilo de los locos de la matraca: fuimos los únicos que en pleno desierto
reconocimos a Suárez su valentía y le llevamos una cantimplora con agua fresca
cuando con Pelopincho atravesaba
aquel duro desierto de soledad y nadie sabía qué hacer con aquel Jarrón Chino a
quien Juan Carlos había dado su real patada". Ahí queda.