domingo 30 de marzo de 2014, 09:51h
Varias cadenas de televisión están poniendo una
serie denominada "Apocalipsis". Cuenta la historia del nacimiento, auge y derrota de Hitler, y lo
que pone sobre todo los pelos de punta es la capacidad de seducción que tuvo ese
tipo horrendo sobre los ciudadanos, consiguiendo incluso una victoria
democrática. Con una calidad de imágenes brillante, la serie indaga hasta el
fondo sobre lo que ocurrió para que la locura más cruel se apoderara de los
cerebros de tantas personas en Europa. Las imágenes de la guerra son
espeluznantes, de un realismo atroz, pero lo que hace que rechinen los dientes
de pavor son las intervenciones de aquel loco impío frente a cientos de miles
de personas abducidas.
Todos uniformados, alineados en perfectas columnas, con los símbolos del
imperio, perdían la lucidez o cordura cada vez que el líder, con una voz fina y
chirriosa, gritaba sus consignas
racistas y sádicas. Hitler movía raudo su cuerpo, subía y bajaba los brazos con
los puños cerrados, miraba con pétreos y diabólicos ojos al gentío y lanzaba
sus proclamas avisando a sus pobres mortales de que el imperio del Reich
duraría mil años.
Ver esa comunión, en imágenes reales, despierta un
estupor desasosegado. Nos pone delante de los ojos la evidencia de lo fácil que
fue despertar el egoísmo de la masa, la histeria social, por más que se
justifique el nazismo con argumentos economicistas, como pueda ser el Crak del
29, el hundimiento de la Belle Epoque que tan bien describieron Hemingway o Scott
Fitzgerald, sin olvidar al gran Stephan Zweig, quien al ver tanta miseria
humana triunfando se quitó la vida en el 42.
La propia UE tiene razón básica de su ser en evitar otra
guerra tan infernal. Incluso se pensó que el recuerdo de aquel apocalipsis
vacunaría a Europa contra el virus de odio y violencia de la extrema derecha. Y
así ha sido durante mucho tiempo. Por eso es difícil entender que ahora, por
razones de egoísmo y oportunismo político, ese extremismo de uñas sádicas y
colmillos afilados crezca demasiado. Y aunque quieran marcar distancia con los
nazis, es obvio que en la esencia de esta gente hay un mismo principio de
pureza de raza y gestión autoritaria de la sociedad.
Sí, por mucho que quieran dulcificar su fiereza,
como hace Marine Le Pen, que nadie dude de que llegado el caso la democracia
duraría en sus manos dos telediarios. Por eso tendremos que ser muy cuidadosos
en no dar razones a estos bestias para que
vuelvan a liarla. Como dijo Bertolt Brecht, jamás hay que bajar la guardia
frente a estos bárbaros, pues aunque parezca que solo van a por los
inmigrantes, no tengamos dudas de que si tuvieran nuestra libertad en sus manos
la destrozarían como un terrón de arena.