Nadie es
quien para escrutar los misterios y designios divinos, según la creencia de
cada uno, pero bien se puede afirmar que el poeta romántico se muestra de más
rica y poderosa sensibilidad para sentir y expresar mediante símbolos, orales o
escritos, tales misterios como si de una liturgia se tratase. Y la salvación
del mundo parte siempre de la poesía y del misterio.
La
poesía es el más legítimo diálogo entre los hombres que habitan este mundo,
diálogo a veces duro en la poesía trágica y amorosa, porque el desamor no es
otra cosa que una tragedia sangrienta que nos recuerda todo aquello que hemos
amado. El amor pasajero no deja de ser algo extraño, foráneo, transitorio y
secundario. Pero el amor que se queda, el verdadero, se aferra al corazón como
una hiedra, y extiende sus trepadoras ramas por todo nuestro ser.
Sólo la
poesía romántica logra hacer pueblos equilibrados, en los que se mantiene
despierta el hambre de la inmortalidad y unos hombres que en su indiferencia viven
en pos de lo absoluto y la creencia en que existe algo superior, porque lo
llevan en las raíces de su propia existencia. Sólo de unos pueblos así puede
nacer una solución justa y humana a la crisis moral de nuestro tiempo. La
poesía lo es todo, ya que no sólo ofrece al hombre el sentido de la vida, sino
también el inestimable sentido del más allá.
Si el
poeta romántico llega con frecuencia a caer en el fatalismo, lo hace al sentir
su vida fundida tan íntimamente con el amor, porque se siente a sí mismo al
borde de la pasión desmedida que este le ofrece. La pasión del poeta arranca de
su sangre, que unas veces discurre con pasión terrenal y otras con pasión
celestial, pues el amor tiene que ser por fuerza algo divino.
La
poesía romántica nace conservando los versos y las notas características de
cada país, con una cadencia prosaica y versaica nacida genuinamente de la
experiencia personal, y que constituye un exponente de las pasiones humanas, y
expresa vigorosamente la sensación de la poesía, en la inmediatez con que el
hombre; el poeta, se halla atado a este mundo, y también esa pena de la
separación entre la prosa y el verso.
Esa
negación virtuosa que tengo con la poesía, no me impide descubrir la belleza
entretejida de los versos que el poeta lanza a su amada. He amado la poesía a
través de Benedetti, y a sus reflexiones más íntimas me encomiendo al escribir.
En realidad, la poesía no es sino una táctica amatoria, de acercamiento a la
belleza, y como en los versos de Benedetti...
Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos
Ismael Álvarez de Toledo
Escritor y periodista
http://www.ismaelalvarezdetoledo.com