lunes 17 de marzo de 2014, 06:44h
Casi
a diario transito por la plaza de Isabel II de Madrid.
Más conocida como plaza de la Ópera, porque la espalda del
Teatro Real (antes llamado de la Ópera) es el edificio
que da carácter a esta vieja e histórica plaza
madrileña. Justo enfrente, parapetados bajo una
marquesina, de unos tres metros de profundidad, que
probablemente fue concebida para que los
espectadores de las antiguas salas del Real Cinema, -que más
tarde fue también teatro-, estuvieran a salvo de la
intemperie, se cobijan ahora, al menos, una decena de
indigentes, de personas "sin techo". A
cualquier hora del día o de la noche, envueltos en
andrajos y mantas, junto a una moderna
terraza, bien delimitada por unos cuantos setos que
marcan real y metafóricamente la escasa
distancia que hay entre una situación (la
indigencia) y la otra (la normalidad), los viandantes reciben
-recibimos- un aldabonazo que, por lo menos, incomoda a sus
conciencias.
Idéntica
situación se vive hoy en cualquiera de nuestras ciudades y
pueblos con aquellos que han tenido la peor de las suertes en esta
larguísima travesía del desierto de la crisis económica, que ha
arrasado proyectos y vidas de personas que jamás habrían
pensado en la sola posibilidad de verse hundidos, sin un euro en el
bolsillo y con las calles como único reducto de supervivencia.
Y esta circunstancia, desgraciadamente, no es exclusivamente
española sino que ha alcanzado prácticamente a toda Europa, en
mayor o menor grado. El
ejemplo de una ONG holandesa, la fundación
Ragenboog, que, a cambio de unas cervezas, un paquete de
tabaco de liar y 10 € diarios, ha hecho que
varias personas alcohólicas hayan tomado la
diaria responsabilidad de limpiar de papeles
y basuras durante varias horas (6, creo recordar) la zona
municipal que se les asigna. La consecuencia, aunque
discutida localmente en ciertos sectores de población, por el
método utilizado, es que estos hombres y mujeres
tienen, al menos, una posibilidad de reinserción
en la sociedad, de dejar el alcohol y, en última instancia, de
saberse útiles a una sociedad que parece haberles
dado la espalda.
Canadá
En
Canadá funciona también otra organización con idénticos
fines y método, con la única diferencia de que las dosis
suministradas a los marginados son de vino. Hasta la fecha, los
resultados obtenidos en ambas iniciativas no son ideales, pero
la autoestima de todos los hombres y mujeres acogidos al programa
ha mejorado y muchos de ellos han iniciado programas de
desintoxicación etílica. A alcaldes, concejales, de gobierno y de
oposición, a empresarios, y a la misma sociedad civil española,
corresponde tomar iniciativas que, como ésta, estén llenas de
imaginación y, si hace falta, valentía, para acabar con
la cada vez más crecida prole de
marginados, pedigüeños, indigentes, improductivos, degradados
y desgraciados hombres y mujeres que pueblan nuestras
calles, en cualquier rincón de España. Ellos son
tan sujetos de derechos como cualquiera de nosotros, y
merecen la oportunidad que algún día no
supieron o no quisieron aprovechar, o la posibilidad de
volver a rescatar la situación de "normalidad"
de la que un día salieron, sin saber bien por qué
(un divorcio, un despido, una inversión desafortunada, la
dichosa ludopatía,...) y de la que todos nosotros
estamos mucho más cerca de lo que podamos creer.
Iniciativas
como las de las ONG holandesa o canadiense merecen,
además de todo nuestro respeto, el estudio detallado y
concienzudo de organizaciones españolas de asistencia social
(Cáritas, Cruz Roja), que podrían secundar a nuestras
autoridades municipales para que, también por ese
flanco, merezcan seguir manteniendo el respeto y la
consideración de sus administrados, aquéllos que cada
cuatro años tenemos en nuestras manos la inmensa suerte
de poder ponerlos y quitarlos, en función de sus
merecimientos, de sus acciones y omisiones en favor de la
ciudad y los ciudadanos que gobiernan...
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (1)
27029 | Rosa Paredes - 17/03/2014 @ 11:21:37 (GMT+1)
Sr. Vila: Tras leer su extenso y conmovedor artículo, solo se me ocurre decir que todos vivimos la cara y la cruz de la moneda. Por desgracia y viendo lo que pulula alrededor, a nivel mundial, hay muchas cruces. Me parece muy acertada la idea de la ONG holandesa que Vd menciona. El trabajo dignifica y ayuda al que lo realiza, aunque la vida le haya puesto el calcetín del reves y se haya visto abocado a buscar las calles como techo de cobijo, a recuperar algo muy importante sin lo que no vale la pena vivir: Dignidad /siempre con mayúscula/ Esa escena que Vd describe por una determinada zona madrileña, sale a nuestro encuentro a cualquier hora del día. ¡Por desgracia, hay muchas esquinas donde se ejerce la mendicidad! No quiero terminar sin comentar un hecho que presencié en vivo y en directo. Cuando bajo al supermercado donde realizo mis compras, lo veo a él. Es joven. Tiene la tez macilenta y los ojos muy tristes. Se sienta en el suelo. Para las monedas de la caridad usa una pequeña caja de cartón. En cierta ocasión y esperando en la Caja del supermercado, presencié un rifi rafe entre él y otro compañero de fatigas. El "segundo de a bordo", quería ocupar su sitio. El joven, furibundo, lo invitó a que se fuese. Ya atendida por parte de la cajera, me dispuse a salir a la calle. Al pasar al lado de estos dos jóvenes, pude escuchar al intruso que quería apoderarse del sitio de su compañero, que decía:
-¡ No te preocupes, colega, que hay stio para todos...!
Ahí está el quid de la cuestión. Desafortunadamente hay demasiados sitios y esquinas donde pernoctar. Sería importante que se buscasen soluciones como se ha hecho en las ONG que Vd menciona en su interesante artículo, para que esos seres que llevan la cruz a sus espaldas volviesen a recuperar su estima personal. Es muy triste saber que la miseria económica y moral, para muchos, no tiene fecha de caducidad.
Un saludo cordial
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