Alaya le lee la cartilla al Parlamento
viernes 07 de marzo de 2014, 08:12h
Que
conste que siempre he defendido a la juez Mercedes Alaya en su solitaria
e interminable instrucción del complicado asunto de los EREs fraudulentos e la
Junta, que siempre he apoyado su meticuloso trabajo en una causa que hunde sus
raices en la opacidad de las instituciones públicas y en el acorazado sistema
de una política dominada por un régimen monocolor que ha hecho lo que le ha
dado la gana en Andalucía durante casi cuarenta años. Hasta ahí nada que
objetar, al contrario, considero que la magistrada astigitana es un ejemplo de
trabajo serio y perseverancia digno de todo elogio en un país en el que la
Justicia no atraviesa por sus mejores momentos. Ocurre, sin embargo, que hay
autos de Alaya bastante incomprensibles para la ciudadanía cuando pretende,
como ha hecho hace unos días, ordenando a los peritos de la Intervención
General de la Administración del Estado que informen sobre "qué pudo
conocer" la Comisión de Economía y Hacienda del Parlamento andaluz
"sobre las irregularidades que se estaban produciendo en la concesión de
subvenciones sociolaborales al margen de la Intervención General". Todo
viene a cuento de un escrito presentado por el abogado del ex director general
de la Agencia IDEA, Jacinto Cañete, en el que señala que tanto la citada
Comisión parlamentaria como el propio Pleno estaban al corriente de las
transferencias y las modificaciones presupuestarias que se hacían cada año en
la partida 31 L, más conocida a nivel popular, según Guerrero, como el
"fondo de reptiles" del que se desviaban fondos para sufragar los
EREs.
Sabiendo como sabemos los que hemos sido durante muchos años testigos
habituales de las plumbeas sesiones parlamentarias, que en muchas ocasiones sus
señorías no saben ni lo que votan y desconocen los pormenores de cualquier
asunto tratado, sobre todo si atañe a los presupuestos, no es de extrañar que
durante toda una década se "colaran" desviaciones anuales de fondos
públicos para otros cometidos sin que los miembros de las Comisión pertinente
se enteraran. Además hay que tener en cuenta que los presupuestos generales de
la Junta en los últimos treinta cuatro años -excepción hecha del año de la
pinza PP-IUCA en el que fueron rechazados y obligaron a Chaves a
adelantar las elecciones- han sido aprobados siempre por la mayoría absoluta
del PSOE que no admitía ni una sola enmienda que presentara la oposición. Si
además colegimos que la Comisión de Investigación Parlamentaria que analizó el
escándalo de los EREs resultó ser un "bluf" que no sacó conclusión
alguna sobre las responsabilidades políticas de los Gobiernos implicados, miel
sobre hojuelas. Desde ese punto de vista es lógico que la juez Alaya pida
las actas de la Comisión de Economía y Hacienda e incluso de los Plenos en los
que se trató este asunto.
Pero, claro, con la iglesia hemos topado Sancho. Alaya ha pecado de incauta y
se ha metido en un jardín harto complicado poniendo en tela de juicio la labor
de control que el Parlamento debería de ejercer sobre el Gobierno, cuando todos
sabemos que el Parlamento no es sino la voz de su amo que vive en San Telmo.
Eso que esgrime su presidente, Manuel Gracia, del respeto a la
separación de poderes entre el Legislativo y el Ejecutivo suena a estas alturas
como un mal chiste. En este caso el único poder "independiente" que
no se atiene a las directrices del partido es el judicial y más concretamente
el de la magistrada de Juzgado de Instrucción número 6 de Sevilla. Ya han visto
como a la Fiscalía Anticorrupción, que más que ayudar a la juez parece estar
poniendo continuas trabas a la investigación, le ha faltado tiempo para
recurrir el auto de Alaya por considerar que no se ajusta a derecho.
Es posible que en este caso concreto Mercedes Alaya se haya pasado de
rosca, pero no lo es menos que su último y polémico auto pone al descubierto la
inutilidad de una Cámara, el Parlamento andaluz, para ejercer la labor de
control del Ejecutivo que el Estatuto le tiene encomendada. Y ello implica que
los ciudadanos se muestren cada día más desconfiados hacias unos políticos a
los que no parece haberles afectado la crisis cuando un millón y medio de andaluces
están en el paro y no tienen un euro para sacar adelante a sus familias. Ellos
mismos, los 109 diputados autonómicos sin excepción alguna, deberían de ser los
que exigieran al Gobierno de Susana Díaz, que se devolvieran, de verdad
y no sólo de palabra, los cientos de millones de euros que se han llevado esos
"cuatro golfos", que dice la presidenta. Sólo así se recuperaría algo
la confianza en unas instituciones cada día más deterioradas por su pura
ineficacia.