lunes 17 de febrero de 2014, 14:24h
La realidad social es tan
compleja que, en muchas ocasiones,
no puede ser abarcada por un trabajo
científico por muy serio, planificado, analítico y metódico
que sea. Otras veces, sin embargo, bastan algunos datos,
al alcance de cualquiera
para poder llegar a
conclusiones válidas. Ese es el caso -o a
mí me lo parece- de la
situación que está viviendo la
universidad española de estos principios de siglo.
En Alemania, por ejemplo, -un país que hoy sirve de modelo a toda Europa- con
una población que duplica a la española,
hay aproximadamente la mitad de
estudiantes universitarios que en
España. Ese solo hecho
marca ya la diferencia
entre unas y otras
universidades. Ya lo decíamos hace tres años en estas mismas páginas bromeando
-aunque con lágrimas en los ojos- al hablar de nuestros
alumnos "(h) universitarios", sí,
con h (http://www.diariocritico.com/2011/Enero/opinion/vila/247097/vila.html).
Para
completar aquella visión entre irónica y
catastrofista, ahora vamos a situarnos al
otro lado del telón para hablar
del estado de nuestra universidad desde el punto de vista del profesorado. Los pocos datos
que les voy a dar la explican mucho
mejor que las
decenas y decenas de estadísticas generadas sobre el particular, fruto de periódicos y sesudos estudios de
universitarios en ejercicio, o en
busca de trabajo.
Pedagogía entre café y café
Los
datos pude entresacarlos tras una
intensa, apasionante y distendida
conversación con un viejo
(aunque tampoco tanto, ya que
sobrepasa con poco la cincuentena...) profesor de instituto público y, por tanto, funcionario
de carrera en ejercicio con unos
cuantos trienios en su haber (algunos de
ellos, como profesor en el
extranjero), autor de algunos libros, con
dos licenciaturas y, por si todo esto fuera poco, poseedor de un sentido del humor
envidiable y una capacidad pedagógica que ya la quisiera yo para mí.
Pues
bien, mi viejo amigo, este año ha
elevado su status académico, al incorporarse a una universidad
pública como profesor asociado, para dar
clase en una facultad de Letras. Su
largo y extenso curriculum le
permite completar su ajustado salario de funcionario
público con los 560
euros mensuales, a cambio de los
cuales, se ha obligado contractualmente a impartir
6 horas de clase semanales, y
atender durante otras tantas a los alumnos en régimen de tutoría.
Eso es lo que figura en contrato porque, a mi amigo, han tenido que ser los
alumnos los encargados de descubrirle alguna que otra obligación adicional, aunque
no escrita, ni formulada verbal o
formalmente, pero que no puede
desatender, si quiere continuar allí en
cursos sucesivos. Me refiero a la
labor que da título a este artículo: TFM.
-
Es Vd. Don
A. -le preguntan tímidos un día,
asomando la cabeza por su pequeño despacho, un
reducido grupo de alumnos-.
-
Buenos
días, sí, soy yo, ¿qué queríais?
-
Nos
han asignado a Vd. como
tutor del TFM...
-
¿Y
qué diablos es eso del TFM -responde perplejo
el nuevo profesor-.
Así
fue como
A. descubrió que una de sus labores era tutorizar el "trabajo fin de máster" de unos cuantos alumnos, y que tenía que sumar a otra obligación no contractual, que le
obliga a tutorizar también a otros
cuantos alumnos en su TFC, o trabajo fin
de carrera, que es previo al anterior.
En
el departamento donde está inserto A.
son titulares dos
catedráticos que seguramente no tienen más remedio que encargar, con todo el dolor de su académico corazón, a los 7 profesores titulares, y estos, a su vez, a
los 48 profesores asociados (uno de los
cuales, como digo, es mi amigo), para
sacar adelante decenas y decenas
de licenciados , con idioma y máster incorporados, que
tendrán la oportunidad de
engrosar, en breve plazo, las listas del paro, en primer término, y pasar
inmediatamente después a ampliar las filas de los aspirantes
a emigrar a Alemania, no sin antes
haber consumido entre 3 y 5 años
en casa de sus padres, e intentar meter cabeza
como becarios o aspirantes
en varias empresas del sector, al
módico salario de 0 a 300 euros mensuales, durante unos meses,
para volver después al mismo punto de
partida.
En
fin, como diría Mariano José de Larra, si levantara la cabeza,
un panorama "para echarse a llorar". Y, entre tanto,
seguimos alimentando docenas de
universidades, miles de institutos, y despreciando (abierta o calladamente) a quienes
han tomado la sabia decisión de cambiar de camino y orientarse hacia la Formación Profesional.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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