Como Ulises en su largo viaje
viernes 14 de febrero de 2014, 09:12h
Los
sistemas constitucionales son sistemas vivos que evolucionan con sus pueblos,
con su sociedad y con su entorno, o se quedan anticuados e inservibles,
convertidos en un relicario ante el que sólo cabe postrarse. Sobre todo, cuando
esta Constitución que se nos presentó como sacrosanta e intocable, fue
reformada con alevosía por el PP y el PSOE en el verano de 2011, poniendo un
dogal antisocial al Presupuesto, madre de todos los Recortes.
Con
la muerte del bipartidismo, será tiempo de plantear una profunda reforma de la
Constitución, abriendo un período constituyente.
Hace
más de 35 años, los españoles aprobaron en referéndum la Constitución Española,
que rubricó la muerte del franquismo y el renacimiento de la democracia, un
cambio radical en la historia política de España. Desde entonces han nacido dos
nuevas generaciones. Lejos de la complacencia, ésta efemérides debería verse
como una forma, no sólo legítima sino también saludable, de reconocernos en nuestra
memoria histórica y de proyectar un nuevo avance democrático, social, ambiental
y federal de nuestro país, sin esquivar el debate pendiente entre Monarquía y
República.
Estos
siete lustros han presenciado profundos cambios en la sociedad y en el mundo.
La España de 2014 es básicamente distinta a la de 1978. Formamos parte de la
Unión Europea y afrontamos nuevos desafíos (inmigración, globalización, nuevas
tecnologías, genética y sociedad de la información, desregulación y crisis,
cambio climático...) que apenas cabía atisbar entonces.
En
paralelo a su agitada historia política, en los dos siglos pasados España ha
conocido más de diez textos constitucionales o con pretensión de serlo. En los
años transcurridos desde 1978, España ha dado un salto político a velocidad de
vértigo, pasando de país aislado a actor en la construcción europea y en la
globalización. Pero, como Ulises en su largo viaje, es un viaje sin tregua ni
descanso. Cuando creíamos que habíamos llegado a la meta, el 11-S y el 11-M
produjeron una nueva sacudida, agravada por el cataclismo de la crisis
económica. Como en el mito de Sísifo, estamos condenados a un eterno renacer, a
insertarnos en el ineludible torrente de cambios y a influir en ellos.
El
transcurso del tiempo ha dejado obsoletas algunas piezas del texto
constitucional. Baste mencionar que el servicio militar ya no es forzoso,
aunque así figura todavía en el artículo 30.2 y en cambio no consta como deber
del Gobierno someter a decisión del Parlamento la participación de tropas españolas
en misiones militares en el exterior. No se ha tenido en cuenta el abandono de
la confesionalidad franquista en el texto constitucional y la excepcionalidad
que sólo afecta a la confesión católica resulta discriminatoria para las demás
religiones que no disponen de un Estado -como el caso del Vaticano- para
ampararse en un tratado internacional.
Sería
un sarcasmo que los únicos cambios que se hicieran lo fueran sólo para
garantizar derechos sucesorios a príncipes o infantas. Además de la necesaria
mención a Ceuta y Melilla, la reforma del Senado y la inclusión de nuestra
pertenencia a la Unión Europea, la defensa de los servicios públicos y de la
autonomía municipal, los derechos sociales de tercera generación, como los
relacionados con el medio ambiente, deberían aparecer de forma más nítida. Los
avances de la ciencia deberían ser considerados, acogiendo los nuevos derechos
derivados de la bioética, el derecho a una muerte digna, o el derecho a la
intimidad en el mundo de los ordenadores, de las bases de datos y del "hombre
de cristal". No debemos olvidar que el preámbulo de la Constitución abre un
camino hacia una democracia avanzada, la democracia concebida como un proceso
dinámico.
Es
fundamental mejorar la calidad democrática, generalizando la transparencia y
conciliando la democracia representativa con la democracia participativa.
España
no se rompe, ni se romperá. Pero para ello necesitamos un fuerte impulso social
y federal. Urge la reforma del Senado, hoy convertido en una cámara inútil
cuando podría ser, con la voluntad política de todos, la institución donde
pudiera expresarse la diversidad territorial, cultural y lingüística de nuestro
país.
Habría
que insertar una composición federal del Poder Judicial y del propio Tribunal
Constitucional, y reformar el artículo 8º que encomienda a las Fuerzas Armadas
la defensa de la integridad territorial, como si hubiese un enemigo interior. Y
también tendríamos que abrir un debate para la supresión de la provincia,
concebida como intrusión y obstáculo al desarrollo autonómico y a la equidad
del sistema electoral. El mismo nombre de provincia proviene de la vieja Roma
que le daba ese nombre a todos aquellos territorios que vencía e incorporaba a
su Imperio.
La
mejora del sistema electoral requiere atender las recomendaciones del Consejo
de Estado con "el aumento del número de diputados de 350 a 400; la reducción de
la representación mínima inicial de 2 a un diputado por provincia y la
sustitución de la fórmula D'Hondt por otra más proporcional". También supondría
un avance facilitar el voto y la representación de los emigrantes españoles y
el voto de los residentes extranjeros en España, posibilitando el acceso de los
jóvenes inmigrantes a la nacionalidad española.
También
cabe dotar de una mayor base constitucional la autonomía municipal, sobre la
que la carta magna se muestra especialmente lacónica, y garantizar la
suficiencia financiera de los Ayuntamientos.
No
se trata de envolverse en la bandera constitucional, negándose a cambiar una
sola coma, sino de actuar con lealtad hacia lo que esa bandera -que debe ser de
todos- significa.
[*]
Gaspar Llamazares Trigo es diputado de Izquierda Unida