Si le digo a usted la verdad, tampoco me parece una tragedia
que un señor que se apellida
Abascal y otro que se llama
Alejo Vidal-Quadras se
marchen del partido gobernante; tampoco que una mujer con el tirón de
Esperanza
Aguirre, o un fiel al conservadurismo como
Jaime Mayor Oreja, se constituyan
claramente en una especie de 'ala derecha' del PP, quizá bajo la
influencia tácita de
José María Aznar. ¿Y qué? Todo eso me parece natural, casa
con una época de convulsiones y en un partido que tiene que afrontar -no sé
si lo está haciendo hasta el último extremo requerido: temo que no-transformaciones
económicas, sociales y políticas a fondo, manteniendo a la vez un perfil
moderado y hasta cierto punto centrista.
Ya he dicho muchas veces que
Rajoy habría de ensayar una
gran operación política, para lo que cada día le queda menos espacio y, desde
luego, menos tiempo. Y, dentro de esa operación, que incluiría pactos con la
oposición y enormes reformas legales y constitucionales, lo primero es soltar
lastre, dentro del partido y dentro del Gobierno, que es algo a lo que el
presidente se resiste como gato panza arriba. Le están haciendo daño algunos 'históricos'
en la ejecutiva del PP -mucho más daño, por cierto, que Mayor Oreja o que
esa 'esperanza blanca' apellidada Aguirre-y le están
destrozando el rumbo algunos ministros especialmente ocurrentes, belicosos o
dicharacheros.
No me parece (demasiado) grave (aún) la situación del PP, ni
siquiera ante unas elecciones europeas que podría ser que perdiese si no las
gestiona con habilidad -y habilidad es lo que le está faltando a la
estructura dirigente del partido--. Ni siquiera aunque le salga algún grano,
claramente menor y me temo que oportunista, por la derecha. Ni siquiera aunque
algún/a dirigente autonómico/a dé claras muestras de ir a estrellarse gracias a
un personal vuelo aventurero, sin rumbo y casi sin motor. Lo grave sería la
falta de iniciativas, de ideas arriesgadas: creo que Rajoy tiene que ensayar
acuerdos sobre política general con el PSOE y acuerdos electorales con
formaciones moderadas, incluyendo el movimiento ciudadano que anima
Albert
Rivera -y, si posible fuere, con una UPyD que da muestras de falta de
realismo en este terreno--. Y ni qué decir tiene que los pactos con el
nacionalismo catalán, vasco y hasta con el canario se hacen ahora simplemente
imprescindibles e inaplazables.
Ignoro, como es lógico, lo que Mariano Rajoy tiene pensado
decirnos en sus próximas comparecencias, comenzando por la del próximo domingo
en Valladolid, que yo espero, como, supongo, todos los españoles, con enorme
expectación. Me defraudó su primera oportunidad del año en Barcelona, la pasada
semana, donde comprobamos que o no hay o no se muestra plan alguno para tratar
la delicada situación que nos ha creado a todos
Artur Mas. No quisiera sufrir
una nueva decepción ni este domingo ante una convención de los suyos, ni
cuando, con motivo del debate sobre el estado de la nación, Rajoy se enfrente a
la irritación -sin duda interesada-de todos los demás grupos
parlamentarios. Tiene que convertir su relativa soledad -repito: lo de
Vidal-Quadras y compañía no es para tanto-en una ventaja: al menos, el PP
está definiendo claramente sus perfiles y lo que quede de esa Vox no surgida
precisamente del pueblo habrá de pactar en su día con los 'populares'.
El PP, con el PSOE, sigue siendo uno de los dos partidos con
implantación nacional, militancia importante, organización suficiente y
vertebración en todo el territorio. Han mostrado sentido común, patriotismo y
prudencia; les está faltando nada menos que sentido de Estado. El PP, que de
quien ahora hablamos, tiene que olvidarse de pretéritas mayorías absolutas, de caducas
formas impermeables de gobernar y ponerse a la nueva tarea, que es ni más ni
menos que gestionar una segunda transición. Una tarea, señor Rajoy, digna de
Adolfo Suárez; aproveche la ocasión.
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