miércoles 22 de enero de 2014, 12:56h
Todo estaba preparado para la profusión de olés, el lanzamiento de
claveles reventones y hasta los espontáneos gritos de ¡guapa!, ¡guapa!
Así era siempre cuando hacía el paseíllo con el capote de paseo: de
negro riguroso, mantilla y peineta, pasando revista a las tropas; traje
largo de seda, preferentemente fucsia con banda acreditativa de
condecoración, en solemnes recepciones con la familia y casual, pero
descuidadamente elegante, presidiendo eventos casi siempre culturales o
benéficos. Era la normalidad institucional de la infanta Cristina de
Borbón y Grecia en nombre de su augusto padre y a mayor gloria de la
monarquía española Ahora le toca coger el capote de faena a la ciudadana
Cristina de Borbón y Grecia y comparecer ante la justicia. Y es justo
ahí cuando nos quieren hurtar el paseíllo hasta la entrada del despacho
del juez Castro como si los ciudadanos solo tuvieran derecho a
contemplar a las autoridades y a las dignidades nacionales sólo cuando
les tienden alfombra roja y van revestidos de glamour institucional o,
como es el caso, circundados por ese inexistente halo de magia y cuasi
divinidad secular con el que los más frikis quieren revestir a las
personas de sangre azul. Todo parece dispuesto para evitar posiblemente
algún que otro abucheo, vaya usted a saber si una manifestación con
profusión de pancartas antimonárquicas y, lo que si es seguro, el bosque
de cámaras y trípodes de los medios de comunicación.
En muchos
despachos oficiales y sobre todo en Zarzuela se ha instalado como un
holograma la imagen de una nueva María Antonieta camino del cadalso
solo porque la ciudadana Borbón y Grecia es llamada a colaborar con la
justicia para esclarecer su supuesta implicación en un turbio asunto
familiar. No soy nada partidario de sustituir los vítores y aleluyas que
la acompañaban antaño por dónde quiera que ella fuera en oficial
comitiva por insultos, griterío y algaradas como si fuera la plaza de la
Concordia de París en plena revolución francesa. Ni a ella ni a
ninguna de las celébritis nacionales. Mucho menos en considerar que
acudir a la llamada de un juez acompañado de un abogado significa
desposeerla de la presunción de inocencia de la que sólo una sentencia
firme y fundada puede privarla. Pero como periodista y como ciudadano
defiendo también el derecho de todos los españoles a ver las imágenes de
un acontecimiento de interés general, como es la comparecencia de la
infanta ante la justicia. Si la monarquía debe ser ejemplar y todos
somos iguales ante la ley, la hija del Rey y cualquier otro miembro de
su familia debe acudir a los juzgados en las mismas circunstancias de
cualquier otro hijo de vecino. Y ello no impediría que se tomen las
medidas oportunas para preservar su seguridad, que en circunstancias
muchos más complicadas han actuado las fuerzas y cuerpos de seguridad
sin que por ello tuvieran que ocultar a la persona que protegían. No hay
pena paseíllo para la imputada, la condena sería para todos los
ciudadanos si se concediera el privilegio de ocultamiento a doña
Cristina solo por ser quien es.