Los
españoles tenemos la manía, no se si por algo genético o porque somos así de
imbéciles, de vivir pendientes de lo que hace nuestro más cercano congénere. Lo
mismo da que sea el vecino de la puerta de al lado, que cualquier habitante de
los que llamamos países de nuestro entorno. A veces damos la sensación, en
general, de no ser capaces de valorarnos nosotros mismos y, necesitamos del
compromiso o la comparativa constante para encontrar redimirnos en aquellas
cosas que hacemos mal o que incluso no somos capaces de hacer -no tenemos el
mismo salario, ni las mismas ofertas laborales, ni la misma tenacidad política-
por no entrar en detalles minuciosos.
Todo
esto que pongo en la balanza como algo negativo, nos pasa factura diariamente en
nuestro comportamiento; el nuestro, individualmente, el colectivo y, sobre todo,
de quien malamente nos gobierna. Probablemente un sociólogo tendría más
argumentos y motivos para justificar lo que yo me atrevo a exponer, pero lo
saco a colación en este escrito, por ser la palabra más usada en los últimos
días: esto no podría pasar en países de nuestro entorno.
Me
refiero a la demostración de poder, chulería e hijoputez, de los llamados ex presos
vascos, amparada, consentida, pactada e ilustrada por los también llamados
poderes públicos, que poco poder deben tener cuando consienten que los asesinos
se rían de las víctimas -que somos todos- a sus anchas. Claro que eso en un
país de nuestro entorno no sucedería, por supuesto que no, porque para
consentirlo se debe tener un gobierno débil, una sociedad dormida, una justicia
con los dos ojos tapados y una desidia por todo lo que es español descomunal.
Lo
que ha sucedido estos días pasados en Durango -no sólo el día de marras- es más
de lo mismo, a lo que ETA y sus sucedáneos nos tienen acostumbrados, mensajes
ambiguos, risas, mofa, insultos, desprecio absoluto a la vida humana y el
recochineo de sus asesinos antes las victimas con la prensa de testigos, una
prensa que, a veces, se torna cómplice de unas actitudes que dejan mucho que
desear en la labor de un informador y no se atreve a conformar una noticia.
Somos
débiles, lo somos desde la más mínima estructura sociológica, desde el más
mínimo gesto de compromiso con nosotros mismos y con quienes nos rodean, pero
sobretodo, somos débiles como ciudadanos, como pueblo, como nación -si es que
de eso sigue quedando- y en líneas generales, somos el país más débil de
nuestro entorno. Probablemente sea culpa
de la mezcla de razas que hemos sufrido a lo largo de la historia y que nos
priva de una genética común, o puede que simplemente andemos escasos de líderes,
o mejor dicho, de pastores en este país de borregos.
Cada
vez que ocurre una noticia de este calado solemos recurrir a sucesos acaecidos
en Alemania, Francia o Italia, como ejemplo de países fuertes frente al
terrorismo o la secesión, pero en este que nos ha tocado vivir, a todo le damos
una importancia exagerada y nos llenamos de sensacionalismo con cualquier
chuminada. Es preocupante que sea noticia la carta que un presidente de una
comunidad autónoma manda a los líderes de otros países, que por cierto ni caso
le han hecho, y no sea noticia lo que de verdad nos afecta, como el paro o la
corrupción, es preocupante que vivamos pendientes de las "estrellas" televisivas
del momento o de otras sandeces, dejándonos
ese amargo sabor de que somos un pueblo que no tiene solución.
Miremos
a los países de nuestro entorno, seguro
que no vamos a estar peor, pero miremos para aplicarnos el cuento y aprender de
ellos, no para que nos coma la envidia, el desanimo o en todo caso el
despropósito. Aprendamos como han tratado ellos a sus terroristas, asesinos y
demás canalla, aprendamos por dónde se pasan muchas decisiones judiciales de
tribunales que no entienden de problemas internos, aprendamos cómo hacen de su
capa un sayo cuando les viene en gana, pero sobre todo, aprendamos a ser
nosotros mismos sin tener que vivir pendientes de los países de nuestro
entorno.
***Ismael
Álvarez de Toledo
Periodista
y escritor