Lo que no puede ser, me dice mi
interlocutor cualificado, es que si una empresa que ha estado sometida a
demasiados vaivenes en el pasado, como Sacyr, da un quiebro lamentable en Panamá,
donde lideraba la ampliación del canal, el fallido se le cuelgue a la 'marca
España'. Y yo estoy de acuerdo: los periódicos no pueden titular con el
sufrimiento de la marca cada vez que, por ejemplo, los herederos de la
lamentable herencia moral de
Luis del Rivero, o similares, provocan un
estallido internacional. Creo que la 'marca España' debe estar por encima de
algunos avatares empresariales, coyunturales o incluso de corrupción localizada
o de incompetencia más o menos generalizada. Con ello, quiero decir que nuestra
mentalidad sobre el alcance y contenidos de la 'marca España' ha de cambiar.
Para lo cual, es necesario modificar el funcionamiento de esa 'marca', que no
sé si es apenas un concepto, cuando debería ser una tarea concreta de todos los
habitantes de este país nuestro.
En primer lugar, no estoy
seguro de que la leve infraestructura que alberga a la 'marca España' deba
depender del Ministerio de Exteriores. Que, por cierto, será ahora el encargado
de negociar con las autoridades panameñas cómo enmendar el descalabro
producido, en primer lugar pero no únicamente, por Sacyr y sus consorciados. No
se trata solamente de una cuestión de imagen ante el exterior: creo que la
'marca España' debe comenzar a cimentarse desde el interior, y ello implica que
las ramificaciones de la misma deben extenderse por toda la Administración, por
todos los ministerios, como una obsesión. ¿Cómo pensar que la 'marca' pueda
tener prestigio en casa cuando las encuestas siguen dando al conjunto de
nuestra clase política tan bajísimas valoraciones? ¿Cómo cimentar la autoestima
nacional cuando ni un solo ministro aprueba en estos sondeos -de acuerdo: son
falibles, como todo en la vida-y el declarado propósito oficial es no hacer un
solo cambio en el Gobierno, a menos que sea inevitable? ¿Cómo instalarse en una
mínima seguridad jurídica cuando hasta algunos representantes autonómicos
critican ocurrencias de quienes en teoría son sus 'señoritos' políticos? Y así
podríamos poner muchos ejemplos: el problema es el divorcio entre la España
oficial y la real. Y ello hace que la España real se divorcie muchas veces, a
su vez, de los presupuestos, sobre todo morales, de la España oficial.
Claro que todo ello tiene que
ver con quiebras de reputación como la de Sacyr. A un empresario concreto se le
permitieron desmanes que jamás hubiese podido permitirse, a su particular
escala, un ciudadano de a pie. Pero el distanciamiento de nuestros
representantes políticos con la realidad hizo que algunos representantes
económicos, sobre todo los dados al aventurerismo, se alejasen también de una
normativa que ni se cumplía ni, muchas veces, podía cumplirse. Y, a su vez,
habremos de convenir en que el concepto de 'marca España' tiene que estar
anclado en una realidad, no en el deseo de inventar, casi desde el aire, otra
diferente y más 'conveniente'.
Inútil, pues, insistir en que
la imagen de España es mejor fuera que dentro, como si esta sugerencia de que
nuestro derrotismo no tiene remedio conllevase algún tipo de solución al enigma
. Además, este presunto prestigio internacional de nuestro país se difumina,
según todos los estudios. Lo primero es mejorar la 'marca' en el interior y,
desde ahí, proyectarla al exterior. No debe, pues, concentrarse el tampón en el
Ministerio de Exteriores -en el colmo del falseamiento, se insiste en que
'marca España' es un organismo al margen de cualquier Departamento
ministerial--, sino que ha de ampliarse, quizá en una especie de comisión
interministerial, al conjunto de las actividades políticas, económicas y
sociales en la totalidad del país.
Claro que aplaudo, desde este
punto de vista, los esfuerzos que la diplomacia española hace para reforzar en
el mundo la idea de que el nuestro es un país unido -pero habría que convencer
antes a
Artur Mas--, jurídicamente seguro -pero previamente habría que
persuadir de ello al españolito que anda por la calle-y moralmente limpio -pero
antes deberían adoptarse las medidas de transparencia y reformas legislativas
que todos sabemos en los partidos, sindicatos e instituciones varias--. Claro
que deseo lo mejor cuando, por ejemplo, el presidente
Rajoy se entreviste con
Obama dentro de poco más de una semana; pero lo idóneo sería que el mandatario
español acudiese a la Casa Blanca con un programa reformista creíble, que no se
limite a glosar las tradicionales buenas relaciones con los Estados Unidos; con
una propuesta que, desde Washington, pueda 'venderse' a los españoles, ya que
no se ha sabido vender desde Madrid, Barcelona o Pontevedra, por ejemplo.
Eso, más allá del descalabro de
Sacyr, más allá del patente retroceso de la influencia española en América
Latina, más allá de lo poco que contamos ahora en el diseño de la política
europea, más allá de nuestra inexistencia virtual en muchos mercados emergentes,
eso, ha de ser la 'marca España'. Que va mucho lejos de que los evidentemente
competentes funcionarios que en ella se afanan día a día lleven corbatas con la
bandera rojigualda, ofrezcan cócteles a los que no asisten quienes
necesitaríamos que asistiesen o potencien ciertos aspectos folclóricos que nos
honran, pero que no bastan. Potenciar la 'marca España' necesita un
estadista al frente de la nave, una oficialidad disciplinada, competente y
sacrificada y una tripulación que acepte el 'sangre, sudor, lágrimas y
esfuerzo' porque el capitán, la oficialidad ¡y los armadores! son los primeros
en aplicarse la receta. Y no estoy seguro -y sí, pienso en Sacyr, también
en Sacyr. Pero igualmente pienso en el conflicto con la Generalitat catalana. O
de que en la que se ha montado con la nueva regulación del aborto-de que ahora
todas esas fuerzas se alineen bajo un esfuerzo común por mejorar una marca. Una
marca que nunca debe abandonarse en medio de este nacional-pesimismo que nos
devora, quizá injustamente. Y, a este paso, la dichosa marca puede quedar bajo
mínimos, olvidada, ya en este año 2014 lleno de retos y quién sabe si también
de esperanzas.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>