lunes 23 de diciembre de 2013, 15:58h
"Ni
la Merkel ni Mariano se me ponen al teléfono" decía Miguel Ángel
Revilla en una de sus tertulias, la misma, creo, en la que en el
polémico juez Elpidio aseguraba que los ataques que él sufría no
eran contra su persona sino "un aviso contra el poder judicial: ojo
con lo que hacéis jueces, porque lo que le pasa a Elpidio te puede
pasar a ti". La
Sala Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de Madrid había
confirmado que los correos del ex presidente de Caja Madrid Miguel
Blesa son "irrelevantes" para la causa abierta contra el
juez Elpidio José Silva por delitos de prevaricación y contra la
libertad individual, entre otros. La
ministra portavoz del Gobierno francés trasladaba su "honda
inquietud" por la nueva Ley sobre la interrupción del embarazo del
Gobierno Español. ¿Por dónde empezar? Porque en las teclas del
ordenador -antes tintero- se quedan un millón de asuntos más que
dignos de una reflexión. Sobre casi todos tengo una opinión -que
no la verdad- salvo en un caso que es, precisamente, sobre el que
quisiera fijarme hoy.
Al
margen de la carta de la ministra portavoz francesa, una joven
política a la que alguien debería advertir que no está muy bien
visto en la UE que un Gobierno se meta en asuntos de otro cuando no
le compete en absoluto, lo cierto es que el debate sobre el aborto se
abre -otra vez- en España desde el punto de vista político lo
cual no deja de ser un problema para todos porque nunca se podrá
llegar a una solución consensuada como queda demostrado en esta
reforma de Gallardón que no le gusta más que a Gallardón y que
ofende a la izquierda tanto como a la derecha más tradicional y,
naturalmente, a los grupos pro-vida y a la Iglesia Católica.
Antes
he dicho que sobre este asunto no tenía opinión y no sólo me
refería a una opinión objetiva que pudiera exponer -con la
pequeña responsabilidad que eso conlleva- desde un medio de
comunicación como este. Es que, realmente -y lo digo con la mayor
humildad- no tengo nada claro porque creo que la decisión de
interrumpir un embarazo con plazos o sin plazos, con riesgo físico o
psicológico para la mujer, me resulta imposible juzgar desde fuera
y, tal vez por vivencias propias, también desde dentro; resulta muy
difícil tomar posiciones desde principios morales, éticos y hasta
científicos porque la duda que se planeta desde el inicio es una
confrontación de derechos entra la libertad de la mujer y la del
nasciturus, es decir entre dos derechos que imposibles de defender a
la vez cuando entran en conflicto. La respuesta sólo la podría dar
la ciencia y ni la ciencia puede ser categórica ni se pone de
acuerdo sobre cuándo ese óvulo fecundado es "persona",
potencialmente persona, sujeto y objeto de derechos. El problema es
que, pese a todo, hay que legislar porque es una realidad de la que
no se puede huir o dejar un vacío legal.
Creo
que con la Lay del 85, aprobada por el TC, hubiera sido suficiente
pero Zapatero se empeñó en llegar más allá con la ley de plazos
que a la vez que evitaba un cierto coladero, abría la mano por otro
lado. El PP recurrió al Constitucional entonces y lo que no parece
de recibo es que este Gobierno, en lugar de esperar la decisión de
ese recurso y luego ya veremos, se adelante con prisa para cumplir
una promesa electoral después de haber incumplido todas las otras.
No lo entiendo.
Y
como tampoco -insisto- tengo nada claro el tema y me reconozco
lleno de contradicciones y dudas, no pienso escribir ni debatir sobre
el asunto. Reconocerlo abiertamente me parece lo más digno que puedo
hacer, lo único coherente si de verdad quiero ser coherente. Y ya
sólo aspiro a eso.